Sin lugar a dudas, Phineas Taylor Barnum ha sido uno de los hombres más grandes del espectáculo que jamás haya admirado Norteamérica. De no haber existido, es muy probable que Horacio Alger lo hubiese inventado como héroe de una de sus epopeyas con el tema “de los andrajos a la riqueza”.
De un comienzo en verdad humilde como dependiente de una tienda de abarrotes y apenas con una educación primaria, P.T. Bárnum, con el tiempo, llegó a desarrollar la mayor asociación cincerse de todo el mundo, a la que bautizó como “El espectáculo más grande del mundo”.
Barum tenía ideas muy definidas sobre el éxito y la forma de alcanzarlo, e incluyó sus consejos prácticos que aún son válidos hoy en día en su autobiografía, The Life of P.T. Barnum, Written by Himself. Invariablemente, cuando recibía una invitación para pronunciar un discurso, hacía referencia a las “reglas del éxito” mencionaba en su libro y, a medida que la popularidad de sus conferencias iba en aumento, empezó a llamarlas “ El arte de convertirse en un experto en ganar dinero” . P.T. era un hombre suficientemente sensato para comprender, partiendo de sus propias experiencias como promotor y político, que había un tema del cual el público jamás se cansaba, el dinero.
Esta lección se ha tomado de su discurso sobre el “dinero”. Aun cuando iba dirigido primordialmente a las juventudes norteamericanas, con el propósito de enseñarles a perseguir la riqueza con integridad y carácter, puede estar seguro de que, cualquiera que sea su edad y su nacionalidad, descubrirá muchas cosas que lo ayudarán a pensar con claridad acerca de adónde va y cómo quiere llegar hasta allí.
Una vez que haya terminado todo este semestre, podrá comprender los principios básicos para la acumulación de dinero, aunque ya para ahora tal vez ha comprendido que el dinero no lleva consigo ninguna garantía de felicidad. También habrá aprendido mucho más, sobre todo la poderosa verdad de que los principios del éxito jamás cambian, que son inmutables, como está a punto de recordarles el miembro más pintoresco de nuestra facultad…
En Estados Unidos, en donde hay más tierras que habitantes, no es nada difícil que quienes gozan de buena salud hagan dinero. En este campo de acción relativamente nuevo, hay tantas avenidas abiertas que conducen al éxito, tantas vocaciones a las que no se dedica una multitud, que cualquier persona de ambos sexos, dispuesta, cuando menos por el momento, a dedicarse a cualquier ocupación respetable que le ofrezcan, puede encontrar un empleo lucrativo.
Quienes realmente desean alcanzar cierto grado de independencia sólo tienen que concentrar su mente en ello adoptar los medios adecuados, como lo hacen respecto a cualquier otra cosa que desean lograr, y todo resultará muy sencillo. Pero por muy sencillo que encuentren hacer dinero, no tengo duda alguna de que muchos de los que me escuchan coincidirán con migo en que lo más difícil del mundo es conservarlo.
Según dice Benjamín Franklin, con toda verdad, el camino a la riqueza es “tan llano como el camino al molino”. Cosiste en gastar menos de lo que se gana; éste parece ser un problema muy sencillo. El señor Micawber, uno de esos afortunados personajes creados por el genial Dickens, nos explica el caso bajo una luz poderosa, al declarar que al tener un ingreso anual de veinte libras y gastar veinte libras y seis chelines significa ser el más desdichado de los hombres; en tanto que si se tiene un ingreso de sólo veinte libras y únicamente se gastan diecinueve y seis chelines, eso equivale a ser el más afortunado de los mortales.
Muchos de los que me escuchan podrán decir, “comprendemos esto; se trata de economía y sabemos que la economía significa riqueza; sabemos que no podemos comernos el pastel y guardarlo”. Sin embargo, les ruego que me permitan decir que quizá hay un mayor número de fracasos que se originan por errores cometidos en este aspecto que los que se deben a otras causas. El hecho es que muchas personas creen comprender la economía, pero en realidad no es así.
