El fin primordial de este primer semestre es ayudarlo a “conocerse a si mismo” un poco mejor. Siempre es una enseñanza difícil, porque, desafortunadamente, la mayoría de nosotros es incapaz de sacar provecho de nuestras capacidades. Las sobrestimamos; las subestimamos; no volvemos complacientes; dejamos que se deterioren. Ocasionalmente, ni siquiera estamos concientes de que existen.
Están todos aquellos que pueden soñar en algunas carreras exóticas como la actuación, el canto, la pintura, la literatura, y que piensan que lo único que se necesita es perseverancia; que jamás logran reconciliarse con la idea de la falta de genio, o por lo menos de talento; que jamás reconocen que para ellos el verdadero éxito puede encontrarse en otros campos.
John keats, el poeta ingles, escribió en una ocasión: “en cierto sentido, el fracaso es el camino al éxito, ya que cada descubrimiento de lo que es falso nos lleva a buscar con ansia lo que es verdadero, y cada nueva experiencia nos señala alguna forma de error que mas adelante evitaremos con sumo cuidado”.
Lamentablemente, Keats no estaba describiendo la forma en que la mayoría de nosotros se enfrenta a la adversidad. No todos aprendemos de nuestros fracasos, ni tampoco nos percatamos con rapidez de los errores que cometemos, de manera que no se repitan. Para hacer esto con efectividad, necesitamos orientación.
De su libro ampliamente aclamado, The Road to successful living, Louis Binstock, el finado amado rabí del famoso Templo Shalom en Chicago, le habla a usted de algunos de los principales obstáculos que quizás sin saberlo ha erigido en su vida, errores que tal vez ha cometido una y otra vez y que lo lastiman cada día. Una vez que haya efectuado un inventario de si mismo, estará mejor preparado para pasar al segundo semestre…
Las causas del fracaso yacen dentro de un área muy extensa y confusa: la cultura en que vivimos, nuestra definición de las dos palabras, éxito y fracaso, nuestra propia estructura psicológica. Pero a menudo el fracaso, y el modo de abordar el fracaso, adquieren formas más comunes y obvias. No todos somos eruditos; no todos tenemos un toque divino; no todos somos psicoanalistas: debemos enfrentarnos al mundo tal y como se nos presenta.
En términos de nuestras reacciones cotidianas, hay diez causas comunes del fracaso. Esas diez causas son básicas. Conózcalas, supérelas, aun cuando solo sean unas pocas, y habrá eliminado los obstáculos más reacios en su senda hacia el verdadero éxito. Nadie mas podrá hacerlo por usted. Es usted quien debe despejar su propia senda. Los demás pueden ayudar, pero en realidad esa labor solo le corresponde a usted.
El primer obstáculo es el viejo truco de culpar a los demás, esto no es lo mismo que preocuparse por lo que piensan (o tienen o hacen) los demás. Es la atribución real de la responsabilidad sobre los demás. (La diferencia entre brujería y medicina, según nos informa un hombre que paso veinticinco años como medico en África, es que cuando un hombre enferma, la brujería lo obliga a preguntarse ”¿ Quién me hizo esto? “, En tanto que la medicina lo obliga a preguntarse, ”¿Qué fue lo que hizo esto?”). Es la mente primitiva o juvenil la que busca la causa de los temores y fracasos fuera de si misma. Y casi siempre, la mente primitiva busca un “quien”; si sospecha de un “que”, piensa que se trata de un ser animado, que en su interior posee un “quien”. En ocasiones atribuimos el éxito el fracaso a la buena y la mala suerte, como si la suerte, como si la suerte fuese un dios o una diosa que interviene en los asuntos de los hombres. La mente primitiva muy rara vez busca en su interior, preguntándose, “¿Que cosa en mi es responsable de esto? “Mientras mas sofisticada, educada y civilizada es la mente, aprende a preguntar, “¿Qué hay en mi interior que me hizo tener (o no) ese pensamiento, experimentar (o no) esa emoción, llevar a cabo (o no) esa acción?”.
Pero aun ahora, muy pocos estamos dispuestos a reconocer de inmediato,” quizás sea culpa mía “. La mayoría reaccionamos inicialmente en una forma primitiva o infantil ante cualquier situación que implique una falla o un fracaso. En el niño, es casi instintivo culpar al hermano o la hermana; “el me obligo a hacerlo”, o incluso, “El lo hizo”, son reacciones muy comunes, cuando hay un castigo en perspectiva. Un colegial puede culpar al maestro por sus propias deficiencias en el aprendizaje o conducta (“ella siempre la toma conmigo”); el automovilista pretende que “el otro tipo tuvo la culpa”; el esposo le grita a la esposa, “¿Por qué siempre estas buscando pleito?”; el empleado asegura, “la compañía no reconoce mis esfuerzos”. El prolongado clamor de la humanidad siempre ha sido, “¿quien me hizo esto?”
