domingo, 6 de junio de 2010

COMO MADURAR Y PROSPERAR EN SU PROPIO CAMPO DE DIAMANTES


El discurso que ahora están a punto de “escuchar” es uno de los fragmentos clásicos de todos los tiempos en el que se refiere al tema del éxito material. Pronunciado por primera vez durante una relación con sus viejos camaradas de la guerra civil, Russell H. Conwell siguió pronunciando ese mismo discurso, Acres of Diamonds, durante más de cinco mil veces en toda la nación, ante auditorios subyugados, ganando gracias a sus esfuerzos varios millones de dólares, con los cuales fundo la universidad de Temple.
No hay nadie que esté mejor calificado para presentarles lo siguiente que él mismo.

Este discurso se ha pronunciado bajo las siguientes circunstancias: acostumbro visitar una población o una gran ciudad, tratando de llegar a una hora suficientemente temprana para visitar al administrador de correos, al peluquero, al conserje del hotel, a los directores de escuela y a los ministros de algunas iglesias y posteriormente, me dirijo a varias fabricas y tiendas para charlar con la gente y tratar de familiarizarme con las condiciones locales de esa población o ciudad y enterarme de la historia de sus habitantes, de las oportunidades que han tenido y de las cosas en las cuales han fracasado, y en cada población se ha fallado en algo. Después me dirijo a la conferencia y les hablo a esas personas de los temas que tienen aplicación en su localidad. La idea, Acres of Diamods (Campo de Diamantes), ha sido constantemente la misma. Y esa idea es que en este país nuestro, igual que en los demás países del mundo ¡todos tienen la oportunidad de hacer algo más de sí mismos en su propio medio ambiente, con sus propias habilidades, con su propia energía y con sus propios amigos¡

Como puede ver, nuestra facultad de la Universidad del Éxito no ha establecido una edad de retiro obligatoria. El éxito, como está a punto de comunicarnos un catedrático inmortal, probablemente se encuentra justo debajo de sus narices. . .

Hace muchos años cuando viajaba a lo largo de los ríos Tigris y Éufrates en compañía de un grupo de viajeros ingleses, me encontré bajo la dirección de un anciano guía árabe, a quien contratamos en Bagdad; a menudo he pensado que ese guía se parecía mucho a nuestros peluqueros en ciertas características mentales. Creía que su obligación no era solamente guiarnos a lo largo de esos ríos y desempeñar las tareas por las cuales se les pagaba, sino también divertirnos con las historias curiosas y sobrenaturales, tanto antiguas como modernas, tanto extrañas como conocidas. He olvidado muchas de ellas y me alegro de haberlo hecho; pero hay una que jamás olvidaré.

El anciano guía conducía mi camello tirando del ronzal a lo largo de las márgenes de esos viejos ríos, mientras me contaba una historia tras otra, hasta que, hastiado de sus narraciones, deje de prestarle atención. Jamás me he sentido irritado con ese guía al recordar que perdió los estribos al ver que yo había dejado de escucharlo. Pero si recuerdo que se quito su gorro y empezó a hacerlo girar en círculos para atraer mi atención. Podía verlo por el rabillo del ojo, pero estaba decidido a no dirigir la mirada en su dirección, por temor a que me contara otra historia. Finalmente, volví la mirada hacia él y tan pronto como lo hice, prosiguió con otra de sus historias.
