Vamos a enfrentarnos a ello. Siempre que a un individuo que ha alcanzado un gran éxito se le pregunta cuál es el secreto de su éxito y esa persona replica, “¡El trabajo arduo!”, por lo común no podemos dejar de preguntarnos cuál es el verdadero secreto que hay detrás de su buena suerte.
¿Fue acaso una coyuntura favorable, un pariente rico, quizá alguna manipulación astuta lo que explica la inmensa riqueza, la fama o el poder de ese hombre o esa mujer? Las preguntas como esta quizá podrían consolar a nuestro decaído ego, pero también nos ciegan a la verdad, y en la mayoría de los casos la verdad es que cuando los que han logrado grandes cosas dicen que llegaron a su objetivo con un trabajo arduo, ¡lo dicen en serio!
Pero ustedes también trabajan arduamente, ¿no es verdad? Y sin embargo no conducen un Rolls Royce, ni tienen una casa de verano en Acapulco. No obstante, su definición del trabajo es probablemente de cuarenta a cincuenta horas de su máximo esfuerzo, cada semana, cenando en casa todas las noches y pasando los fines de semana divirtiéndose y descansando.
Cuando los grandes triunfadores emplean la expresión “trabajo arduo”, con ello quieren decir trabajar a su máxima capacidad de setenta a ochenta horas, o más, cada semana, amando su trabajo hasta que llega a convertirse en una pasión impulsora, y dedicando todas sus horas de vigilia a pensar, planear y luchar hacia el logro de metas que los demás consideran posibles. ¡Una entrega total!.
La entrega total no es de un estilo que recomendamos para todos. Para muchos, el precio que se cobra es demasiado elevado, pero también hay incontables miles que saben exactamente lo que quieren y que están dispuestos a dar todo lo que sea necesario de sí mismos a fin de triunfar. Si usted es así lo siente, tendrá mayor poder y la doctora Brothers, en esta lección tomada de su libro, How to Get Whatever You Want Out of Life, le ofrecerá una información inapreciable sobre la manera de jugar el juego de la “entrega total” tan hábilmente como cualquiera…
¿Está dispuesto a trabajar a fin de alcanzar el éxito? ¿A recorrer todo el camino? ¿A sacrificar ciertos placeres porque su tiempo y su energía deben dedicarse al logro de su meta? ¿Se sentirá feliz al hacer todos estos sacrificios?
Si la respuesta es afirmativa, si está dispuesto a recorrer todo el camino, entonces va directo a su blanco. Ha encontrado la meta adecuada para su yo interno. Sin embargo, si cree que renunciará de mala gana a sus veladas a fin de dedicarlas a trabajar y que sentirá cuando se vea obligado a prescindir de sus diversiones durante los fines de semana, entonces piénselo nuevamente. Quizá no desee ascender hasta la cima de la escala, sino sólo hasta cierto punto. Es probable que su verdadera meta se encuentre en otra parte.
Las personas que tienen éxito en los negocios poseen la sincera devoción al logro de su meta, algo que se describe mejor como una entrega total. Algunas personas se refieren a esos grandes triunfadores llamándolos adictos al trabajo, pero esto implicaría una enfermedad y si usted se dedica a hacer lo que desea más que cualquier otra cosa en el mundo, ¿por qué si debería castigarse privándose de hacer las cosas que lo hacen feliz?
El éxito en los negocios no necesariamente excluye la posibilidad de un matrimonio feliz, pero todos esos hombres y mujeres que desean llegar hasta la misma cima, que se juegan el todo por el todo, a menudo se encuentran con que su entrega total no deja lugar para el matrimonio. Por otra parte, esos hombres (no las mujeres) que desean lo que yo llamo un “éxito corporativo”, más que un “éxito empresaria”, deben saber que es probable que avancen con mayor rapidez si están casados que si no lo están.
Los psicólogos contratados por las grandes corporaciones para examinar a hombres y mujeres a quienes se considera para una promoción a las filas ejecutivas, buscan una cualidad por encima de cualquier otra. Si el candidato la tiene, eso asegura la promoción, pero si no la tiene, entonces queda fuera de la competencia. Esta cualidad esencial es el compromiso o entrega total, la habilidad y el deseo de trabajar al máximo de la propia capacidad. Quieren personas que menosprecian las semanas de 40 horas, que trabajan semanas de 60, 80 y 100 horas porque encuentran que su trabajo es emocionante y remunerador y van en busca del éxito. El compromiso total es el común denominador entre los hombres y mujeres que han alcanzado el éxito y su importancia no puede subestimarse.