La verdadera economía consiste en hacer siempre que los ingresos sobrepasen los egresos. Si es necesario, usen su traje viejo un poco más; prescindan del nuevo par de guantes; remienden ese vestido viejo; vivan con alimentos más sencillos si es necesario, de tal manera que bajo cualquier circunstancia, a menos de que ocurra algún accidente imprevisto, siempre haya un margen a favor de los ingresos. Un centavo aquí, un dólar allá, colocados en un interés fijo, seguirán acumulándose y así se logra el resultado deseado. Quizá se requiere cierto entrenamiento para hacer esta clase de economías, pero una vez que se acostumbren a ello, descubrirán que hay mas satisfacción en un ahorro racional que en un gasto irracional. He aquí una receta que les recomiendo; he descubierto que funciona como una excelente cura para la extravagancia y sobre todo para la economía errónea: cuando se encuentren con que no hay ningún sobrante al final del año y, sin embargo, disfrutan de un buen ingreso, les aconsejo que tomen algunas hojas de papel y hagan con ellas una especie de libreta en donde anotarán cada uno de los aspectos de sus gastos. Lleven una contabilidad diaria o semanal, y hagan dos columnas, una titulada “necesidades” o incluso “comodidades” y otra titulada “lujos” y encontrarán que esta última columna será dos, tres y frecuentemente hasta diez veces más larga que la primera. Las verdaderas comodidades de la vida sólo cuentan una sola porción de lo que gana la mayoría de nosotros. El doctor Franklin declara: “son los ojos de los demás y nuestros propios ojos la causa de nuestra ruina. Si todo el mundo estuviese ciego, con excepción de mi mismo, no me preocuparía por tener ropas o muebles elegantes”. El temor a lo que pueda decir doña Chismes es lo que mantiene a muchas familias acaudaladas atadas a un trabajo incesante. A todos nos agrada repetir, “Todos somos libres e iguales”, pero en más de un sentido, esto es un gran error.
El hecho de todos nacemos “libres o iguales”, es una gloriosa verdad, en un sentido y, sin embargo, no todos nacemos igualmente ricos y jamás lo seremos. Podríamos decir, “He ahí un hombre que disfruta de un ingreso de cincuenta mil dólares al año, en tanto que yo solo tengo mil; conocí a ese tipo cuando era tan pobre como yo, pero ahora él es rico y cree que es mejor que yo. Le demostraré que soy tan bueno como él; me compraré un carruaje y un caballo; no, no puedo hacer eso, pero alquilare uno y esta tarde iré a pasear por el mismo camino por donde él acostumbra hacerlo y así le demostraré que soy tan bueno como él”.
Amigo mío, no necesita tomarse esa molestia, pues fácilmente puede demostrarle que es tan bueno como él; sólo tiene que comportarse como él lo hace, pero no puede hacer que nadie crea que es tan rico como él. Además, si se da esos “aires de grandeza” y desperdicia su tiempo y gasta su dinero, su pobre esposa se verá obligada a tronarse los dedos en casa y a comprar sólo cien gramos de café cada vez, y todo lo demás en la misma proporción a fin de que usted pueda guardar las “apariencias” y, después de todo, ni siquiera engañará a nadie.
Los hombres y las mujeres acostumbrados a satisfacer todos sus caprichos y antojos, en un principio encontrarán difícil reducir todos esos gastos innecesarios y tendrán la impresión de que es una gran autonegación vivir en una casa más pequeña de lo que acostumbraban, con un mobiliario menos costoso, menos invitados, ropa más económica, menos servidumbre y asistiendo a menos bailes, fiestas, teatros, paseos, excursiones de placer y consumiendo menos puros, licores y toda clase de otras extravagancias; pero después de todo, si ponen en práctica un plan para separar una “pequeña reserva” o, en otras palabras, una reducida suma de dinero y la meten al banco a un interés fijo, o bien, la invierten sensatamente en la adquisición de tierras, se sorprenderán al ver el placer que se deriva cuando su pequeño “montón” se acumula constantemente, con los hábitos de economía engendrados por este curso de acción.