“Ahora le contare otra historia que reservo para mis amigos particulares “manifestó dirigiéndose hacia mí. Al escuchar que hacía hincapié en las palabras “amigos particulares”, me resolví a escucharlo, y vaya si me alegro de haberlo hecho. En realidad me siento profundamente agradecido, ya que hay 1674 jóvenes a quienes esta conferencia ayudo a salir adelante a todo lo largo de sus años universitarios, que también se alegran de que yo me decidiera a escuchar. El anciano guía me conto que en otros tiempos, no muy lejos del rio Indo, vivía un antiguo Persa, conocido con el nombre de Ali Hafed. Prosiguió diciendo que Ali Hafed poseía una gran hacienda en donde había huertos, sembradíos de grano y jardines; que tenía dinero que prestaba con interés y era, en suma, un hombre acaudalado y contento con su suerte. Se sentía satisfecho porque era un hombre acaudalado, y era acaudalado porque se sentía satisfecho. Un día, aconteció que el viejo agricultor persa recibió la visita de un anciano monje budista, uno de esos hombres sabios de Oriente. Después de tomar asiento al lado del fuego, le hablo al viejo granjero de la creación de este mundo nuestro. Le conto que otrora el mundo era simplemente un banco de niebla y que entonces el Todopoderoso introdujo su dedo en ese banco de niebla y lentamente empezó a agitarlo, incrementando la velocidad hasta que logró que ese banco de niebla girara con tal rapidez que se convirtió en una solida bola de fuego. Después la bola siguió girando por todo el universo, abriéndose camino gracias a su calor, a través de otros bancos de niebla y condensando la humedad, hasta que se convirtió en un gran diluvio que cayó sobre la ardiente superficie de la bola, enfriando la corteza externa. Después, los fuegos externos hicieron explosión, levantando la corteza y formando montañas y colinas, valles, planicies y praderas en este maravilloso mundo nuestro. Si esa masa interna fundida estallaba hacia el exterior y se enfriaba rápidamente, se convertía en granito; si se enfriaba con menor rapidez, se convertía en cobre si era menor, en plata, si era aun menor, en oro y después del oro, se formaban los diamantes.

Y según declaro el anciano monje, “Un diamante es una gota congelada de luz solar”. Ahora bien, desde el punto de vista científico, esto es literalmente cierto; un diamante es en verdad un deposito de carbón procedente del Sol. El anciano sacerdote le comento a Alí Hafed que si poseyese un diamante del tamaño de su pulgar, podría adquirir el distrito entero, y que si fuese dueño de una mina de diamantes podría instalar a todos sus hijos en sendos tronos, mediante la influencia de su inmensa riqueza.

Alí Hafed prestó oídos atentos a la historia de los diamantes, enterándose bien de su valor, y esa noche se retiró a su lecho sintiéndose un hombre pobre.
No había perdido ninguna de sus riquezas, pero era pobre porque se sentía descontento, y se sentía descontento porque temía que era pobre. Se dijo a sí mismo, “Quiero una mina de diamantes” y permaneció despierto toda la noche.
A primera hora de la mañana busco al monje. Por experiencia propia, se que un monje se muestra bastante malhumorado cuando se le despierta muy temprano por la mañana, y cuando sacudió al anciano sacerdote de sus sueños, Alí Hafed lo interrogó:
-¿Me quiere decir en donde puedo encontrar diamantes?
-¿Diamantes! ¿Para qué quieres diamantes?
- Pues, porque deseo ser inmensamente rico.
- Bueno, entonces, ve a buscarlos. Eso es lo que tienes que hacer; ve a buscarlos y luego serás su dueño.
-Pero no se adonde ir.
- Bien, si encuentras un rio que se desliza a través de de las arenas blancas entre elevadas montañas, en esas blancas arenas siempre encontraras diamantes”
-No creo que exista un rio así.
-Oh, si, hay muchos de ellos. Todo lo que tienes que hacer es ir en su busca y entonces tendrás tus diamantes.
-Iré a buscarlos – respondió Alí Hafed.
Asi que vendió su granja, renuncio a todo su dinero y dejando a su familia al cuidado de un vecino, se alejo en busca de los diamantes. Empezó su búsqueda, según creo en una forma adecuada, en las montañas de la luna. Posteriormente, llego hasta palestina y después prosiguió su jornada hasta que llego a Europa, y por fin, cuando ya había gastado todo su dinero y se encontraba cubierto de harapos, miserable y hundido en la mayor pobreza, se detuvo en la playa de una bahía en Barcelona, España, cuando una gran marejada llego arrollándolo todo entre las columnas de Hércules, y el pobre hombre, afligido, doliente y casi moribundo no pudo resistir la atroz tentación de lanzarse hacia esa gran ola que barría la playa, hundiéndose bajo su espumosa cresta, para jamás levantarse de nuevo en esta vida.

Cuando el viejo guía acabo de contarme esa historia tan terriblemente triste, detuvo el camello en el que yo cabalgaba y retrocediendo para asegurar el equipaje que estaba a punto de soltarse del lomo del otro de los camellos; y mientras estuvo ausente, tuve la oportunidad de meditar en su historia. Recuerdo que pensé para mis adentros, “¿Por qué me comento que reserva esta historia para sus “amigos” particulares?” Parecía no tener principio, ni parte media, ni final, y tampoco significado alguno. Era la primera historia que yo jamás había escuchado en toda mi vida, y sería la primera que jamás leería, en la cual el héroe muere en el primer capítulo. Solamente había escuchado el primer capitulo de esa historia, y el héroe ya estaba muerto.