Por ejemplo, tomemos el caso de Joe, un vendedor de seguros. Se le ha llamado “el mejor vendedor de seguros”.
¿Su secreto?
“Dedico hasta el último grano de energía a mi trabajo”, declara. “Desde el principio, acostumbraba trabajar de diez a doce horas al día, siete días a la semana. “Simplemente no había otra cosa que me importe más todo lo que hago está asociado con la venta de seguros de vida”.
“Cuando empecé”, continúa Joe “me indicaron que si llamaba por teléfono a setenta y cinco personas, lo más que podía esperar era obtener veinticinco citas y que diez de esas veinticinco probablemente se cancelarían, dejándome alrededor de quince. Y que de esas quince debería poder visitar a tres. Según me dijeron, ese sería un buen ritmo de trabajo para una semana.
“Alteré las cifras”, manifiesta; “llamo a setenta y cinco personas al día, no a la semana. Paso de cinco a seis horas en el teléfono y otras cinco o seis visitando a las personas. La ley de los promedios me ha dado resultado; mientras más llamadas hago, más ventas logro cerrar”.
Los hombres y mujeres de éxito deben tener buena salud una energía ilimitada. El ascenso hasta la cima requiere fortaleza, ya sea que se trate de la cima del Monte Everest o de la cima de la Corporación XYZ. Los seres humanos nacemos con diferentes reservas de energía y el hombre o la mujer que se fatigan muy pronto, harían bien en volver a establecer sus metas, o limitarlas. En vez de pretender la dirección de un multiconglomerado internacional, deben conformarse con la presidencia de una pequeña cadena de panaderías o incluso con ser propietarios de la panadería del vecindario. Para el individuo que tiene menos energías, el triunfo en los negocios muy bien podría asumir la forma de llegar a convertirse en jefe de departamento en vez de presidente. Las metas más bajas son honorables y satisfactorias y los hombres y mujeres que se contentan con un menor grado de éxito en los negocios lleva una vida más rica. Son los individuos que disponen de tiempo para leer y asistir al teatro, para ir de día de campo en compañía de sus hijos, para desarrollar fuertes lazos familiares, para complacerse en las alegrías de la amistad, para fomentar los valores humanos. Pero los demás, todos esos individuos cuya energía y ambición son limitadas y que desean remontarse hasta la cima, no consideran que entrega total sea un sacrificio. Según su manera de pensar, están ganando; se sienten realizados y felices.
Sarah Caldwell, la famosa directora de la Compañía de Opera de Boston, es una de esas personas. “Amo mi trabajo”, declara. “Puedo trabajar durante varios días sin dormir, porque me siento cautivada por todos los detalles de la producción y dirección de una ópera. De vez en cuando, si todo marcha bien, hay un momento de magia y una persona puede vivir de esos momentos de magia”.
Se refería a esos momentos de magia en el escenario, cuando todo resulta bien. Su negocio es la ópera y es una de ese puñado de personas que han alcanzado el pináculo. Pero en todos los negocios hay momentos de magia que experimentan quienes tienen un compromiso total, momentos de magia que son el resultado de eso a lo que los psicólogos se refieren llamándolo flujo. Y el flujo es una experiencia tan culminante que es un poderoso argumento para no resistirse ala seducción de la entrega total.
Para la mayor parte del mundo, el compromiso o entrega total es un indicio de valores malentendidos e incluso de una enfermedad, y quienes lo practican son adictos al trabajo, pero como dije al principio, esos hombres y mujeres hacen exactamente lo que quieren hacer y aman cada minuto de su trabajo. Son una raza aparte, una raza de luchadores. Siempre van en pos de algo, tratando de llegar más alto que el está a su lado, más alto que la vez anterior. Y a pesar de que sus matrimonios no son espectacularmente felices, encuentran que las recompensas de sus ímpetus son asombrosas. Dinero. Influencia. Poder. Prestigio. Y la alegría de ese flujo.
