domingo, 6 de junio de 2010

COMO EVITAR QUE SU ÉXITO SE CONVIERTA EN CENIZAS


Durante ese largo invierno de descontento, en el año de 1929, se celebró una importante junta en el hotel Edgewater Beach, en Chicago. Alrededor de la mesa de conferencias se encontraban ocho de los financieros más importantes de todo el mundo, hombres cuyos deseos y decisiones afectaban las vidas de la mitad de la población mundial. Esos hombres eran:

• El presidente de la mayor compañía de acero.
• El presidente de la mayor compañía de servicios públicos.
• El presidente de la mayor compañía de gas.
• El presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York.
• Un miembro del gabinete de Estados Unidos.
• El mayor especulador de Wall Street.
• El director del mayor monopolio mundial.
• El presidente del Banco de Conciliaciones Internacionales.

Ciertamente, debemos reconocer que allí estaba reunido el grupo de hombres de más éxito en todo el mundo, hombres que obviamente habían encontrado el “secreto” de adquirir riquezas y poder.
Veinticinco años después, Charles Schwab había muerto, en la bancarrota.
Samuel Insull era un fugitivo de la justicia, hundido en la miseria. Howard Hopson había enloquecido. Richard Whitney cumplía una condena en Sing Sing.
Albert fall fue indultado de la prisión para que pudiera dormir en su hogar. Jesse livermore, se suicidó. Evan Drueger, se suicidó. León Frazer, se suicidó.
Invariablemente, algo extraño sucede a la mayoría de nosotros a medida que nos acercamos a nuestras metas. Nuestros valores se deforman y quedamos cegados por el oro que tenemos en las manos. En nuestra apresurada brega por llegar a la cima, dejamos atrás de nosotros cónyuges e hijos que nos han amado y han dependido de nosotros, y el éxito que nos costó tantos esfuerzos alcanzar se convierte un poco mas que cenizas.
¡No tiene que ser así! En esta lección, tomada de su conmovedor libro, The Ability tol ove, el doctor Allan Fromme, distinguido autor y psicoterapeuta, nos indica las opciones que están a nuestra disposición, de manera que permanentemente estemos en guardia contra las trampas que han tenido sus lazos a tantos otros que llegaron a ser personas de “Éxito” sólo de nombre…

Todos sentimos amor por las cosas, esas cosas materiales que cuestan dinero. Las amamos tanto que en realidad llegan a convertirse en una parte muy significativa de nuestra vida amorosa. Todo lo que tenemos que hacer es escuchar a los demás cuando aseveran ese amor una y otra vez. “Quisiera tener un automóvil nuevo”. “Quisiera un abrigo de pieles”. “Adoramos nuestra nueva casa”. ¿Acaso usan la palabra “Amor” (o querer o adorar) en una forma diferente cuando hablan así?, La respuesta es un categórico “no”. Quizás comúnmente ligamos al amor con el romance, el sexo y el matrimonio, pero el amor es un vínculo y no se limita a involucrarse exclusivamente con las personas.
En esos sueños materialistas, las personas no solamente revelan sus deseos, sino debido a que esos deseos son numerosos y recurrentes, simultáneamente sugieren lo profundamente arraigados que están y todo lo que harían para obtener esas cosas. Esa obsesión puede ocupar incluso más de su tiempo, pensamientos y energías que su amor hacia una persona determinada, Nadie lo dice nunca en una forma directa pero la codicia y la adquisición de una posición que muchos tratan de derivar de ello podrían convertirse en su más grande amor.
Nos agrada pensar de nosotros mismos que somos seres capaces de un gran amor en el sentido romántico, en contraposición con esta insensata adicción a adquirir cosas. Y es verdad que somos eminentemente capaces de tener sueños, deseos e incluso de los sentimientos mas tiernos hacia alguien que “camina envuelto en belleza, como la noche”. Pero muy pocos de nosotros nos encontramos suficientemente libres de las fuerzas insistentes que hay en nuestro interior y de las fuerzas sociales tan poderosas que nos rodean, para no reaccionar poderosamente a la atracción de la posesiones. Vemos esto desde una edad muy temprana en la vida de un niño, cuando a los cuatro o cinco años de edad, empieza casi todas las frases con la misma palabra, o sea, “Quiero” o “Dame”. Muchos de nosotros jamás llegamos a superar esto.