Cuando el guía regreso a mi lado y volvió a tomar en sus manos el ronzal de mi camello, continúo de inmediato con su narración, adentrándose en el segundo capítulo, como si no hubiese hecho ninguna pausa. El hombre que le compro sus tierras a Alí Hafed, condujo un día a su camello hacia el jardín, para darle de beber, y mientras el camello metía la nariz en las aguas poco profundas del riachuelo, el sucesor de Alí Hafed vio un curioso destello de luz entre las blancas arenas del arroyo. Saco una piedra de color negro, que tenía un ojo de luz que reflejaba todos los matices del arcoíris.
Levo el guijarro hasta su casa y lo deposito sobre la repisa de la chimenea que cubría el fuego, y se olvido de él.
Pocos días después, el mismo anciano monje llego a visitar al sucesor de Alí Hafed y en el momento mismo en que abrió la puerta del salón, contemplo ese destello de luz sobre la repisa de la chimenea y corrió hacia ella, gritando, “¡Aquí hay un diamante! A caso ya regreso Alí Hafed?”
“oh, no, Alí Hafed aún no ha vuelto, y eso no es un diamante; no es otra cosa que una piedra que encontré justamente aquí, en nuestro propio jardín”. “pero”, respondió el sacerdote “yo te digo que se reconocer un diamante cuando veo uno. Estoy positivamente seguro de que se trata de un diamante”. Entonces juntos salieron apresurados al viejo jardín removiendo con los dedos las blancas arenas y ¡he aquí ¡ que encontraron otras gemas más grandes y valiosas que la primera.
“Y así”, Prosiguió el guía dirigiéndose a mí, y amigos míos es históricamente cierto, “¡se descubrió la mina de diamantes de Golconda, la mina más significativa en toda la historia de la humanidad, que sobre pasa incluso a la misma mina de Kimberly. De esa mina salieron los diamantes más grandes sobre la tierra, el Kohimoor y el Orloff, de las joyas de la corona de Inglaterra y Rusia”.
Cuando el viejo guía árabe terminó de narrarme el segundo capítulo de su historia, volvió a quitarse el gorro turco, haciéndolo girar en el aire, una vez más para atraer mi atención sobre la moraleja. Aun cuando no siempre son muy morales.
Mientras hacía girar el sombrero me comentó;
“Si Alí Hafed hubiese permanecido en su hogar, excavando en su propio sótano o debajo de sus propios campos de trigo, o en su propio jardín, en vez de la miseria, la inanición y la muerte por suicidio en tierras extrañas, hubiese tenido su “campo de diamantes”, ya que posteriormente cada hectárea de esa vieja granja, si, cada palada de tierra, puso al descubierto gemas que a partir de entonces han decorado las joyas de los monarcas”.
Cuando hubo terminado con la moraleja de su historia, comprendí por que la reserva para “sus amigos particulares”. Pero no le dije que la había entendido. Era la forma de ese humilde y anciano árabe de andar con rodeos igual que un abogado, para expresar individualmente lo que no se atrevía a manifestar en una forma directa, que según su opinión muy personal, estaba seguro de que “Cierto hombre joven que por entonces viajaba recorriendo el rio Tigris estaría mucho mejor en su hogar en los Estados Unidos”. No le respondí que comprendía lo que trataba de decirme, si no que le comente que su historia me recordaba otra y rápidamente empecé a narrársela. Y creo que ahora se las contaré a ustedes. Le hable de un hombre allá en california en el año de 1847, que era propietario de un rancho. Se entero de que habían descubierto oro en el sur de California, de manera que poseído de una gran pasión por ese metal precioso le vendió su rancho al coronel Sutter y partió para nunca volver. El coronel Sutter instalo un molino sobre un riachuelo que corría atravesando el rancho y un buen día, su pequeña hija llevo a su casa un poco de arena húmeda que había sacado del río, tamizándola a través de los dedos delante del fuego y en esa arena que caía, un visitante vio las primeras pepitas relucientes de verdadero oro
Que se habían descubierto en california. El hombre que anteriormente había sido dueño de ese rancho quería oro y pudo obtenerlo con el solo hecho de tomarlo, pues lo tenía a su alcance y era su dueño. En efecto, desde aquel entonces se han obtenido treinta y ocho millones de dólares en oro, de unas cuantas hectáreas de superficie. Hace alrededor de ocho años, dicté esta misma conferencia en una ciudad que se levanta actualmente sobre ese rancho y me informaron que durante años y años el dueño de una tercera parte de esas tierras ha estado obteniendo ciento veinte dólares en oro cada quince minutos, dormido o despierto, libres de impuestos. Ustedes y yo ciertamente disfrutaríamos con un ingreso como ése, sobre todo si no tuviésemos que pagar impuestos.