La práctica de culpar a los demás explica, quizás, no solo la mitad de nuestros fracasos, sino también nuestra ineficacia para saber aprovechar dichos fracasos. No reconocemos el fracaso por lo que es y, en consecuencias, no podemos enfrentarnos a el. En vez de ellos construimos hombres de paja, los derribamos varias veces y desperdiciamos los días en una lucha que no podemos ganar. La batalla que deberíamos combatir esta nuestro propio interior; esa batalla, si la acometemos con brío, no la podemos perder.
Un segundo obstáculo es lo contrario del primero: la pronta tendencia a culparnos a nosotros mismos, por lo meno en privado. ¿Por que fui tan tonto? ¡Que blanco tan fácil soy ¿Por qué siempre tengo que meter la pata? ¿Por qué siempre tengo que decir algo indebido? ¡Que torpe fui¡
En realidad, no creemos ser tontos o blancos fáciles. Simplemente es una forma rápida y sencilla de atenuar un fracaso que con toda probabilidad llegaducho mas adentro y requiere mayo consideración de la que estamos dispuestos a reconocer ante nosotros mismos.
En vea de lidiar con el problema que hay detrás del fracaso, luchando para resolverlo, para evitar que se repita, nos culpamos (¡como si fuésemos unos fracasados congénitos¡) y simplemente nos conformamos con eso.
Esta es una manera de pensar perniciosa y una practica peligrosa. Hace que en lo mas profundo arraiguen sentimientos de inferioridad y de inseguridad, que mas adelante surgirán como cizaña para dominar “el bien ordenado jardín de la mente “. Abraham lincoln, que fracaso en muchas cosas, pero que estuvo muy lejos de ser un fracasado, declaro en una ocasión: “mi mayor preocupación no es saber si se ha fracasado, sino si esta satisfecho con ese fracaso”. Esta satisfacción es paralizante, pues puede llegar a considerarse feliz en el fracaso y entonces se experimentara una tendencia a fracasar en cualquier cosa.
Cuando el general de división William f. deán fue puesto en libertad por sus capturadotes comunista, se comenta que un periodista le pregunto que lo había sostenido durante sus tres años de sufrimientos. “jamás sentí lastima de mi mismo”, replico el general, y eso fue lo que me ayudo”. La autocompasión
Derrota a más persona que cualquier otra cosa; y yo diría que la autocensura es todavía peor, puesto es una de las causas primordiales de la autocompasión. O bien, podemos ir de la auto culpa a la auto desaprobación y de allí al auto desprecio y, por consiguiente, inclusive a la autodestrucción.
La excesiva autocensura abre la puerta a los sentimientos de culpabilidad.siguiendo la costumbre de culparse por sus aparentes fracasos, quizás con el tiempo, busque culparse por el fracaso de los demás. En mi propio estudio, muchas esposas han llorado diciendo, ” ¡yo tuve la culpa!”, cuando claramente la culpa era del esposo. Muchas madres han llorado,” ¿en donde falle?” cuando era obvio que el fracaso del hijo había ocasionado una tensión destructiva en la familia.
Y la autocensura cierra las puertas al auto desarrolló. Detrás de esa puerta cerrada, la propia personalidad puede replegarse en forma permanente; puede languidecer sumida en una extrema melancolía igual que un ciervo cegado por una luz brillante, puede quedarse paralizada en sus sentimientos en su voluntad, careciendo del temple y el impulso que la llevarían hacia la seguridad.
A menudo se ha comentado que la gran muralla, de siglos de antigüedad y que se prolonga a lo largo de dos mil novecientos kilómetros, atravesando llanuras y desiertos, es una de las estructuras monumentales de la historia y un símbolo del fracaso de China para progresar como nación. La muralla era una barrera; los chinos se aislaron detrás de ella convirtiéndose en un pueblo introvertido. La autocensura puede llegar a ser la muralla china de nuestras vidas, cuando quede en su lugar una piedra tras otra de la autocrítica, la auto desaprobación y el desprecio hacia uno mismo; y un día nos encontramos tan restringidos e inhibidos que estamos aislados de la familia, los amigos y la comunidad. Nos convertimos en compañeros de la muerte.
Un tercer obstáculo es no tener ninguna meta. El doctor William Menninger opina:
Una persona debe saber hacia donde quiere ir, si es que desea llegar a alguna parte. Es tan fácil ir simplemente a la deriva. Algunas personas pasaron por la escuela como si pensaran que le estaban haciendo un favor a su familia. En el trabajo, se desempeñan en una forma monótona interesándose únicamente en el cheque el día de paga. No se tienen una meta. Cuando alguien los borra de la lista, simplemente toman sus cosas y se retiran, abandonándolo todo. Las personas que progresan y obtienen logros de sus tareas, aprovechan al máximo cualquier situación. Están preparadas para lo siguiente que se presente a lo largo de la senda que los conduce hacia su meta. Saben lo que quieren y están dispuestas a caminar un kilómetro adicional para conseguirlo.