El traje viejo, el sombrero y el vestido pasados de moda, servirán todavía para la próxima temporada; el agua mineral tendrá para ustedes un sabor más agradable que la champaña; un baño frio y una caminata ágil resultarán más estimulantes que un paseo en el carruaje más elegante; una charla social, una noche de lectura en el círculo familiar o una hora dedicada a algún pasatiempo o a un juego divertido serán mucho más agradables que una cena de cincuenta o de quinientos dólares, cuando la diferencia en el costo se refleja para todos aquellos que empiezan a conocer los placeres del ahorro. Miles de hombres siguen pobres y cientos de miles empobrecen después de haber adquirido más de lo suficiente para sostenerse durante el resto de su vida, a consecuencia de que trazaron sus planes de vida sobre una plataforma demasiado extensa. Algunas familias gastan veinte mil dólares al año y otros una cifra mucho mayor y difícilmente sabrían vivir con menos dinero, mientras que otras con frecuencia disfrutan en una forma más sensata con la décima parte de esa cantidad. La prosperidad es una prueba más severa de que la adversidad, sobre todo la repentina prosperidad. “El dinero que fácil llega fácil se va” es un viejo proverbio muy cierto. Un espíritu de orgullo y vanidad, cuando se le permite predomine, es la eterna oruga que roe lo más esencial de las posesiones mundanas del hombre, ya sean grandes o pequeñas, cientos o millones de ellas. Muchas personas a medida que empiezan a prosperar, de inmediato expanden sus ideas y comienzan a gastar en lujos, hasta que el poco tiempo sus gastos devoran sus ingresos y acaban por arruinarse, en un ridículo intento de mantener las apariencias y causar “sensación”.
Conozco a un aventurero que cuenta qué, cuando empezó a prosperar, su esposa expresó el deseo de tener un elegante sofá nuevo. “Ese sofá”, declara, “¡me costó treinta mil dólares!” Cuando tuvieron el sofá en casa, fue necesario comprar sillas que hicieran juego; después aparadores, alfombras y mesas que “fueran de acuerdo” con el sofá y las sillas y así sucesivamente, hasta cambiar todo el mobiliario; entonces descubrieron que la casa misma era demasiado pequeña y anticuada para el mobiliario, de manera que se construyó una nueva para que estuviese con las nuevas compras. “Así”, añadió mi amigo, “todo eso significo un desembolso de treinta mil dólares, ocasionando por un solo sofá, el cual me obligó a asumir otras responsabilidades en forma de sirvientes, equipo y los gastos necesarios que van aunados al mantenimiento de una ‘clase social’ elegante, equivalente a un desembolso anual de once mil dólares y para eso escatimado; mientras que hace diez años vivíamos con mayor comodidad real, porque teníamos menos preocupaciones, con la décima parte de eso. La verdad es” , continuó, “que ese sofá estuvo a punto de llevarme a una inevitable bancarrota, de no ser porque una inesperada ola de prosperidad me mantuvo por encima de ella y porque, además, la contrarreste con el deseo natural de ‘reducirme un poco´”.