Pero aquí, en nuestro propio estado de Pennsylvania, tenemos un mejor ejemplo que el anterior, algo que en realidad sucedió. Si hay algo que disfruto más que nada cuando me encuentro en el estrado, es tener delante de mi vista uno de esos auditorios de alemanes que habitan el estado de Pennsylvania y hablarles de ello, y esta noche tengo la oportunidad de disfrutar de esa situación. Había un hombre que vivía en Pennsylvania y que no era muy diferente de los demás habitantes que ustedes conocen en este estado; era propietario de un rancho, e hizo con ese rancho lo que yo haría de tener un rancho en el estado de Pennsylvania… lo vendió. Pero antes de venderlo, decidió pedirle a un primo suyo que le diera un empleo recogiendo kerosén, ya que ese primo tenía un negocio e esa naturaleza en Canadá, en donde por primera vez se descubrió petróleo en este continente. En esa época remota, lo extraían de las corrientes. Así que nuestro agricultor de Pennsylvania le escribió a su primo solicitando un empleo. Como pueden ver, amigos míos, ese agricultor no era tan tonto; no, no lo era. No abandonaría su rancho antes de contar con algo a que dedicarse. De todos los simplones sobre cuya cabeza brillan las estrellas, no conozco a ninguno peor que el hombre que abandona un trabajo antes de encontrar otro. Esto se refiere en especial a mi profesión, pero no al hombre que quiere obtener el divorcio. Cuando le escribió al primo pidiéndole trabajo, éste le respondió: “No puedo contratarte, porque no sabes nada del negocio del petróleo “. Pues bien entonces el ranchero pensó para sí mismo, “Aprenderé”, y con un celo digno de encomio (característico de los alumnos de la universidad de Temple), se dedicó al estudio de ese tema. Inicio sus estudios desde muy atrás en la historia, desde el segundo día de la creación, cuando este mundo estaba cubierto por una densa y profunda capa de de rica vegetación que desde entonces se ha convertido en los primitivos lechos de carbón, Estudió el tema hasta que averiguó que en realidad los escurrimientos de esos ricos estratos de carbón proporcionaban el kerosén que valía la pena bombear, y más adelante descubrió cómo brotaba con los manantiales vivientes. Estudió hasta conocerlo a fondo, hasta saber cuál era su aspecto, a que olía, a qué sabía y la forma de refinarlo. Entonces, le escribió de nuevo a su primo, declarando: “Ahora si conozco el negocio del petróleo” A lo cual el primo respondió: “ De acuerdo, ven”.
Así que vendió su rancho en 833 dólares, de acuerdo con los requisitos del condado (una cifra cerrada, “nada de centavos”). Apenas acababa de abandonar el lugar, cuando el hombre que compró el terreno se dedicó a instalar el abrevadero para el ganado. Descubrió que el anterior propietario años atrás había instalado una tarima que cruzaba el riachuelo, en la parte posterior del establo, de canto sobre la superficie del agua y a sólo unos centímetros de profundidad. El propósito de esa tarima, dispuesta en ángulo agudo a través del riachuelo, era arrojar hacia la otra orilla una escoria de desagradable aspecto, en la que el ganado se negaba a meter las narices. Con esa tarima que arrojaba toda la escoria hacia la otra margen, el ganado ya podía beber rio abajo y fue así como el hombre que partió al Canadá, durante veintitrés años estuvo represando él mismo un torrente de kerosén, que diez años después, los geólogos del estado de Pennsylvania informaron que aun en aquel entonces tenía un valor de cien millones de dólares para nuestro estado y hace cuatro años, nuestro geólogo declaró que ese descubrimiento significaba para el estado un valor de mil millones de dólares. El hombre que era dueño de ese territorio, sobre el cual se yergue en la actualidad la ciudad de Titusville y en donde se encuentran todos esos valles de Pleasautville, estudio el tema a partir del segundo día de la creación hasta la época actual, y lo hizo a conciencia. Estudio hasta conocerlo a fondo y sin embargo, se dice que vendió la totalidad de su propiedad en 833 dólares y yo digo “no tenía sentido”.