William Saroyan nos presenta un personaje, Willy, en the time of your life, que personifica a un hombre que carece de una verdadera meta. Willy tiene la manía de jugar en las maquinas mecánicas a todo lo largo de la obra, Willy lucha contra la maquina. En la última escena gana un juego, al fin. Se encienden las luces rojas y verdes, la campana suena seis veces y de la maquina salta una bandera norteamericana; Willy saluda, recoge seis monedas de cinco centavos que le entrega al cantinero y declara: “¡Sabias que podía hacerlo!” un éxito.
No tener ninguna meta es bastante malo, pero tener metas inferiores es peor.
Probablemente no existe tal cosa como no tener una meta. Willy tenia una meta: ganarle a la maquina. Lo logro y tubo éxito, pero al precio de su fracaso en todo lo demás. Su historia es como la vieja historia del perro que se jactaba de que podía ganarle a cualquier cosa que tuviera cuatro patas. Poco tiempo después, empezó a perseguir a un conejo, pero se quedo muy atrás. Los demás perro se rieron irónicamente, pero el no le concedió importancia alguna a su derrota: “no olviden que el conejo corría para salvar su vida. Yo solo lo hacia por la diversión de atraparlo”.
Muy rara vez las vemos en su formas mas pura, pero existen aquellas personas cuya única meta en la vida es la diversión; que no hacen otra cosa que no sea divertirse, a menudo a costa de los demás y siempre a costa de su verdadero yo. Desperdician el talento que Dios les a concedido en vanos placeres; derraman la sal de sus energías sobre la carne de su vida y se encuentran con que la sal a perdido todo su sabor. O bien, para cambiar la metáfora, apuntan en forma simultanea hacia un buen numero de blancos, dispersando su talento como si se tratara de perdigones y exagerando el valor de cualquier tanto que se anote por casualidad. En el fondo de su corazón, todo lo que desean son los disparos y los gritos.
Después están algunos cuyas metas es una “oportunidad” indefinida en algún momento en el futuro. Igual que Micawber, espera que se presente algo; y mientras tanto, rechazan todo lo demás. Esta muy por debajo de ellos, más allá de su alcance, no es algo para lo que están preparados o no les agrada. Esperan al principio encantador, a la barca de los sueños. Y de esa manera se atrofian sus instintos de vivir; sus mentes se embotan y sus cuerpos se vuelven flácidos y cuando llega el príncipe, cuando atraca la barca, no están preparados. Al final, todo es vanidad.
De acuerdo con Richard L. Evans del times de Detroit, para todos nosotros no siempre esta claro, quizás rara vez lo esta, que es lo que en realidad esperamos, pero algunos insistimos en esperar de una manera tan crónica que la juventud transcurre con gran rapidez, las oportunidades también pasan a nuestro lado y la vida pasa, y aun nos encontramos en espera de algo que todo el tiempo a estado sucediendo… Pero, ¿Cuándo en este mundo será es día en que empecemos a vivir como si comprendiésemos la urgencia de la vida? Este es nuestro momento, nuestros días, nuestra generación… no una época dorada del pasado, ni alguna utopía del futuro… Es esto ya sea que nos haga sentirnos emocionados o desilusionados, ocupados o hastiados. Esta es la vida… y esta pasando… ¿Qué es lo que esperamos?
Pero es necesario tener cuidado: un cuarto es la elección de metas equivocadas. Los chinos hablan de un hombre de Beijing que en lo mas profundo de su corazón soñaba con poseer oro, mucho oro. Un día se levanto y cuando el sol estaba en lo alto, se atavió con sus prendas mas finas y se dirigió al atestado mercado. Se detuvo directamente frente a la barraca de un tratante en oro y, apoderándose de una bolsa repleta de monedas de oro, se alejo del lugar con toda tranquilidad. Los oficiales que lo arrestaron estaban sorprendidos: ¿Por qué robaste al traficante en oro a plena luz del día?”, le preguntaron, “¿y en presencia de tanta gente?”.
“yo no vi a nadie”, replico el hombre, “todo lo que vi fue el oro”. Cuando el oro o la gloria, el poder o algún lugar, se convierten en una idea fija, por lo general, no segamos no solo a las necesidades de los demás tanto en el hogar como en el mercado, sino también a nuestras propias necesidades, a las necesidades de nuestro yo interno. He conocido a cientos de hombres y mujeres y he charlado con ellos. Todos eran seres a quienes atribuían un gran éxito pero que en la santidad en mi estudio reconocieron experimentar una devastadora sensación de fracaso. Habían fijado la mirada en una meta que esta representará a su autorrealización y cuando la alcanzaron era lo que anhelaban su alma. Con frecuencia fue la meta que destruyo sus almas.
