domingo, 6 de junio de 2010

COMO ELIMINAR SUS MALOS HÁBITOS


- Raro es el hombre sabio que no tiene una opinión definida de los hábitos

John Dryden. Declaro, “Primero formamos nuestros hábitos y después nuestros hábitos nos forman”. Horace Mann escribió, “El hábito es una cuerda. Cada día le tejemos un hijo y al final no podemos romperla”, y Samuel Johnson exclamó. “Las cadenas del hábito por lo general son demasiado pequeñas para sentirse, hasta que llegan a ser demasiado fuertes para romperse”.

Si este salón de clases esta atestado más allá de su capacidad, ello se debe a que todos ustedes se han reunido aquí para el mismo propósito, el de escuchar al primer genio auténtico de Estados Unidos, Benjamín Franklin, quien les describirá en su propio estilo característico como logró romper las cadenas de sus propios malos hábitos, esos hábitos que le habrían impedido llegar a la estatura que finalmente alcanzó.

Durante toda su vida, usted ha acumulado miles de hábitos. La mayoría de ellos son buenos y algunos incluso son necesarios para sobrevivir. Por ejemplo, es muy probable que conduzca su automóvil una o más veces cada día. Poco después de su primera lección de manejo, las incontables acciones necesarias para conducir su vehículo se convirtieron en hábitos. Si siempre tuviera que detenerse a pensar antes de dar cualquier paso necesario para conducir, con toda probabilidad en muy poco tiempo se convertiría en una víctima de accidente de carretera.

Sin embargo, junto con todos los buenos hábitos, usted sabe que también tiene algunos que son nocivos y si se han presionado, con toda seguridad podría recopilar una lista bastante grande. Quizá incluso llegará a reconocer, si es que se encuentra en un momento en que siente lástima de si mismo, que se da cuenta de que le están impidiendo alcanzar, pero simplemente no sabe que hacer con ellos.

Pero esa ya no podría ser una vez que el señor Franklin, en este resumen de su obra la AUTOBIOGRAFÍA, de Benjamín Franklin, haya sostenido una charla con usted…

Aún cuando muy rara vez asistirá a cualquier culto público, aún así tenía una opinión de su conveniencia y utilidad cuando los servicios se efectuaban en la forma correcta y acostumbraba pagar con regularidad mi suscripción anual para el sostenimiento del único ministerio presbiteriano que teníamos en Filadelfia. El ministro solía visitarme de vez en cuando en calidad de amigo, amonestándome para que asistiera a sus servicios, y en ocasiones me convencía para que lo hiciera y recuerdo que una vez lo hice durante cinco domingos consecutivos. Si en mi opinión se hubiese tratado de un buen predicador, tal vez habría seguido asistiendo, no obstante que para mi el domingo era una ocasión para descansar durante el curso de mis estudios; pero sus sermones; eran primordialmente argumentos polémicos, o bien, explicaciones de las doctrinas peculiares de nuestra secta, y para mi todos eran sumamente áridos, poco interesantes y nada edificantes, puesto que no se inculcaba ni se aplicaba ni un solo principio moral, pues su finalidad parecía más la de convertirnos en buenos presbiterianos que en buenos ciudadanos.

Al fin, un día tomó como texto de su sermón ese vehículo del cuarto capítulo de la carta a los filipenses: “Finalmente, hermanos, todo lo que es conforme a la verdad, todo lo que respira pureza, todo lo justo, todo lo que es santo, todo lo que os haga amabies, todo lo que sirve al buen nombre. Toda virtud, toda disciplina loable, esto sea vuestro estudio” y yo pensé que en un sermón con un texto así, no podríamos dejar de recibir algunos consejos sobre la moralidad. Pero se limitó a hablar únicamente de cinco puntos, tal y como lo indicó el apóstol, es decir: 1. Guardar el día de descanso. 2. Mostrarse diligentes en la lectura de las sagradas Escrituras. 3. Asistir cumplidamente al culto público. 4. Participar en el Sacramento. 5. Guardar el debido respeto a los ministros de Dios. Tal vez todo eso eran cosas buenas, pero no eran la clase de cosas buenas que yo esperaba de ese texto y como perdí la esperanza de que alguna vez llegara a encontrarlas en cualquier otro texto, me disgusté y nunca volví a asistir a sus sermones. Varios años antes (o sea, en el año de 1728), había compuesto una pequeña liturgia o forma de oración para mi uso particular que titulé Articles of Belief and Acta of Religión (Artículos de fe y actos de religión) Recurrí a esa liturgia y nunca más volví a asistir a los sermones públicos. Quizás mi conducta pudiera ser reprochable, pero no voy a tratar de excusarla ya que mi propósito es narrar los hechos y no ofrecer disculpas por ellos.

