domingo, 6 de junio de 2010

CÓMO CONTROLAR A SUS ENEMIGOS


Hay un viejo proverbio italiano que dice, "¿Tienes cincuenta amigos? No son suficientes. ¿Tienes un enemigo? Es demasiado". Nadie puede discutir la sabiduría de estas palabras y, sin embargo, es virtualmente imposible alcanzar el éxito en cualquiera de sus formas, sin adquirir toda una colección de individuos que se regocijarían con nuestra caída. Incluso los más amados entre los triunfadores, como Jesús, Ghandi y Lincoln, tuvieron a su lado a seres que se confabularon en su contra.
Por supuesto, los enemigos en ocasiones pueden resultar muy valiosos. Por lo común, en las opiniones que se forman de nosotros están más cerca de la verdad que nosotros en lo que opinamos de nuestra persona, de manera que podemos aprender algo de ellos. Pero en su mayor parte son peligrosos para nuestro futuro y debemos aprender a hacerles frente con el menor riesgo posible para nosotros mismos.
En el aspecto humano debería haber algo tan eficiente como las ametralla¬doras, para defendernos de la horda de personas molestas que se arremolinan a nuestro alrededor en la oficina, en el hogar y en la calle. Hemos estado oprimidos durante largo tiempo y nos gustaría encontrar alguna forma de superar las fuerzas superiores de un mundo codicioso.
¿Existe alguna forma de hacerlo? Ninguna, según los pesimistas. Debe¬mos llevar nuestra carga, se lamentan los moralistas. Esa es la clase de mundo en que vivimos, sostienen los sofisticados.
Sin embargo, yo no estoy muy convencido de que la inteligencia que logró dividir el átomo y enviar al hombre al espacio exterior sea incapaz de descubrir algunas formas para vivir más fácilmente.
Estas son las palabras de David Seabury, en la edición corregida de su obra clásica sobre la autoayuda, The Art of Selfishness, de la cual se ha tomado esta lección. Un éxito de venta en el año de 1937, este sorprendente libro no ha de-jado de reimprimirse desde entonces y sigue sacudiendo y estimulando a millo-nes de personas cada año.
¿Controlar a sus enemigos? Usted puede hacerlo y sin el uso de la fuerza. Hay una técnica mucho más efectiva, insiste el doctor Seabury. El hombre nace para sobrevivir. Aun cuando su fin es inevitable, no hay razón alguna por la cual su vida no pueda ser larga y placentera. Sólo hay un obstácu¬lo que se interpone en su camino. Ha aprendido a protegerse de la naturaleza; gradualmente ha ido ganando la lucha contra las enfermedades y el tiempo; pero todavía no ha aprendido a defenderse contra la envidia, la codicia, la mali¬cia y el egoísmo de otros hombres.
¿Es un pecado protegerse contra un ataque?
Para los sentimentales, todavía imbuidos de ideas infantiles, esta defensa parece egoísta. Quisieran hacerle creer que "devolver golpe por golpe" es una violación a nuestra herencia moral (que muchos predican, pero que muy pocos practican).

Aquellos de nosotros que no estamos de acuerdo con este espíritu indolen¬te, creemos que una de las obligaciones primordiales de toda criatura viviente es actuar de tal manera que las fuerzas del mal cada vez tengan menos posibili-dades de destruir a las fuerzas del bien en la vida. Si les permitimos que se desen¬frenen, no habrá esperanza alguna.

El problema de la enemistad llega hasta el fondo mismo de la nueva ética. Existen dos principios que han regido en las antiguas filosofías. En uno de ellos, se usaban medios violentos, ventilando la cólera y satisfaciendo el ansia de ven-ganza, conquistando por la furia. En el otro, se permitía que el mal nos con-quistara.

Ghandi, en un tiempo, practicó este método pasivo, pero dudo mucho que tenga algún valor para los occidentales. Sin embargo, la sumisión constructiva, o sea, una campaña activa para vencer al enemigo a través de medios positivos, es una tercera forma intermedia de hacerle frente al mal. Deje que su antagonista se destruya a sí mismo; encuentre algunos medios para vencerlo sin el uso de la fuerza. Una especie de judo o de karate mentales.