Esta es una gran tristeza: descubrir, después de incontable de lucha alcanzar el objeto de nuestro esfuerzo nos ocasiona felicidad. A menudo se trata de una falla al escoger la profesión: la práctica de la medicina de la leyes o de la administración, que en un tiempo prometían el éxito y la felicidad, puede dejar a quien practica una de esas profesiones hastiado y desilusionado vació de toda esperanza. Y cuando una persona ha llegado a la quinta o sexta década de su vida, sabe que ya es demasiado tarde para volverse atrás, para encontrar satisfacción en otra clase de vida. Son muy raras las almas que han hecho acopio de valor, se han enfrentado a la verdad, y alejándose de toda una vida de “logros”, han acudido a un llamado que les dio la paz. Pero la mayoría de nosotros, me temo, seguiríamos arrastrando el descontento. Incluso Tolstoi no se sentía enteramente feliz, cuando renuncio a la vida de aristócrata para volver a la tierra .casi todo nosotros, descontentos o no, comprendemos que debemos continuar hasta el final de la senda. Hemos empezado mal y agravado el error a todo lo largo de los años, pero ya no nos queda otra elección posible.
He aquí una paradoja peligrosa: tomamos la mayor parte de nuestra decisiones vocacionales y domesticas, cuando somos jóvenes; y sin embargo, el hombre responsable no puede aceptar fácilmente consejo, sino que debe averiguar por si mismo que es la vida. Con frecuencia esta más allá de la posibilidad de un cambio, cuando empieza a comprender en que consiste la felicidad. Se necesitan una gran honestidad y una forma de pensar sensata para ser capaz de hacer una elección firme y confiada antes de que sea demasiado tarde. Muchos de nosotros mismos dejamos que alguien mas, la familia o las circunstancias, tomen la decisión por nosotros, y mas adelante nos arrepentimos de ello. Phillip Brooks, un gran predicador, comento en una ocasión:
Hay un hombre joven indolente y distraído durante lo que el llama la practica de la ley. Para el no significa nada; su profesión no lo quiere mas de lo que el quiere a su profesión. Esta allí porque se trata de un empleo honorable y respetable; porque allí lo pusieron la tradición de su familia o la decisión de una serie de personas. Dejemos que por una sola vez haga acopio de una buena dosis de valor moral; dejemos que por una sola vez haga acopio de una buena dosis de valor moral; dejemos que por una vez se pregunte brevemente para que esta aquí en realidad, que es lo que verdaderamente puede hacer bien y con amor, cual es su deber, y quizás todas esas preguntas lo llevaran hasta el banco del carpintero o a la fragua del herrero.
Chiang-tzu, discípulo de Confucio, pescaba un día en el rió p’u. El príncipe de Ch’u envió a dos de sus funcionarios de alto rango a preguntarle si estaría dispuesto a hacerse cargo de la administración del estado ch¨u. Chiangtzu no les hizo caso y continúo pescando. Cuando lo presionaron para que les diera su respuesta, les hablo así: “He oído decir que en Chu ‘u hay una tortuga sagrada que murió hace tres mil años. El príncipe conserva esa tortuga encerrada en un armario que hay en el altar de su templo ancestral. Yo les pregunto: ‘¿preferiría esa tortuga seguir muerta y venerada, o estar con vida, meneando la cola en el fango?’ “.
“Viva, meneando la cola en el fango”, respondieron prontamente los funcionarios
“¡váyanse!” , exclamo Chiang-tzu, “¡yo también quiero seguir meneando la cola en el
Fango!”
Un quinto obstáculo es el atajo. “La semana pasada, en forest Hills”, informo el finado columnista de deportes, Arch Ward, “Maureen Connolly, de dieciséis años de edad, acababa de derrotar a Doris Hart en las semifinales del Torneo Nacional Femenino de Singles. De acuerdo con el testimonio de los expertos, su oponente jamás había jugado mejor. Pero la campeona de wimbledon y favorita del torneo no pudo ganarle a la adolescente californiana y quedo descalificada. Mary Hardwich Hare, ex campeona inglesa y veterana de la copa Wightman, corrió al comedor a felicitar a la señorita connolly. “Mary”, declaro Maureen, si puedes estar lista en treinta minutos, ¡ me gustaría practicar1 Y así lo hicieron durante mas de una hora . Al día siguiente, Maureen gano el campeonato Nacional. La mayoría de nosotros, comento ward, podría aprovechar esta historia de la señorita de san diego, que en el momento de sus mayor triunfo declaro:” Me gustaría practicar’”.
Una corriente eléctrica seguirá la línea de menor resistencia; pero un foco alumbrar precisamente por que hay una resistencia. Mucho de nosotros escogemos instintivamente la ruta más corta, más fácil, más rápida, hacia el éxito solo para descubrir que era ilusorio; que el foco no alumbro. Se ha pronunciado demasiado trivialidades acerca del trabajo arduo no trataremos de sumarnos a ellas. El trabajo arduo rara vez es placentero pero la conquista, ya sea de la materia, de la mente o del alma, si es placentera; es conducente al bienestar a la felicidad y no puede lograrse ninguna conquista sin un trabajo arduo, ninguna conquista puede ofrecer un verdadero placer sino ha requerida un trabajo arduo.