“EL OSADO Y ARDUO PROYECTO PARA ALCANZAR LA PERFECCIÓN MORAL…”

Fue poco más o menos durante esa época cuando concebí el osado y arduo proyecto para alcanzar la perfección moral. Deseaba vivir sin cometer falta alguna en ningún momento, conquistaría todo lo que me condujese a faltar, ya se tratará de una inclinación natural, la costumbre o las compañías. Como sabía o por lo menos creía saber, lo que estaba bien y lo que estaba mal, no veía porque no podría siempre hacer lo primero y evitar lo segundo. Pero pronto averigüé que había emprendido una tarea más difícil de lo que suponía. Mientras dedicaba toda mi atención a cuidarme de cometer una falta, con frecuencia me sorprendía cometiendo otra; el hábito se aprovechaba de la falta de atención y a veces la inclinación era demasiado poderosa contra la razón. A lo largo llegué a la conclusión de que la sola convicción especulativa de que es en nuestro propio interés actuar en una forma virtuosa, no bastaba para evitar nuestros deslices y de que es necesario romper con los malos hábitos y adquirir otros buenos antes de que seamos capaces de establecer una dependencia en una rectitud de conducta constante y uniforme. Por consiguiente inventé otro método para ese fin.

En las diversas enumeraciones de las virtudes morales con que me había encontrado en mis lecturas, halle que el catálogo era más o menos numeroso, ya que diferentes escritores incluían mayor o menor número de ideas bajo el mismo nombre. Por ejemplo algunos confinaban la templanza a la comida y a la bebida, en tanto que otros la ampliaban, incluyendo en la definición o moderación de cualquier otro placer, apetito, inclinación o pasión, ya fuese corporal o mental y aún incluían la avaricia y la ambición. En bien de la claridad, me propuse emplear un mayor número de nombres con menos ideas anexadas a ellos, en vez de menso nombres con más ideas: entonces incluí bajo trece nombres de virtudes todo lo que en esa época se me ocurrió que era necesario o deseable, agregando a cada uno de ellos un breve precepto que expresaba plenamente el grado que otorgué a su significado.

Los nombres de esas virtudes, con sus preceptos son los siguientes:

1. TEMPLANZA. Comer sin llegar a la saciedad; beber sin llegar a la exaltación.

2. SILENCIO. Hablar únicamente de aquello que pueda beneficiar a los demás o a nosotros mismos; evitar las conversaciones triviales.

3. ORDEN. Asignar a todas las cosas su lugar: dedicar a cada parte de su negocio su propio tiempo.

4. RESOLUCIÓN. Resolverse a desempeñar lo que se debe hacer; desempeñar sin fallar aquello que se ha resuelto hacer.

5. FRUGALIDAD: No hacer ningún gasto, sino para hacer el bien o los demás o a nosotros mismos, es decir no desperdiciar nada.

6. LABORIOSIDAD: No perder el tiempo; estar siempre dedicado a algo útil; evitar todas las acciones innecesarias.

7. SINCERIDAD. No recurrir a ningún engaño nocivo: pensar con inocencia y justicia y si se habla, hacerlo de acuerdo con esto.

8. JUSTICIA. No hacer mal o nadie mediante daño u omitiendo los beneficios que son nuestra obligación.

9. MODERACIÓN. Evitar los extremos, abstenerse de resentir los daños hasta donde crea que los merece.

10. PULCRITUD. No tolerar la falta de higiene en el cuerpo, la ropa o la habilitación.

11. TRANQUILIDAD. No alterarse por menudencias ni por accidentes comunes o inevitables.


12. CASTIDAD. Practicar el acto carnal pocas veces si no es por motivos de salud o para tener descendencia, nunca por torpeza, debilidad o en perjuicio de su propia paz y reputación o de la de los demás.

13. HUMILDAD. Imitar a Jesús y a Sócrates.

Puesto que mi voluntad eran adquirir el hábito de todas esa virtudes, juzguen que no era conveniente distraer mi atención intentando todo el conjunto al mismo tiempo, sino concentrarme en cada una de ellas a la vez y aún cuando dominara una, entonces avanzaría a la siguiente y así sucesivamente, hasta llegar al término de las trece. Y ya que la previa adquisición de algunas podría facilitar la de otras, las dispuse en el orden mencionado. Primero la Templanza, puesto que tiende a procurar esa serenidad y claridad mental tan necesarias cuando se debe mantener una constante vigilancia y estar en guardia contra la perseverante atracción de los viejos hábitos y la fuerza de las perpetuas tentaciones. Una vez adquirida y establecida esta virtud, el silencio sería más fácil. Puesto que mi deseo era adquirir conocimientos al mismo tiempo que mejoraba en virtudes y considerando que en la conversación se obtienen más por medio del uso de los oídos que de la lengua, y por consiguiente deseando acabar con el hábito que empezaba a arraigar en mi, de parlotear, hacer juegos de palabras y recurrir a las bromas que solo hacían que mi compañía fuese aceptada en compañías frívolas, concedí al silencio el segundo lugar. Esta virtud y la siguiente, orden, me dejarían más tiempo atender a mi proyecto y a mis estudios. La resolución, una vez que se convirtiera en algo habitual, lograría que me mantuviera firme en mi empresa de alcanzar todas las virtudes subsiguientes.