¿Qué es exactamente el lujo? ¿Y cuáles son esas alegrías? Sarah Caldwell las describe a la perfección al llamarlas “momentos de magia”. Es algo análogo a la exaltación que experimentan quienes practican el deporte de correr. Un investigador definió el flujo como “una sensación que está presente cuando actuamos con una plena involucración”. Durante el flujo, una acción sigue a la otra de acuerdo con una lógica interna que parece no necesitar de ninguna intervención consciente de parte del participante. No hay prisa alguna; no hay exigencias que distraigan la atención. Un momento fluye hacia otro momento y desaparece con el pasado y el futuro, como también lo hace la distinción entre el yo y la actividad.
Hace varios años, en una de las revistas de psicología se publicó un informe sobre un cirujano tan profundamente involucrado en a intervención quirúrgica que practicaba en ese momento, que ni siquiera se dio cuenta que se había derrumbado una parte del cielo raso de la sala de operaciones. Solamente después de dar la última puntada en la incisión, respiró profundamente y mirando a su alrededor, preguntó sorprendido, “¿Qué es todo ese yeso en el suelo?” Se encontraba en un estado de flujo.
Uno de los estudios pioneros sobre el flujo se efectuó porque un investigador quería saber por qué algunas personas jugaban con tanto entusiasmo. ¿Qué es lo que tienen en común actividades tan diferentes como el ajedrez y el backgammon, el tenis y el baloncesto, el volibol y el futbol, que hace que los individuos se entreguen a ellas sin siquiera pensar en una recompensa?. Platón hizo esa pregunta hace muchos siglos y jamás encontró una respuesta satisfactoria. Freud planteó la misma pregunta y tampoco encontró una respuesta. Pero el doctor Mihaly Czikazentmihalyi, de la Universidad de Chicago, logró aislar el común denominador, interrogó a 175 personas, 30 montañistas, 30 jugadores de baloncesto, 30 bailarines de danza moderna, 30 jugadores de ajedrez del sexo masculino, 25 jugadores de ajedrez del sexo femenino y 30 compositores de música moderna. ¿Qué era, preguntaba, lo que disfrutaban a tal grado cuando componían música, jugaban ajedrez y ascendían por una escarpada ladera rocosa? ¿Era el prestigió? ¿La fascinación? ¿La perspectiva de ganar? Resultó que la principal atracción era ese estado alterado del ser que disfrutaban al encontrarse profundamente involucrados en el ajedrez, el baloncesto o cualquier otra actividad.
Cuando los individuos alcanzan ese estado que llamamos flujo, se sienten relajados, pero al mismo tiempo se sienten plenos de energía y vigor. Su habilidad de concentrarse se incremente en una forma muy marcada y se sienten decididamente con el control de sí mismos y de su mundo. Igual que la felicidad, el flujo es un producto secundario. El primer requerimiento es trabajar tan arduamente como le sea posible en algo que le ofrezca un desafío; no un desafío abrumador., pero si la clase de desafío que lo obliga a llegar un poco más lejos, que lo hace comprender que el día de hoy está haciendo algo mejor de lo que hizo el día de ayer o la última vez que trató de hacerlo. Otro requisito precio es un lapso significativo de tiempo sin interrupción alguna; es virtualmente imposible llegar a un estado de flujo en menos de media hora. Y es absolutamente imposible si se ve acosado por las interrupciones.
Con la práctica, es posible pasar a un estado de flujo usando un instrumento de condicionamiento casi en la misma forma en que se condiciona para un aprendizaje efectivo. El secreto es analizar las ocasiones previas en las cuales disfrutó de esos momentos de magia. ¿Había algún denominador común? Una vez que haya logrado aislar ese denominador común, podrá preparar el escenario para el flujo.
Margaret aprendió a hacerlo. Era cabildera con base en Washington, D.C. y trabajaba para un grupo de conversaciones del ambiente en la parte occidental. Una noche se reclino en un sillón, estirándose; se sentía bien. Había trabajado arduamente en la preparación de un informe sobre un proyecto de ley que se presentaría ante el Congreso y que fijaría nuevos estándares para la eliminación de desperdicios de las fabricas de papel, un proyecto que, de aprobarse, tendría un efecto directo y adverso sobre las compañías madereras y de pulpa.