Con mucha frecuencia el atajo la línea de la menor resistencia es el responsable de un éxito insatisfactorio y que se desvanece. Con mucha frecuencia, el atajo es el responsable de la elección de metas inapropiada como las que discutamos hace un momento. Conozco a un hombre que es editor de una revista, y de los buenos; pero durante quince años ha sabido que nació para ser maestro. La enseñanza significaba primero la obtención de un titulo de maestro y después una lenta iniciación en una pequeña escuela; un prolongado periodo de trabajo arduo con un salario bajo. Tenía aptitudes para la escritura y la redacción y pronto obtuvo buenos resultados, que le abrieron un buen futuro trabajando en la revista. Hizo su elección conscientemente y no se siente un hombre desgraciado; es un hombre competente y respetado, pero no es completamente feliz; no puede sentir que ha tenido éxito. Lo toma de buen grado y considera su fracaso en una forma bastante sensata, pero sigue siendo un fracaso.
Hay otros atajos. Uno de ellos es la negativa a respetar las reglas establecidas de la decencia y la honestidad. Un buen número de nuestros hombres de negocios, que ocupan las posiciones mas elevadas, podrían haber sido tan ricos y tan poderosos, pero más respetado e infinitamente más felices si hubiesen tomado la senda más lenta y más larga de una absoluta integridad ética y decencia moral. El hábito del trato mordaz, de la energía inflexible, que les parecía necesario para el éxito ciertamente fue más rápido y más lucrativo. Pero ahora una parte de ellos se ve privada para siempre de la felicidad. ¿Puede llamársele éxito a esto? El trato mordaz y la inmoralidad a menudo “tiene éxito” precisamente porque la inmensa mayoría de la humanidad percibe en forma intuitiva que la decencia y el honor son necesarios para la felicidad; por consiguiente, muchas personas son relativamente inocentes y hasta cierto grado, se encuentran a merced del embustero y del estafador. En alguna forma, Barnum estaba en lo cierto: cada minuto nace un incauto. Y gracias a Dios por los incautos que tienen decencia: son la sal de la tierra. Son aquellos en quienes aun no muere la posibilidad de la felicidad.
Un sexto obstáculo es exactamente opuesto al quinto: tomar la senda mas larga. Hay un viejo adagio que dice que la ruta más larga es la más corta (y la más dulce) hacia el hogar. Quizá esto a menudo sea cierto en el amor, pero no lo es siempre en la vida. Se cuenta que en una ocasión Einstein, al pedirle que explicara su teoría de la relatividad, replico que quizá el ejemplo mas sencillo que podía ofrecer era el siguiente: cuando un joven pasa una hora en compañía de la joven que ama, le parece como un minuto, pero ese mismo joven, obligado a permanecer sentado durante un minuto sobre una estufa caliente tendría la impresión de que había transcurrido una hora. No obstante, aquí hablamos de la realidad, no de la relatividad.
Los antiguos comentarista bíblicos, al explicar la razón por la cual Dios no condujo a los hijos de Israel hacia la tierra prometida siguiendo la senda recta y mas corta que cruzaba las tierras de los filisteos, que solo requería una jornada de viaje de once días, sino que en vez de ello los guió por una ruta tortuosa y mas larga, atravesando el desierto, y que les llevo cuarenta años, declaraban que lo hizo con objeto de que ese pueblo, condicionado a la esclavitud, pudiese prepararse gradualmente para el empleo prudente y el disfrute de la libertad. Pero sabemos que todo ellos (toda la generación adulta que abandono Egipto) fallecieron en ese desierto. Les llevo tanto tiempo llegar a la tierra prometida, que jamás lo lograron.
De vez en cuando, presido los oficios de difuntos de un hombre de cincuenta o sesenta años de edad que falleció repentinamente, justo cuando hacia planes para emplear sus bien ganadas riquezas y los años restantes de su vida haciendo y disfrutando de todas las cosas con las que soñaba cuando empezó a forjar su carrera. La familia, con lagrimas en los ojos, me hablo de la larga y difícil jornada de afanes y problemas, de luchas sacrificios, que ese hombre recorrió para lograr su gran éxito, y de la inmensa pena que todos ellos experimentan en lo mas profundo de su corazón al comprender que, en el momento mismo en que podía tomar las cosas mas a la ligera y “darse la gran vida”, esa vida le fue arrebatada. “Que lastima”, manifiesta llorando. Y yo pienso que si fue una lastima que no se haya detenido antes en el camino; que antes no se haya sentido satisfecho con menos éxito material y antes no se haya realizado. la senda mas larga no siempre es la mas corta a casa. Con mucha frecuencia, si esperan mucho, o si recorren una distancia demasiado larga, jamás llegan a casa.