CÒMO NOS AFECTAN LAS COSAS


Desde luego, la cultura de nuestro mundo occidental ha concedido un elevado valor al poder adquisitivo, sin embargo, esto no es un acontecimiento reciente, pues ha venido sucediendo durante siglos. Las posesiones abundantes nos proporcionan cierta posición social y esto nos afecta en una forma psicológica. La mayoría de las personas encuentra mucho mas fácil experimentar un sentimiento de seguridad ante el volante de un reluciente y costoso automóvil ultimo modelo, que en un modelo viejo y maltratado. Muchos hombres pasan mas tiempo el domingo puliendo y acariciando ese automóvil del cual se sienten tan orgullosos, del que pasan en compañía de su esposa. Las posesiones y la posición social nos ayudan a mitigar el aguijón de la ansiedad, que todos padecemos en diversos grados. Incluso nos ofrecen la ilusión de un amor incondicional, o si no de amor, por lo menos de una aprobación que inconscientemente todos ansiamos desde nuestra primera infancia.
Para describirlo en una forma más sencilla y directa, las cosas nos satisfacen y en esa satisfacción el principal componente es por lo general el amor hacia nosotros mismos. Nuestro primer paso para aprender a amar es amándonos a nosotros mismos, y ese amor a nosotros mismos es el que conocemos mejor durante los primeros años de nuestra vida. Jamás renunciamos por completo a ese amor infantil hacia nosotros mismos, aun cuando aprendemos a trasformarlo y a sublimarlo en formas que nos causan mayores satisfacciones como adultos.
El impulso de adquirir riqueza y posición social y la consiguiente aprobación pública nos ofrece una satisfacción directa para ese amor infantil hacia nosotros mismos. No crea complicación alguna, no nos exige que tomemos en consideración las necesidades y deseos de otro ser humano. No tenemos que considerar a nadie para ganar esa aprobación general, Sólo necesitamos considerar nuestros deseos y adquirir las cosas. Después de algún tiempo, nuestras adquisiciones se convierten en parte de nosotros mismos, en una parte indistinguible, de manera que llegamos a sentirnos más grandes y más importantes como resultado de ellas.
Las cosas poseen una tangibilidad que hace que la cualidad etérea del amor parezca apagada y esquiva. Se nos enseña a creer que “quien roba nuestro bolso roba basura”, pero tenemos muy buen cuidado de que nadie nos lo robe, usamos cerraduras y alarmas contra robo y además compramos un seguro para protegernos. Y después sospechamos del amor mismo. Muchas personas se preguntan si son amadas por su propio valor o por su dinero.
El amor puede ser inconsciente e incierto. Descubrimos eso cuando niños y algunos de nosotros volvemos a descubrirlo como adultos. Por otra parte, las posesiones son confiables, con excepción de una quiebra en la bolsa de valores o de un fracaso en los negocios. No nos devuelven nuestro amor, pero tampoco nos dirigen palabras duras ni huyen con algún otro.
También se prestan a una enumeración matemática. Pueden contarse, catalogarse y después su valor se suma en dinero contante y sonante. ¿Cómo se puede contar o medir el amor? Elizabeth Barrett lo intentó en un soneto que le escribió a Robert Browing.