Había esbozado el estado actual del proyecto, los esfuerzos de cabildeo de los intereses madereros y sus propias actividades, surgiendo que se tomaran ciertas medidas para atraer la atención del público a esa situación, cuya reacción con toda seguridad indignada podría inclinar a los legisladores a poner la conservación del ambiente por encima de las utilidades de las corporaciones.
Miró el reloj y después volvió a mirarlo con mas atención. ¡Las cuatro de la mañana! Verifico su reloj pulsera, pero el de la pared marcaba bien la hora. Había trabajado en ese informe desde que termino de cenar la noche anterior, y hubiese jurado que no había permanecido mas de dos o tres horas frente a su escritorio. Se encontraba tan absorta en lo que hacía, que el tiempo transcurrió sin sentirlo.
Margaret ya había experimentado esto antes. De vez en cuando, había ciertos días en la oficina durante los cuales alzaba la mirada para encontrase con que no había nadie en la oficina, dándose cuenta de que hacía mucho que había pasado la hora de salida. Durante esos días, siempre se encontraba tan embebida en lo que hacía que se pasaba la hora de la comida y ni siquiera estaba consciente de sentir hambre.
Al finalizar esos episodios, comprendió que eran similares, que cada uno de ellos era desencadenado por la casi terminación de un proyecto o de una fase, cuando ya tenía reunidos todos los datos necesarios y estaba a punto de empezar a resumir el problema, subrayando las posiciones asumidas por intereses opuestos y haciendo sus recomendaciones para emprender la acción. También comprendió que eso sucedía durante esos días de relativa tranquilidad en la oficina, sin ninguna crisis ni reuniones importantes, ni visitas de personalidades importantes que llegaban a la ciudad.
Una vez aclaro esto en su mente, Margaret se esmeró en ordenar su trabajo de tal manera que pudiera aprovechar con más frecuencia ese flujo. Siempre que llegaba a la etapa que lo provocaba, se llevaba trabajo a casa a fin de poder trabajar durante un lapso interrumpido de tiempo. Y cuando se sentaba frente a su escritorio en esos días, también recurría a un instrumento de condicionamiento verbal, diciendo para sí misma, “Ahora me concentraré hasta donde me sea posible”. Eso no siempre le daba resultado. Había ocasiones en las cuales trabajaba en sus informes, pero cada vez con más frecuencia podía deslizarse hasta ese estado de flujo en el cual su concentración aumentaba en una forma muy significativa.
Nadie puede ni debe permanecer en un constante estado de flujo, pues eso resultaría demasiado agotador. Sería lo mismo un que un orgasmo prolongado más allá de los límites de la tolerancia. La analogía no es frívola, ya que el flujo no se limita al trabajo. El potencial esta inherente en todo lo que hacemos y que requiere concentración: practicar algunos juegos, pintar, escribir, aprender y, por su puesto, el sexo. Es un estado de verdadera euforia, el éxtasis máximo de la entrega total.
También es un estado pleno de tensiones, porque todo el organismo se encuentra sintonizado a un diapasón muy alto, pero esta es una tensión saludable. Los investigadores han descubierto que las personas que han alcanzado el éxito son más sanas que quienes no lo han logrado o sólo lo han hecho en una forma mediocre. Un estudio de hombres que han alcanzado un gran éxito demostró que su índice de mortandad era un tercio más bajo que el de otros grupos de edad comparables, pero que no habían alcanzado un gran éxito. Y la tensión, que a menudo se considera como algo extenuante, es un factor positivo en su salud. Por supuesto, hay ciertas tensiones extenuantes, pero es muy importante comprender que también puede ser saludable. Las personas que han tenido éxito disfrutan con la tensión de hacer frente a las dificultades; se sienten atraídas hacia lo que un investigador nombra “el llamado del riesgo calculado”. La buscan porque están plenas de energía y se sienten más llenas de vitalidad cuando están activas. El cerebro de una persona activa funciona mucho mejor que el de una persona sedentaria, de la misma manera que el cuerpo activo funciona mejor que el cuerpo sedentario. Así que la tensión del flujo significa salud, igual que el ejercicio físico. Y en la misma forma en que lo es el cambio. Y lo mismo que todos eso factores de tensión son peligrosos en exceso, también lo es el flujo. Pero no se preocupe por ello, pues su organismo tiene un mecanismo de autodefensa. No podrá cambiar a un estado de flujo con la suficiente frecuencia como para que ello le ocasione una tensión indebida y poco saludable.