El séptimo obstáculo es desatender las pequeñas cosas. Una anécdota acerca del presidente Mckinley, posiblemente la historia es apócrifa, pero viene al caso en este momento, ilustra lo que trato de decir. El presidente se encontraba en un dilema, tenia que elegir entre dos hombres igualmente capacitados para ocupar un alto puesto diplomático. Ambos eran viejos amigos. Al hacer memoria, le vino a la mente un incidente que le ayudo a tomar esa decisión. Una noche de tormenta, McKinley abordo un tranvía, ocupado el ultimo asiento disponible, cerca de la parte posterior, cuando una anciana lavandera lo abordo, llevando un pesado cesto de ropa. Se quedo parada en el pasillo, y a pesar de su edad y de su apariencia desolada, nadie le ofreció un asiento. Uno de los dos candidatos de McKinley, en aquel entonces mucho mas joven, se encontraba sentado cerca de ella; iba absorto en la lectura de un periódico, y tuvo mucho cuidado de seguir así, de tal manera que pudiera fingir que no había visto a la anciana. McKinley avanzo por el pasillo y tomando el cesto de ropa, condujo a la mujer hasta su asiento. El hombre jamás alzo la vista, nunca supo lo sucedido ni se entero jamás de que esa acción mínima de egoísmo, mucho tiempo después lo privaría de la oportunidad de hacerse cargo de una embajada, la corona de su ambición.
Hay cientos de historias que ponen de relieve la importancia de las pequeñas cosas. Una puerta que permanece cerrada, un documento que queda sin firmar, unos cuantos carbones encendidos en el fogón; que Edison perdió una patente debido a un punto decimal mal colocado. Se han perdido batallas decisivas por “falta de un clavo”. Nos ponemos sentimentales al escuchar canciones que hablan de que “lo que cuenta son las pequeñas cosas”, pero seguimos haciendo caso omiso de todas esas pequeñas cosas.
En una reunión de oración celebrada en una vieja iglesia rural, se escucho la voz de un piadoso miembro de la congregación, que imploraba fervientemente: “oh Señor, haz uso de mi, pero en un puesto ejecutivo”. Grandes ideas, mucho dinero, grandes acontecimientos, personajes importantes; creemos que todo eso debe pertenecernos, que deseamos todo eso a nuestro alrededor; las pequeñas cosas (así llamadas) son para las personas insignificantes (así llamadas). La verdad es que ningún hombre, ninguna labor, es pequeño o insignificante. Los hombres y los trabajos son diferentes: mas fáciles de manejar o mas fáciles de abordar, o con un resultado menos significativo. Pero todo lo que requiere que se le preste atención o que se lleve a cabo es grande. “sin cuchillos afilados”, declaro en una ocasión un chef francés, “simplemente seria un cocinero mas”. Una buena noticia para el aprendiz que se encargaba de afilar los cuchillos.
El buen ejecutivo mantiene el dedo apúntenlo hacia las pequeñas cosas: sabe que si se manejan mal, pueden llegar a convertirse en grandes problemas. Para un medico cirujano no hay pequeñas cosas: hasta el menor detalle es cuestión de vida o muerte. Para un abogado, una vaga o intima confusión puede costarle a su cliente la libertad, e incluso la vida. Para un clérigo no hay pequeños problemas: en un alma humana no hay nada insignificante.
Debemos apreciar y valorar los detalles; debemos preocuparnos por ellos. Oscar Hammerstein II, en una ocasión contemplo una fotografía de primer plano de la estatua de la libertad. Tomada desde un helicóptero. La cabeza de la estatua se revelaba en sus menores detalles y hammerstein observó que el escultor había efectuado concienzuda labor con el cabello de la mujer. Cada mechón de cabello estaba en el lugar adecuado. En su época, difícilmente podía saber que alguien, con la posible excepción de una gaviota, llegaría a ver jamás ese cabello. Pero le concedió el mismo cuidado que al rostro, el brazo y la antorcha.
Y el nuevo testamento nos habla de la parábola de un noble que, al encontrar con que uno de sus servidores se había encargado de una pequeña tarea son un éxito singular, lo alabo en los siguientes términos: “bien hecho, mi buen servidor, porque supiste ser fiel en algo tan pequeño, tendrás autoridad sobre diez ciudades”.
El octavo obstáculo es desistir demasiado pronto. Recientemente leí una historia en una revista (el autor pretende que es verdadera), titulada “el guijarro del éxito”. Rafael Solano, desalentado y físicamente agotado, se sentó sobre un canto rodado en el reseco lecho del rió e hizo la siguiente declaración a sus dos compañeros:”ya no puedo mas”, comento, “no tiene ningún caso seguir adelante. ¿Ven este guijarro? Pues bien, es el numero 999 999 que he recogido, y hasta ahora no he encontrado un solo diamante. Si recojo uno mas, completare el millón, pero ¿Qué caso tiene? Desisto de todo”.