EVITE LAS DEUDAS
Los hombres jóvenes que apenas se inician en la vida deben evitar las deudas. Difícilmente hay otra cosa que hunda más a una persona como las deudas. Significa colocarse en una posición de esclavitud y, sin embargo, encontramos a muchos jóvenes recién salidos de la adolescencia que ya empiezan a contraer deudas. Un joven encuentra a un amigo y comenta, “Mira esto; obtuve crédito para un traje” Parece considerar la ropa como si se tratara de una concesión especial para él. De acuerdo, con frecuencia es así, pero si logra pagar y nuevamente le otorgan crédito, está adoptando un hábito que durante toda su vida lo mantendrá sumido en la pobreza. Las deudas despojan al hombre del respeto hacia sí mismo y casi lo hacen despreciarse. Gruñe, se queja y trabaja para pagar lo que ya se ha comido o desgastado y cuando se le exige que pague, no tiene nada qué mostrar por el dinero que pagó: a esto se le llama en forma adecuada “trabajar para un caballo muerto”. No me refiero a los comerciantes que compran y venden a crédito, ni a quienes compran a crédito a fin de convertir la compra en una utilidad. El viejo cuáquero aconsejó a su hijo agricultor, “John, nunca pidas crédito; pero si te conceden un crédito para algo, que sea para estiércol, porque eso te ayudará a saldar su cuenta”.
El señor Beecher aconsejaba a los jóvenes que si podían hacerlo, se endeudarán con una pequeña cantidad para comprar algunas tierras en el campo. Acostumbraba a decir, “Si un joven solo se endeudara algunas tierras y después contrajera matrimonio, esas dos cosas lo mantendrían en el camino recto; de no ser así, ninguna otra cosa lo logrará”. Esto puede no ofrecer riesgos hasta cierto punto, pero lo que debe evitarse es contraer deudas para alimentos, bebidas y ropa. Algunas familias tienen la tonta costumbre de solicitar crédito en las tiendas y de esa manera con frecuencia adquieren muchas cosas de las que quizá podrían prescindir.
En ciertos aspectos, el dinero es como el fuego, es un excelente servidor, pero un amo terrible. Cuando los domina, cuando los intereses se acumulan constantemente en contra de ustedes, eso los mantendrá hundidos en la peor clase de esclavitud. Pero dejen que el dinero trabaje para ustedes y entonces tendrán el servidor mas devoto de todo el mundo. No es un servidor que sólo trabaja cuando el amo lo vigila. No existe nada, animado o inanimado que trabaje con tanta fidelidad como el dinero que produce intereses. Trabaja de día y de noche y en tiempo de lluvia o sequía.
No permitan que trabaje en su contra; si lo hacen, no tendrán posibilidad alguna de triunfar en la vida, por lo menos en lo que respecta al dinero, John Randoph, el excéntrico virginiano, en una ocasión exclamó en el Congreso: “ Señor Presidente, he descubierto la piedra filosofal: paguen sus gastos según vayan surgiendo”. Ciertamente, esto es lo mas cerca que jamás ha llegado alquimista alguno del descubrimiento de piedra filosofal.
CUALQUIER COSA QUE HAGA, HÁGALA CON TODAS SUS FUERZAS
De ser necesario, trabaje desde una hora temprana hasta una hora avanzada, en temporada y fuera de ella, sin dejar una sola piedra sin remover y sin que jamás retrase ni siquiera por una hora lo que puede hacer ahora. Hay un viejo proverbio lleno de verdad y significado, “Cualquier cosa que valga la pena hacerse vale hacerla bien”. Muchos adquieren una fortuna encargándose a fondo de su negocio, mientras que su vecino permanece pobre durante toda su vida, porque solo hace las cosas a medias. Ambición, energía, laboriosidad, perseverancia, son los requisitos indispensables para tener éxito en los negocios.
La fortuna siempre favorece al valiente y jamás a un hombre que no se ayuda a sí mismo. No tiene caso que pase toda su vida como el señor Micawber, en espera de que “se presente” algo. Para esa clase de hombres, por lo común lo que “se presenta” es una de dos cosas: el asilo o la cárcel, ya que el ocio engendra los malos hábitos y viste a un hombre de harapos. El pobre vagabundo derrochador le dijo a un hombre rico:
“Acabo de descubrir que en el mundo hay dinero suficiente para todos, si lo dividiésemos equitativamente; eso debe hacerse y entonces todos viviremos juntos y felices”.
“Pero”, fue la respuesta, “si todos fueran como tú, todo ese dinero se gastaría en dos meses y entonces, ¡qué harías?”