Y esta noche que me encuentro aquí y recorro con la mirada mi auditorio, de nuevo veo lo que constantemente he visto a todo lo largo de estos cincuenta años, a hombres que cometen el mismo error. A menudo desearía ver frente a mi gente más joven y quisiera que esta noche la academia estuviese llena de alumnos de secundaria y de primaria, para poder dirigirme a ellos. Y hubiese preferido un auditorio así porque los jóvenes son más susceptibles, puesto que aún no han adquirido tantos prejuicios como nosotros, porque todavía no han adoptado ninguna costumbre que no puedan romper, porque todavía no han tropezado con ningún fracaso, como lo hemos hecho nosotros; y a pesar de que quizá podría hacer más bien a un auditorio así del que puedo hacerles a las personas mayores, no obstante, estoy dispuesto hacer lo mejor con el material humano de lo que dispongo. Quiero decirles que poseen “campo de diamantes” en Filadelfia, justamente en donde viven ahora “oh”, me dirán, “por lo visto no sabe gran cosa de nuestra ciudad si cree que aquí hay campos de diamantes”.
Me interesó grandemente el relato el relato que se publicó en los periódicos, acerca del joven que encontró un diamante en Carolina del Norte. Se trataba de uno de los diamantes más puros que jamás se hayan encontrado y tuvo varios predecesores cerca de la misma localidad. Fui a visitar a un distinguido profesor de mineralogía para preguntarle de donde pensaba procedían esos diamantes. El profesor se procuro un mapa de las formaciones geológicas de nuestro continente y los localizó, manifestando que atravesaron ya sea los estratos carboníferos subyacentes adaptados para tal producción, en dirección oeste, cruzando Ohio y el Mississippi; o más bien probablemente viajaron en dirección este atravesando Virginia y después ascendiendo a lo largo del Océano Atlántico. Es un hecho que los diamantes se encontraban allí, puesto que los descubrieron y los vendieron; y que fueron arrastrados hasta ese lugar desde alguna ubicación más del norte durante el periodo de desplazamiento. Ahora bien, ¿Quién puede asegurar, que alguien que decida perforar en Filadelfia no pueda encontrar todavía algún rastro de una mina de diamantes en este lugar? ¡Ah, amigos míos! No pueden asegurar que no se encuentran sobre una de las minas de diamantes más grandes de todo el mundo, ya que un diamante como el de aquel joven solo se encuentra en las minas más fructíferas que hay sobre la faz de la tierra.
Pero todo esto sirve simplemente para ilustrar mi manera de pensar, que quiero enfatizar diciendo que si literalmente no son poseedores de una verdadera mina de diamantes, si tienen todo lo bueno que esas minas podrían ofrecerles. Porque, de todas maneras, ahora que la reina de Inglaterra ha hecho el mayor cumplido que jamás se haya conferido a la mujer norteamericana por su atavío, debido a que hizo acto de presencia
En la última recepción celebrada en la corte inglesa sin llevar joya alguna, en la actualidad casi se han prescindido del uso de los diamantes. Todo lo que desearían ustedes tener serían unos cuantos que podrían lucir si quieren ser modestos, y venderían el resto por dinero.
Ahora bien, repito que la oportunidad de enriquecerse, de llegar hasta la opulencia, está aquí en Filadelfia, ahora, al alcance de casi cualquier hombre o mujer que me escuche hablar esta noche; y con ello quiero decir simplemente lo que acaban de escuchar. No he llegado hasta esta tribuna y bajo estas circunstancias sólo para recitarles algo. He venido a hablarles de lo que ante Dios creo que es la verdad, y si mis años de vida han tenido algún valor para mí en la adquisición del sentido común, sé que estoy en lo cierto; que los hombres y mujeres que se encuentran sentados aquí, y para quienes tal vez fue difícil comprar el boleto para asistir a esta conferencia o reunión o reunión de esta noche, tienen a su alcance un “campo de diamantes”, la oportunidad de volverse inmensamente ricos. Jamás hubo un lugar en la tierra mejor adaptado que la ciudad de Filadelfia en nuestros días, y jamás en toda la historia del mundo un hombre pobre y sin ningún capital ha tenido una oportunidad tal de enriquecerse rápida y honestamente como lo que ahora ofrece nuestra ciudad. Les digo que es la verdad y quiero que la acepten como tal, pues si piensan que solo he venido a darles una recitación, más me valdría no estar aquí.