Eso sucedía en el año de 1942; los tres hombres habían pasado largos meses explorando el terreno en el lecho de un rió en Venezuela, en busca de diamantes. Trabajaron encorvados, recogiendo guijarros, deseando anhelando el menor indicio de un diamante. Tenían las ropas hechas jirones, los sombreros raídos, pero jamás pensaron seriamente en desistir, hasta que Solano declaro, “ya no puedo más”. Uno de ellos, en tono displicente, respondió, “recoge otro y completa el millón”.
“de acuerdo”, respondió Solano; encorvándose, apoyo la mano sobre un montón de guijarros y saco uno. Era casi del tamaño del huevo de una gallina. “aquí lo tienen”, declaro, “es el ultimo”. Pero era muy pesado, demasiado pesado, y lo estudio bien muchachos, ¡es un diamante! , grito. Harry winston, un comerciante en joyas de Nueva York, le pago a Rafael Solano 200 000 dólares por ese guijarro que completo el millón. Llamado El Libertador, es el diamante más puro y de mayor tamaño que jamás se haya encontrado.
Quizás Solano no necesitaba otra recompensa; pero creo que debió experimentar una felicidad que iba mas allá del aspecto financiero. Se fijo un curso; las probabilidades estaban en su contra, pero persevero y triunfo. No solo llevo a cabo lo que se propuso, que en si ya era una recompensa, sino que lo hizo enfrentándose al fracaso y a la oscuridad.
Un viejo aforismo de los cazadores nos enseña que la mitad de los fracasos en la vida se deben a que detenemos al caballo a la mitad del salto. Eliu Root manifiesto en una ocasión, “los hombres no fracasan; se dan por vencidos en el intento”. Con frecuencia no es el mal inicio, sino la parada equivocada, lo que significa la diferencia entre el éxito y el fracaso. Seria tonto desistir cuando llevamos la delantera; pero todavía es más tonto desistir cuando nos hemos quedado muy atrás. Se requiere una gran voluntad para resistir un poco más. Se requiere juicio para saber que la medida del éxito no es la suerte, ni las oportunidades del juego, sino la conquista del fracaso.
“el problema con la mayoría de nosotros”, se ha dicho, “es que dejamos de luchar en los momentos de lucha”. Hasta en los juegos de palabras hay cierta sabiduría.
El noveno obstáculo es el peso del pasado, jamás podremos liberarnos de los recuerdos, únicamente podemos enfrentarnos a ellos con honestidad. En alguna parte leí, y anote esta sabia observación:
Durante toda nuestra vida tenemos que vivir con nuestros recuerdos, y a medida que envejecemos dependemos cada vez más de ellos, hasta que un día quizás sea todo lo que nos quede. Pueden ser deprimentes, amargos, humillantes, angustiosos, o bien pueden ser animosos, agradables, dignos y consoladores. Las cosas que entraron en ellos son las que surgirán de ellos, ya sea que nosotros las hayamos colocado allí o que nos hayamos visto obligados a recibirlas.
Los recuerdos del pasado pueden infundirnos valor, confianza y fuerza creativa; o bien, pueden atarnos en una oscura nube de depresión y derrota. Incluso las alegrías del pasado pueden encadenarnos: conozco a hombres y mujeres que se sienten tan orgullosos del apellido de sus ancestros, de sus logros o acumulación de bienes, que son incapaces de dirigirse por si mismos en nuevas direcciones. Conozco a hombres tan estropeados por un primer éxito que ya no les queda otro impulso hacia el logro.
Pero son más comunes los recuerdos desalentadores. El recuerdo del dolor, de la perdida, de un fracaso previo, puede hacer que la vida no parezca digna de vivirse. A menudo esta sensación es temporal, lo vemos entre los familiares de una persona que ha fallecido, entre los prisioneros que de pronto recobran su libertad o entre los refugiados que han pasado por todos los horrores de la vida moderna y jamás han conocido sus alegrías. Y los recuerdos deprimentes tienden a petrificarse, a endurecerse; los llevamos como un peso y perdemos nuestra capacidad de transformarlos en una energía creativa.