“¡Oh! ¡Volvería a dividirlo; seguiría dividiéndolo, por supuesto!” Recientemente leí en un diario de Londres un relato sobre un mendigo filósofo por ese estilo, a quien arrojaron de una modesta pensión porque no podía pagar la cuenta, pero en su bolsillo sobresalía un rollo de papeles y al examinarlo, resultó ser su plan para saldar la deuda nacional de Inglaterra sin necesidad de un solo centavo. La gente solo tiene que hacer lo que aconsejaba Cromwell: “No sólo se debe confiar en la providencia, también se debe conservar la pólvora seca”. Haga su parte del trabajo, o de lo contrario no podría triunfar. Una noche, mientras acompañaban en el desierto, Mahoma escuchó que uno de sus fatigados seguidores hacía la siguiente observación: “Soltaré mi camello y se lo confiaré a Dios”. “No, no, no es así”, declaró el profeta, “¡ata tu camello y confíaselo a Dios!”. Haga por si mismo todo lo que puedas y entonces confíe el resto a la Providencia, la suerte o como quiera llamarla.
NO COMPROMETA SU NEGOCIO
Los jóvenes, una vez que han terminado su entendimiento en los negocios, o su noviciado, en vez de ejercer su vocación y prosperar en los negocios, con frecuencia andan por allí sin hacer nada y declarando, “Ya aprendí mi negocio, pero no me convertiré en un mercenario; ¿Qué objeto tendría el aprendizaje de mi oficio o profesión, a menos que independice?”
-¿Cuenta con algún capital para empezar?
-No pero lo tendré
-¿Cómo piensa obtenerlo?
-Se lo diré confidencialmente; tengo una tía rica, ya anciana, y creo que pronto morirá; pero si no es así, espero encontrar algún viejo rico que me preste unos cuantos miles para empezar. Si sólo pudiera encontrar el dinero para iniciarme, sé que me iría bien.
No hay error más grande que el que comete un hombre joven cuando piensa que triunfará con dinero prestado. ¿Por qué? Simplemente porque la experiencia de todos los hombres coincide con la de John Jacob Astor, quien declaró que para él fue más difícil acumular sus primeros mil dólares que todos los millones que ganó después y que constituyen una colosal fortuna. El dinero no es bueno para nada, a menos de que por experiencia se conozca su valor. De a un joven para que emprenda un negocio y es muy probable que antes de cumplir un año más de edad ya habrá perdido hasta el último dólar. Igual que comprar un billete de lotería y obtener un premio, es algo que “fácil llega y fácil se va”. El joven no conoce el valor del dinero; y no hay nada que valga la pena a menos de que haya costado algún esfuerzo. Sin renunciamiento y economía, sin paciencia y perseverancia y al comenzar con un capital que no se ha ganado, no estará seguro de lograr acumular dinero. Los Jóvenes en vez de “esperar los zapatos del difunto” deben empezar a actuar, ya que no hay una clase de personas tan poco dispuestas a morir como esos ancianos ricos, y para sus herederos es muy afortunado que así sea. Nueve de cada diez de los hombres más acaudalados de nuestro país hoy en día iniciaron su vida como chicos pobres, con una voluntad firme y con una laboriosidad, perseverancia, economía y buenos hábitos. Progresaron gradualmente, hicieron su propio dinero y ahorraron; esta es la mejor forma de adquirir una fortuna. Stephen Girand se inicio en la vida como un pobre camarero a bordo de un barco; ahora paga impuestos sobre un millón y medio de dólares de ingreso anual. John Jacob Astor era un pobre chico campesino y cuando falleció poseía veinte millones de dólares. Cornelius Vanderbilt se inició remando en una lancha que iba de Staten Island a Nueva York; ahora le obsequió al gobierno de Estados Unidos un vapor que vale un millón de dólares y él posee un fortuna de cincuenta millones.