Pero dirán ustedes, “No es posible hacer algo así; no se puede empezar sin un capital”. Jóvenes, permítanme un momento para aclarar esto. Debo hacerlo; estoy obligado a hacerlo para todos los jóvenes de ambos sexos, porque muy pronto todos iniciaremos un negocio en el mismo plan. Jóvenes, recuerden que si saben qué es lo que la gente necesita, poseen un mayor conocimiento de lo que significa la fortuna, del que podría ofrecerles cualquier cantidad de dinero.
Había un hombre pobre sin trabajo que vivía en Hingham, Massachusetts. Acostumbraba holgazanear por toda la casa, hasta que un día su esposa le indicó que debía salir a trabajar, y puesto que vivía en Massachusetts, el hombre obedeció a su esposa. Salió de la casa y se dirigió a la bahía y se sentó en la playa, y sacando su cortaplumas, empezó a tallar un trozo de madera húmeda, hasta convertirlo en una cadena de madera. Esa misma noche, sus hijos empezaron a pelear por la cadena y tallo una segunda para mantener la paz en el hogar. Cuando tallaba la segunda, llego un vecino y le comentó:
“¿Por qué no te dedicas a tallar juguetes para venderlos? Si lo haces podrías ganar dinero”.
“oh”, respondió, “no sabría que juguetes hacer”.
“¿Por qué no les preguntas a tus hijos, aquí en tu propia casa, que juguetes deberías hacer?”
“¿Qué caso tiene intentarlo ¿”, respondió el carpintero. “Mis hijos son diferentes a los hijos de los demás”.
(Cuando yo enseñaba en la escuela, conocí a muchas personas como ese hombre). Pero actúo siguiendo la sugerencia del vecino y a la mañana siguiente cuando Mary bajaba las escaleras, le preguntó:
“¿Qué juguete quieres que te haga?”
La niña empezó a decirle que le agradaría una cama para muñeca, un lavamanos, un cochecito de muñecas, una sombrilla y siguió con toda una lista de cosas que le llevarían toda la vida si quería dárselas. De manera que consultando a sus propios hijos, en su propio hogar, tomo los trozos de leña de la chimenea, pues no tenía dinero para comprar madera y empezó a tallar esos resistentes juguetes Hingham, que no llevan pintura alguna y que durante tantos años fueron famosos en todo el mundo. Ese hombre empezó a fabricar esos juguetes para sus propios hijos y después hizo copias que vendía por conducto de la zapatería de al lado de su casa. Empezó a ganar un poco de dinero y después un poco mas y según declara el señor Lawson en su revista Frenzied Finance, ese hombre es el más acaudalado del viejo Massachusetts, y yo creo que es verdad. Y hoy día ese hombre posee cien millones de dólares y solo le llevo treinta y cuatro años ganarlos, basándose en ese único principio, de que lo que agrada tener en casa a los propios hijos, también desearan poseer los hijos de los demás; es el principio de juzgar al corazón humano según el propio corazón, según el de la esposa o el de los hijos. Es el camino real para alcanzar el éxito en la manufactura. “Oh”, me dirán ustedes, “¿acaso no tenía ningún capital?” Si, tenía un cortaplumas, pero no sé si lo había pagado.
Así hable ante un auditorio en New Britain, Connecticut. Después de mi charla, una mujer que estaba sentada en la cuarta fila, al volver a casa trato de desabrocharse el cuello del vestido, pero el botón se atoro en el ojal. Entonces lo arrojo a un lado diciendo:
Conseguiré algo mejor que un botón para poner en los cuellos”.