No luche por el solo placer de luchar; no luche para ensoberbecer su ego; no luche para exaltar su orgullo; no luche para vencer a su adversario o para castigarlo. Luche sólo por lograr un fin digno y luche sin luchar... por muy incongruente que esto le parezca. Pugne por la fuerza positiva, por la fuerza impulsora que será invencible en la superación de sus problemas. Por ejemplo, en una ocasión un hombre me amenazó con golpearme a fin de hacerme cambiar de manera de pensar, y tenía todas las intenciones de hacerlo, pero antes de que empezara le aseguré tranquilamente: "Cuando acabemos de pelear, no habrá cambiado mi manera de pensar. Puede darme muerte, pero no podrá convencerme. Esto lo recordará cuando se encuentre en la cárcel". Mi firmeza venció su cólera y no peleamos.

Con ello no trato de sugerir que cualquier persona puede eliminar cualquier clase de problema mediante una sumisión constructiva la primera vez que la pone en práctica. Sin embargo, si se practica hasta adquirir pericia en su empleo, obra milagros. Rara vez necesitará atacar si hace uso de su inteligencia.

Desde hace mucho se dice que si a un hombre le dan la cuerda suficiente, él mismo se ahorcará. Concédale una oportunidad a su enemigo y él será la causa de su propio fracaso. Lo hará al revelarle algún punto que usted pueda usar como un factor para darle jaque mate.

Había una mujer entre cuyos vecinos muy pocos eran los que le simpati¬zaban a su esposo, pero ella sentía cariño por muchos de ellos. El también le negaba una sirvienta, a pesar de que disponían de dinero para pagar una. La mu¬jer encontraba que las labores domésticas eran agobiadoras y se entristecía al ver el predicamento en que se encontraba, hasta que un día se le ocurrió que un mal podría remediar otro.

"¿No es maravilloso?", observaba desde entonces con regularidad. "No tengo necesidad de mantener mi casa tan aseada como las demás, puesto que no tenemos a nadie que nos visite y, por consiguiente, no es tan importante". Disgustado al ver las condiciones de desaseo en que se encontraba su hogar, el esposo contrató los servicios de una ama de llaves y después invitó a sus vecinos, así de decidido estaba a no vivir en un cuchitril.

Observe que con este método usted gana rindiéndose. Renuncie a todo lo que no sea esencial mientras pugna por lograr sus propósitos. Mantenga firmes sus convicciones, pero no los mezquinos valores que obstaculizan su consuma¬ción. Únicamente el egoísta exige una senda llana.

Franklin Delano Roosevelt conocía muy bien el secreto para controlar a sus enemigos. En una ocasión en que un senador reacio se interponía en el cami¬no de un proyecto de ley vital, se enteró de que el senador era un furibundo coleccionista de timbres postales y usó ese conocimiento en provecho propio. Una noche, cuando trabajaba en su propia colección de estampillas de correo, llamó por teléfono al senador para pedirle su ayuda. El senador, halagado, fue a visitarlo esa misma noche; trabajaron juntos durante un buen rato y al día siguiente, cuando se sometió a votación el proyecto de ley, el senador votó en favor de él. La lección anterior es muy importante. Durante esa sesión de filate-lia, ninguno de los dos hombres mencionó sus diferencias en lo concerniente al proyecto de ley. Simplemente llegaron a conocerse mejor uno al otro y así el "enemigo" se convirtió en un "amigo".

A veces un enemigo es una persona pendenciera y lo único que necesita para que vacile es una demostración de fuerza. Esto es cierto tanto en el caso de los individuos como en el de las naciones. El valor y la convicción son armas muy poderosas cuando se combate con un enemigo que sólo depende de la fuerza de sus puños o de las armas. Los animales saben cuando usted les tiene miedo; un cobarde sabe cuándo no le teme.

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