NO DISPERSE SUS FUERZAS
Dedíquese a una sola clase de negocio exclusivamente y apéguese a ese negocio fielmente, hasta que tenga éxito, o hasta que su experiencia le demuestre que debe olvidarse de él. El constante golpe del martillo sobre un clavo por lo general lo hace entrar hasta que queda ben remachado. Cuando la atención íntegra de un hombre se centra en un objeto, su mente constantemente le sugerirá mejoras valiosas, que no pasarían por la mente si estuviese ocupado en una docena de temas diferentes a la vez. Muchas fortunas de han deslizado entre los dedos de un hombre porque estaba dedicado a demasiadas ocupaciones a la vez. La vieja advertencia de no dejar en el fuego demasiadas planchas a la vez tiene bastante sentido.
CUIDESE DE LAS “OPERACIONES ESPECULATIVAS”
En ocasiones vemos a hombres que han amasado grandes fortunas y que de pronto se encuentran en la pobreza. En muchos casos esto se debe a la inmoderación y a veces al juego y a otros malos hábitos. Con frecuencia sucede porque un hombre se compromete en “operaciones especulativas” de alguna clase. Cuando se ha enriquecido en su negocio legítimo alguien le habla de una gran especulación en la cual puede ganarse cientos de miles. Se ve constantemente alagado por sus amigos, quienes le dicen que ha nacido con suerte y que todo lo que toca se convierte en oro. Ahora bien, si se olvida de que sus hábitos de economía, su conducta recta y una atención personal a un negocio que conoce fueran la causa de su éxito en la vida, entonces escuchará las voces de las sirenas y se dirá a sí mismo:
“Invertiré veinte mil dólares. Siempre he tenido suerte y esa buena suerte muy pronto me redituará y recibiré sesenta mil dólares”.
Transcurren unos cuantos días y entonces se descubre que debe invertir diez mil dólares más; poco después le informan que todo va bien, pero que hay ciertos aspectos imprevistos que requieren un anticipo de veinte mil dólares más, pero que tendrá una cosecha más abundante. Pero antes de que llegue el momento de darse cuenta de las cosas, la burbuja se revienta, pierde todo lo que poseía y es entonces cuando se entera de lo que debió saber desde el principio, que por mucho éxito que tenga un hombre en su propio negocio, si se aparta de lo suyo para dedicarse a algo que no entiende, le sucederá lo que a Sansón cuando le cortaron su cabellera… pierde toda su fuerza y se vuelve igual que los demás hombres.
Si un hombre tiene mucho dinero, debe invertir algo en todo aquello que parezca prometer el éxito y que tenga probabilidades de beneficiar a la humanidad; pero cuide de que las sumas así invertidas sean moderadas. Jamás un hombre debe permitir que se comprometa una fortuna que ha ganado en una forma legítima, invirtiendo en algo en lo que no tiene experiencia alguna.
NO SEA INDISCRETO
Algunos hombres tienen la tonta costumbre de publicar los secretos de su negocio. Si hacen dinero, les gusta contarles a sus vecinos como lo lograron. Con esta actitud no se gana nada y con frecuencia se pierde mucho. No comente nada de sus ganancias, de sus esperanzas, de sus expectativas o de sus intenciones. Y esto debería aplicarse a la correspondencia, así como las conversaciones. Goethe pone en labios de Mefistófeles las siguientes palabras: “Jamás escribas una carta ni destruyas una”. Los hombres de negocios tienen que escribir cartas, pero deben tener cuidado con lo que dicen en ellas. Si está perdiendo dinero, muéstrese especialmente precavido y no hable de ello, de lo contrario perderá su reputación.