Un famoso psiquiatra comenta que uno de sus pacientes perturbados reconoció, después de varias sesiones: “es mas fácil recostarse en un diván hurgando en el pasado, que sentarse en una silla enfrentándose al presente”. Y todavía es más difícil ponerse de pie y caminar hacia el futuro. La preocupación por el pasado siempre es una retirada. Hay una vieja broma entre cazadores que nos aclara este punto: durante un safari, dos cazadores acorralaron a un león que en vez de atacar, se dio la vuelta, desapareciéndose entre los matorrales. Uno de los aterrorizadores cazadores tartamudeo dirigiéndose al otro, “adelántate y ve hacia donde se dirige; mientras tanto, yo regresare y veré de donde salio”.a menudo reaccionamos igual que ese cazador. Los problemas del mañana son desconocidos; pueden causarnos un nuevo dolor. Los de ayer ya terminaron, todavía son dolorosos, pero ese dolor ya lo conocemos, casi es cómodo. Es mas sencillo, menos arriesgado, permanecer estáticos, aceptar el consuelo que podemos obtener de nuestros sufrimientos acostumbrados. Y tarde o temprano, vemos que somos incapaces de dar un paso hacia adelante; nos encontramos atrapados en las arenas movedizas de nuestras propias lamentaciones. David Livingstone, el gran explorador, explicaba en una ocasión: “Iré a cualquier parte, siempre y cuando sea hacia delante”. Este es un ideal que no siempre no es posible en la práctica. Hay ocasiones en la que debemos retroceder uno o dos pasos para orientarnos. Pero nuestros impulsos deben dirigirse hacia adelante, nuestros instintos deben estar encaminados al progreso. Recuerden que la vida es crecimiento, y que al deja de crece y madurar, al temerle a lo nuevo, negamos la vida. El décimo obstáculo es la ilusión del éxito. El es una diosa muy veleidosa, creemos que somos sus dueños, pero ella sabe que no es asi. Uno de los temas favoritos de la literatura moderna es la tragedia del éxito fácil, el éxito rápido, es casi éxito, el éxito sustituido. Mucho de nosotros nos dejamos engañar de un acontecimiento por un logro; tiene toda las característica del éxito y los demás actúen como si fuese un éxito pero no logra satisfacernos. Hacemos caso omiso de nuestras dudas; convenimos en que ya hemos llegado; adoptamos una mascara y aceptamos la elevada opinión popular acerca de nosotros.
En ese punto hemos dejado de tratar de ser nosotros mismos. Hemos aceptado la alabanza o el dinero, lo hemos identificado con la felicidad y supuesto que al nuestro. Parece innecesario un logro más. Hemos renunciado al derecho de seguir adelante hasta alcanzar el verdadero éxito. Napoleón lo sabia (¡de muy poco sirvió!); en una ocasión manifestó, “el momento mas peligroso llega con la victoria”. El logro del éxito es mas precario cuando parece ser permanente. Es entonces cuando sobreviene la excesiva confianza; y cuando surge un nuevo problema, nos sentimos sorprendidos y amargados: ¿Cómo es posible que tenga problemas ahora, cuando ya he alcanzado el éxito? La respuesta es que el éxito, al ser tan veleidoso, quiere que se le corteje constantemente; jamás se puede ganar por siempre para siempre. La victoria pierde su valor a menos de que la usemos como un medio para alcanzar fines todavía más grandes. En si misma solo es un triunfo temporal, y esencialmente inútil. Talleyrand comento en una ocasión, “un hombre puede hacer cualquier cosa con una espada, excepto sentarse sobre ella”. Sucede lo mismo con el éxito.
Y cuando hemos perdido la costumbre de la lucha constante, el éxito puede causarme mas mal que bien si se presenta de nuevo. A los apostadores de caballos les agrada narrar la historia de Broadway Ltd. (hijo de Man o War), cuyo propietario pago por el 65000 dólares en el año de 1928. Broadway Ltd. Jamás gano una sola carrera (quizás hubiese preferido la cacería, o incluso arrastrar un carretón de leche; pero por supuesto, nadie consulto su opinión); no ponía el corazón en lo que hacia. Finalmente en el año de 1.930, cuando competía por un premio de 900 dólares completo tramo llegando el primer lugar. Solo y a la cabeza subía cayo muerto.
No podemos sufrir a causa de un éxito ilusorio a menos seamos tan tontos como para considerar el éxito publico como una meta en si. El problema es que la mayoría de nosotros no ha aprendido a desembrollar las nociones del éxito vulgar y del éxito personal: constantemente apuntamos hacia ciertas metas que creemos recibirán la aprobación de los demás, y después sufrimos al descubrir que tenían muy poco que ver con la verdadera felicidad.
Tolstoi nos dejo una sorprendente una parábola, una alegoría para el siglo xx, en su obra “How Much Land Does a Man Need? (¿Qué tanta tierra necesita un hombre?). Pakhom, el aldeano ruso, esta firmemente convencido de que alcanzara el éxito cuando posea tantas tierras como las que abarcan las vastas posesiones de los nobles rusos. Llega un día en que le ofrecen tantas tierras como el mismo pueda circundar corriendo a la máxima velocidad, desde la salida hasta la puesta del sol. Sacrifica todas sus posesiones a fin de dirigirse hasta el remoto lugar en donde le han hecho esa generosa oferta. Después de incontables penalidades, llega y se prepara para su gran oportunidad del día siguiente. Se fija un punto de partida. Pakhom sale como un tiro a la hora del alba. Corriendo bajo el sol de la mañana, no mira a derecha ni a izquierda; febril, corre bajo la luz cegadora y el calor ardiente. Sin detenerse a comer o a descansar, continúa su recorrido agobiante y abrumador. Y cuando al sol de pone, tambaleándose, completa el circulo. ¡Victoria! ¡Éxito! ¡Ha realizado el sueño de toda su vida!
Pero al dar el último paso, cae muerto. Ahora toda la tierra que necesita serán dos metros
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