“Esta muy bien hablar del compromiso total y de la euforia del flujo”, objetó un hombre de negocios, “pero conozco a muchos hombres y mujeres que trabajan como burros y que jamás han llegado a ninguna parte”.
“También yo”, coincidí con él. “Y eso se debe a que trabajan como burros. No basta con el trabajo arduo, es necesario tener una meta. Y es necesario conocer la forma de lograr que el trabajo arduo pague buenos dividendos”.
La entrega total no es únicamente un trabajo arduo: es una absoluta involucración. La construcción de un muro de piedra es una labor agobiadora. Hay muchas personas que toda su vida se dedican a la construcción de muros de piedra y al morir dejan kilómetros de muros, mudos testigos de la forma tan ardua en que trabajaron. Pero hay otros hombres que construyen muros de piedra y mientras colocan una piedra encima de otra, tienen en su mente una visión, una meta. Puede ser la de una terraza con rosales trepadores a lo largo de los muros de piedra y unos sillones para haraganear durante esos días perezosos del verano. O bien, el muro de piedra puede circundar un huerto de manzanas o señalar un límite. Cuando han terminado, tienen algo más que un muro y la diferencia está en la mente, como lo demuestran las experiencias de Beth y Trudy.
Ambas obtuvieron un empleo de aeromozas. Ambas querían ver el mundo, pero Trudy deseaba algo más. Quería dedicarse a algún negocio y pensaba que le agradaría tener su propia agencia de viajes o quizás trabajar para alguna cadena hotelera, algo que se relacionará con los viajes. No estaba muy segura de qué era lo que quería acerca de las grandes ciudades del mundo y de la clase de personas que viajan, a donde les agradaba ir y por qué. Pasó una época maravillosa e igual que la proverbial esponja, se empapó de conocimientos. Cuando los pasajeros le hacían preguntas acerca de los sitios a donde se dirigían, les ofrecería toda clase de consejos. “Estuve allí precisamente hace dos semanas”, acostumbraba decir, recomendando un restaurante, “y la comida en realidad es magnífica. Creo que aumente dos kilos”. Tenía una libreta en donde anotaba todos sus sitios favoritos y le agradaba recomendar a los viajeros las tiendas especiales y los restaurantes no muy conocidos de los turistas.
Un ejecutivo de la línea aérea, que viajaba de incógnito para verificar el servicio y al personal, observó a Trudy mientras desempeñaba su trabajo. Era diligente y bastante competente, siempre útil. Cuando no estaba dedicada a servir los alimentos, Trudy sostenía en brazos a un bebé para que la madre pudiera estirar las piernas, o bien se dedicaba a responder a las preguntas que hacían los pasajeros respecto a su punto de destino.
“Esa chica es demasiado competente para desperdiciarla como aeromoza”, comentó el inspector al regresar de su viaje. “Es una enciclopedia ambulante sobre lo que hay que hacer y lo que hay que ver en cada ciudad a donde volamos. Y además trabaja a más no poder”. Unas semanas después, le ofrecieron Trudy una promoción; su nuevo trabajo consistía en desarrollar una serie de folletos de viajes ciudad por ciudad. Hoy día, diez años después, está al frente de su propia agencia de viajes, una de las pequeñas agencias con más éxito en ese ramo.
Y ¿qué paso con Beth? A Beth le agradaba mucho su trabajo; su meta era convertirse en aeromoza, pero con el tiempo se decepcionó. Se trataba de un trabajo arduo, correr de un lado para otro por los pasillos del avión, sirviendo comidas y retirando charolas, respondiendo a preguntas, tratando con pasajeros ebrios, fastidiosos y mareados. Diez años después, Beth continúa en su trabajo de aeromoza, muy trabajadora y consciente. Ahora tiene otra meta: el matrimonio, pues le parece que es la única forma de salir de un trabajo que no le ofrece oportunidad alguna de progresar.