CONSERVE SU INTEGRIDAD
Es algo más valiosos que los diamantes o lo rubíes. El viejo avaro les ordenó a sus hijos: “Obtengan dinero: háganlo con honestidad, si le es posible, pero obténgalo”. Ese consejo no es sólo atrozmente perverso, sino que también es la esencia misma de la estupidez. Equivale a decir, “Si se les dificulta obtener dinero con honestidad, fácilmente pueden obtenerlo de forma deshonesta. Obténgalo en esa forma”. Pobre tonto no saber que lo más difícil en la vida es hacer dinero en forma deshonesta; no saber que las prisiones están repletas de hombres que siguieron ese consejo; no comprender que ningún hombre puede ser deshonesto sin que pronto lo descubran y que cuando se descubre su falta de principios, se le cierran para siempre casi todas las avenidas que conducen al éxito. El público le huye, con justa razón, a todos aquellos de cuya integridad se duda. Poco importa lo cortés, agradable y complaciente que sea un hombre, ninguno de nosotros se atrevería a hacer tratos con él cuando hay una sospecha de “falsos pesos y medidas”. La estricta honestidad no sólo yace en los cimientos de todo el éxito en la vida financiera, sino en todos los demás aspectos. La honestidad inflexible es algo inapreciable, pues le ofrece a su poseedor una paz y una alegría que no podrá lograr sin ella, que ninguna cantidad de dinero o de casas y tierras puede comprar. Un hombre que tiene la reputación de ser estrictamente honesto puede ser muy pobre, pero tiene los bolsillos de toda la comunidad a su disposición, pues todos saben que cuando promete devolver lo que pide prestado jamás lo decepcionará. Por consiguiente, aun cuando sólo sea por egoísmo, si un hombre no tiene un motivo más elevado para ser honesto, estoy seguro de que todos encontraran que la máxima del doctor Franklin, “la honestidad es la mejor norma”, jamás dejará de ser una gran verdad.
Enriquecerse no siempre equivale a tener éxito. “Hay muchos pobres hombres ricos”, en tanto que hay muchos otros, hombres y mujeres honestos y devotos, que jamás han poseído tanto dinero como el que algunas personas ricas despilfarran en una semana, pero que, sin embargo, son más ricos y más felices de lo que jamás podrá ser hombre alguno cuando transgrede las leyes mas elevadas de su ser.
Sin lugar a dudas, el amor desordenado al dinero puede ser, y es la “raíz de todo mal”, pero el dinero mismo, cuando se emplea en forma adecuada, no solo es “algo útil para tener en casa”, sino que proporciona la satisfacción y el placer de bendecir a nuestra raza al permitirle a su poseedor expandir el alcance de la felicidad humana y de la influencia humana. El deseo de riqueza es casi universal, y nadie puede decir que no se trata de algo laudable, siempre y cuando su poseedor acepte sus responsabilidades y haga uso de ellas como un amigo de la humanidad.
La historia de la obtención del dinero, que es el comercio, también () la historia de de la civilización y por doquiera que el comercio ha florecido más, a 1tambien las artes y las ciencias han producido los frutos más nobles. De hecho, como algo general, los expertos en ganar dinero son los benefactores de nuestra raza.
En gran parte, estamos en deuda con ellos por nuestras instituciones para el aprendizaje y las artes, por nuestras academias, universidades e instituciones religiosas. No es un argumento que vaya en contra del deseo de riquezas o de su posesión decir que hay avaros que atesoran el dinero únicamente por el bien de atesorarlo y que no tienen aspiraciones más elevadas que apoderarse de todo lo que está al alcance de su mano. Así como hay hipócritas en la religión y demagogos en la política, también hay avaros ocasionales en la entre los expertos en hacer dinero. Sin embargo, estos últimos son excepcionales de la regla general. Pero cuando en nuestro país encontramos algo tan molesto como un avaro, recordamos con gratitud que en Estados Unidos no existe la ley de progenitura y que con el debido curso de la naturaleza, llegará el tiempo en que el polvo atesorado se dispersará para beneficio de la humanidad. Así que con pleno conocimiento, quiero decirles a todos los hombres y mujeres que hagan dinero honestamente y no de otra manera, pues como dijo Shakespeare, con toda razón, “Aquel que quiere dinero, medios y satisfacción, se ha quedado sin tres buenos amigos”.
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