Determiné conceder una semana de estricta atención a cada una de las virtudes sucesivamente. Así que durante la primera semana me mantuve en guardia tratando de evitar la menor ofensa contra la templanza, dejando las demás virtudes al azar y marcando por la noche las faltas cometidas durante el día. De manera que si durante la primera semana lograba mantener sin ningún punto la primera línea marcada con una T, supondría que el hábito de esa virtud se reforzaría a tal grado y su oponente se debilitaría tanto que podría aventurarme a dirigir mi atención a la siguiente, y durante la próxima semana lograría conservar ambas líneas libres de puntos negros. Procediendo asi, hasta llegar a la última, podría avanzar a lo largo de un curso completo en trece semanas, o sea, cuatro cursos al año. Y lo mismo que la persona que al desyerbar su jardín no trata de erradicar de una sola vez toda la mala hierba, lo que estaría más allá de su alcance y de su fortaleza, sino que trabaja en un solo lecho a la vez y cuando ha terminado el primero continúa con el segundo, yo esperaba que hacía en mis virtudes disminuyendo sucesivamente los puntos negros en las líneas, hasta que al final, después de cierto número de cursos, me sentiría feliz al ver una libreta limpia después del examen cotidiano durante trece semanas.

Puse en práctica mi plan de autoexamen y continúe así durante algún tiempo, con intervalos ocasionales. Me sorprendí al encontrar que tenía un número mucho mayor de faltas de lo que me imaginaba, pero experimenté la satisfacción de ver que disminuían. Para evitar el problema de renovar de vez en cuando mi libreta, que quedaba llena de agujeros al borrar las marcas, de las faltas viejas y anotar las nuevas, cambié mis tablas y preceptos a las marfileñas hojas de una libreta de memorándum en las cuales tracé las líneas con tinta roja endeleble y en ellas anotaba mis faltas con un lápiz negro, cuya marca podía borrar fácilmente con una esponja húmeda. Después de algún tiempo, solo seguía el curso una vez al año y más adelante lo hacía cada determinado número de años, hasta que a la larga, los omití por completo, por encontrarme sumamente ocupado con mis viejos asuntos en el extranjero y con una multiplicidad de asuntos que interferían con ello; pero siempre llevaba conmigo mi libretita.

No puedo presumir que tuve un gran éxito en la adquisición de la realidad de esa virtud, pero cuando menos logré mucho respecto a su apariencia. Convertí en una regla el propósito de abstenerme de toda contradicción directa de los sentimientos de los demás y de toda aseveración positiva de los míos propios e incluso llegué a prohibirme, de acuerdo con las viejas leyes de nuestra junta, el uso de toda palabra o expresión del lenguaje que indicara una opinión fija, como por ejemplo, “Ciertamente”, sin lugar a dudas” y así sucesivamente, adoptando en vez de ellas “Concibo”, “Supongo” o me “Imagino” que tal cosa es esto o aquello; o bien “así me lo parece en ese momento” Cuando alguien aseveraba algo que yo pensaba que era un error, me negaba el placer de contradecir a esa persona en forma abrupta, demostrándole de inmediato algún aspecto absurdo en su proposición y al contestar, empezaba con la observación de que en ciertos casos o circunstancias su opinión era correcta, pero que en el presente caso me parecía o tenía la impresión de que había ciertas discrepancias, y así sucesivamente. Pronto descubrí la ventaja de este camino en mis modales, la conversación que entablaba transcurría en una forma más agradable. La forma modesta en la cual expresaba mis opiniones hacía que fuesen recibidas con mayor facilidad y con menos contradicciones, experimentaba un menor grado de mortificación cuando se descubría que yo estaba equivocado y prevalecía más cuando acontecía que yo estaba en lo cierto.

Y esta costumbre, que en un principio antepuso con cierta violencia a mi inclinación natural, a la postre se convirtió en algo tan sencillo y tan habitual par mi que quizá durante los últimos cincuenta años nadie ha escuchado que se escape de mis labios una expresión dogmática. Y creo que a este hábito (además de a mi carácter íntegro) le debo principalmente que haya pesado tanto entre mis conciudadanos cuando les propuse nuevas instituciones o ciertas alteraciones en las antiguas, y el hecho de haber alcanzado tanta influencia en los consejos públicos cuando fui miembro de ellos, ya que era un mal orador, jamás elocuente y sujeto a grandes dudas en mi elección de palabras, apenas correcto en el empleo del lenguaje, y, sin embargo, por lo general lograba hacerme entender.

1 comentario:

AMANECER dijo...

YO CREO Q SI ES MUY IMPORTANTE REFLEXIONAR SOBRE NUESTROS HABITOS Q TENEMOS CADA UNOD E NOSOTROS, YA QUE EN UN MONENTO DADO, SI SON BUENOS NOS HARAN CRECER Y PROGRESAR, PERO SI SON MALOS, NOS FRENARAN EN NUESTRAS METAS Y FRACASAREMOS.
FELICITACIONES POR SUS COMENTARIOS SON ENRIQUECEDORES E INETRESANTE.
JOSE LUIS