En muchos aspectos, Beth trabajó tan arduamente como lo hizo Trudy, pero Beth no tenía ninguna meta. Y las personas que no saben a dónde quieren ir por lo común acaban por no ir a ninguna parte.
Si usted sabe qué es lo que quiere de la vida y está totalmente dedicado a trabajar a favor de ello, entonces delante de usted se abrirán toda clase de oportunidades. Muchas de ellas se abren simplemente debido a la inercia, a la inercia de otras personas, no a la de usted. Básicamente, todos somos perezosos, incluyendo a los hombres y mujeres que cuentan con la bendición de una ilimitada energía arden en deseos de alcanzar el éxito. El secreto es comprender esto, prometiéndose a sí mismo que no cederá a la pereza y que les facilitará a los demás que cedan a la suya. La forma de hacerlo es incrementar al máximo la posibilidad del éxito para la otra persona y reducir al mínimo la cantidad de esfuerzo que él o ella tenga que hacer para alcanzar ese éxito.
Erich trabajaba para una gran empresa de contabilidad con una reputación de obtener de sus empleados hasta el máximo de esfuerzo por el suelo que ellos recibían. “Nos exigen demasiado”, acostumbraban quejarse los colegas de Erich. “Este asunto de trabajar hasta altas horas de la noche es una locura; deberían contratar un número mayor de personal”.
Erich los escuchaba y simplemente trabajaba más. Decidió que la única forma de sobresalir entre sus compañeros era trabajando más y mejor. En busca de formas de hacer mejor las cosas, dio con un plan para la reorganización del flujo de trabajo, lo que daría por resultado un incremento en la productividad. Desarrollo una tabla de reorganización, la escribió en forma de memorándum y se la entregó a su jefe.
Lo pensó todo con sumo cuidado; el memorándum estaba mecanografiado con toda pulcritud, pero era un trabajo personal. El mismo Erich se encargó de la labor de mecanografía, no lo entregó a una de las mecanógrafas para que lo hiciera; quería que estuviera muy claro que ese memorándum era exclusivamente para su jefe, quien no tendría que preocuparse porque Erich se excediera, mostrándolo a alguien más arriba en la escala.
Lo que es más, Erich no solo hizo un bosquejo de su plan de reorganización, sino que indicaba con toda precisión la forma de lograrla. Si al jefe le parecía bien el plan, todo lo que tendría que hacer era dar su conformidad y Erich se encargaría del resto. Al jefe le agradó el plan y Erich y él lo discutieron de una noche que se quedaron a trabajar tarde, mientras comían sándwiches. Erich le indicó que si lograban reorganizar la oficina, la reciente productividad haría que el jefe causara una buena impresión a sus superiores. Para el jefe fue muy sencillo responder afirmativamente, pues Erich le había facilitado el trabajo. Supo aprovechar la inercia del jefe. El plan de Erich dio tan buenos resultados que el jefe obtuvo una promoción y ¿quién cree usted que obtuvo una promoción al mismo tiempo que él? Por supuesto que Erich. El jefe necesitaba a su lado a alguien que le ayudará a causar una buena impresión. En la actualidad Erich se encuentra en un nivel ejecutivo, en donde puede hablar de igual a igual con los demás ejecutivos y llegó a ese puesto varios años antes del programa normal de promociones, porque supo aprovechar el poder de la inercia.
Esto es muy importante para el hombre o la mujer que va hacia arriba. La persona que alcanza el éxito con mayor rapidez es la que se encarga de ese “demasiado” y obtiene el crédito por hacerlo en el momento en que eso es importante.
La moraleja es la siguiente: no piense en la entrega total como si se tratase de una enfermedad; piense en ella como en la única forma de vida que dará por resultado que llegue a su meta de alcanzar un fabuloso éxito en los negocios. Descubrirá que los sacrificios que haga son insignificantes si considera el hecho de que está haciendo precisamente lo que más desea hacer. De manera que cuando se trate de sucumbir a la seducción del compromiso total, ríndase.
En muchas circunstancias, la imagen que proyecta
es mucho más importante que sus habilidades
o que su récord de pasados logros.
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