A lo cual respondió su esposo:
“Después de lo que conwell dijo esta noche, has visto que se necesita algo de mas fácil manejo para cerrar un cuello. He ahí una necesidad humana; he ahí una gran fortuna. Así que ahora idea un botón para cuellos y serás rica”. Se burlo de ella y por consiguiente se burlo de mí, y esa es una de las cosas más triste que a veces caen sobre mi envolviéndome como una oscura nube a la medianoche y a pesar de que he trabajado arduamente durante más de medio siglo, no obstante que poco he logrado con mis esfuerzos. A pesar de sus grandes y generosos cumplidos esta noche, no creo que entre ustedes haya una persona en diez que logre reunir un millón de dólares simplemente por el hecho de encontrase aquí esta noche; pero no es culpa mía sino de ustedes. Y lo digo con sinceridad. ¿Qué caso tienen mis charlas si la gente jamás hace lo que le aconsejo? Cuando su esposo la ridiculizo, la mujer la mujer decidió que idearía un botón mejor para los cuellos y cuando una persona se decide a algo “lo hará” y no anda por allí pregonándolo simplemente lo hace. Fue esa mujer de nueva Inglaterra la inventora del broche de presión que ahora ustedes encuentran en cualquier parte. Primero fue un botón con una tapa de soporte unida a la parte exterior. Cualquiera de ustedes que use un impermeable moderno conoce el botón que simplemente se aprieta para cerrarlo y se jala para desabotonarlo. Ese es el botón al cual me refiero, y que fue inventado por esa mujer. Más adelante invento otros broches e hizo una mayor inversión: después entro en sociedad con grandes fábricas. En la actualidad esa mujer viaja al extranjero cada verano y lo hace en su yate privado y por supuesto ¡invita a su esposo a que la acompañe! Si su esposo llegara a fallecer ella tendría dinero suficiente para comprarse un duque o un conde extranjero o cualquier otro título por el estilo, al precio que se cotice en el mercado.
Ahora bien ¿cuál es la lección que quiero darles con este incidente? Es la siguiente: Aun cuando no la conocía, en aquel entonces le dije a esa mujer lo que ahora des digo a ustedes. “Tienen la riqueza muy cerca de ustedes; están mirando justamente por encima de ella”; y esa mujer tenía que mirar sobre ella por que se encontraba exactamente debajo de su barbilla.
¿Quiénes son los grandes inventores del mundo? Una vez más, esta lección se presenta delante de nuestra vista. El gran inventor es la persona sentada a su lado o bien ustedes mismos son esa persona. “Oh” me dirán, “jamás he inventado nada en toda mi vida”. Tampoco lo habían hecho los grandes inventores, hasta que descubrieron un gran secreto. ¿Creen que se trata de un hombre con una cabeza gigantesca o un hombre con un ingenio parecido a un rayo? No es ninguna de esas dos cosas, el hombre realmente grande es sencillo, franco, común y corriente y pleno de sentido común. Ustedes ni siquiera soñarían en pensar que se trata de un gran inventor si no viesen algo que realmente ha inventado. Los vecinos de ese hombre no lo consideran un ser grandioso; jamás vemos nada grandioso por encima de la valla que divide nuestros hogares. Me dirán que entre sus vecinos no hay nadie grandioso, que la grandeza siempre se encuentra allá lejos, en alguna otra parte. La grandeza es tan sencilla, tan simple, tan intensa, tan práctica, que los vecinos y amigos jamás la reconocen.
La grandeza no consiste en ocupar un futuro cargo, sino que en realidad consiste en realizar grandes obras con poco medios y en el logro de vastos propósitos desde la jerarquía privadas de la vida. Para ser en algún modo grandes, debemos serlo aquí, ahora, en filadelfia. Quien es capaz de darle a su ciudad mejores calles, mejores aceras, mejores escuelas y mas universidades, mas felicidad, mas civilización y un poco mas de Dios, será grande en cualquier parte. Espero que cada hombre y mujer que se encuentra aquí, si jamás me vuelven a escuchar, recuerden esto, que si en verdad quieren ser grandes, debe empezar en donde está y como es ahora en Filadelfia. Quien puede darle a su ciudad cualquier clase de bendición, quien puede ser un buen ciudadano mientras vive aquí, quien puede construir mejores hogares, quien puede ser una bendición para sus semejantes, ya sea que trabaje en un taller o detrás de un mostrador o se encargue de las labores domesticas, cualquiera que sea su vida, aquel que sería grande en cualquier sitio, primero debe serlo en su propia ciudad de filadelfia.

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