¿Qué cómo te amo? Permíteme contar las formas.
Te amo hasta la profundidad, la extensión y la altura
Que mi alma puede alcanzar…

Y continua así por el mismo tenor y es un bellísimo soneto, pero al fin al cabo todo lo que sabemos es que estaba muy enamorada.
Se nos dice, pero sólo medio en broma, que todos tenemos problemas y que el dinero nos lo alivia, pero que si hemos de tener problemas vale mas preocuparnos por ellos en el asiento posterior de un Cadillac, pues así serán mucho menos dolorosos. También se nos dice que, puesto que de cualquier forma podemos trabajar, más nos vale desempeñar un buen trabajo y obtener tanto dinero como nos sea posible. En todo esto, hay justamente el suficiente sentido práctico para que resulte persuasivo.


DE VUELTA AL ENAMORADO


A fin de comprender el amor, es al enamorado a quien debemos comprender, ya que fácilmente lo moldean incontables influencias, creando numerosos lazos que desplazan al amor que cree es primordial en su vida. Para muchas personas, el amor entre un hombre y una mujer llega a ser como el libro que se han prometido a sí mismos leer, o como la carta que hace tiempo han querido escribir. De alguna manera, y a pesar de lo genuino de sus deseos y de la bondad de sus intenciones, un sinfín de cosas se interponen en su camino.

Las razones para ello son numerosas. En primer lugar, como miembros de la sociedad, nos incumbe actuar como los demás y así lo hacemos. Pasamos una gran parte de nuestras horas de vigilia atareados en la mecánica de vivir. Esta consiste en ganarnos la vida, o cocinar, hacer el aseo, ahorrar y adquirir todo lo que necesitamos para nuestra vida cotidiana. De manera que queda muy poco tiempo para el amor, las distracciones. La autoeducación o los juegos y así nos volvemos cada vez mas eficientes en el trabajo.
En segundo lugar, aunque nos sintamos atraídos hacia alguien por una gran variedad de razones, el amor que demostramos es una de las formas de disminuir los sentimientos de ansiedad que todos experimentamos. Otros medios para reducir esta ansiedad son inclusive más fáciles de obtener y sirven también como amortiguadores y protección contra aquello que tenemos, pues simplemente se pueden comprar. Todo lo que necesitamos es el dinero para hacerlo. Y hay incontables formas en que se nos estimula para ganar dinero.


EL ETERNO CONFLICTO


Estas dos formas de mitigar la ansiedad han estado en conflicto desde tiempos inmemoriales. En la época de Jesús, el conflicto ya era muy antiguo, puesto que fue Él quien hizo hincapié en que amásemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos y en que era más probable en que un camello pasara por el ojo de una aguja a que un rico entrara en el cielo. Y Jesús siguió su propio precepto. De acuerdo con San Mateo, cuando Satanás lo condujo hasta la cima de una elevada montaña para prometerle el mundo y todas sus glorias, Jesús se apartó de él y le respondió, “Retírate Satanás”.
Aun cuando Jesé logró ganar nuestra confianza en el tema de amarnos los unos a los otros, tuvo menos éxito en enseñarnos a abstenernos de amar las cosas materiales. John Calvin, un líder religioso de mucha menor reputación, mil quinientos años después enseñó una doctrina diferente. Tratando de despojar a la religión de su pompa y sus rituales, simplificándola a sus elementos esenciales, predicó que el trabajo y la economía hacían a un hombre aceptable a los ojos del Señor.
En la opulenta ciudad de Ginebra, en donde predicaba Calvin, este fue un precepto de los más atractivos y los acontecimientos del siglo siguiente reforzaron su influencia. La nobleza y el poder heredados perecieron durante las revoluciones norteamericana y francesa y con la revolución industrial del siguiente siglo, la opulencia y la posición social quedaron al alcance de todos. Un hombre podía nacer siendo un don nadie, pero si seguía las enseñanzas de Calvin, trabajaba arduamente y usaba con prudencia sus ganancias, algún día seria rico y respetado. Disfrutaría la posición de un hombre honorable.
La palabra “posición” con frecuencia está en nuestros labios, pero no es nueva. El hombre que la introdujo al pensamiento norteamericano fue Thorstein Veblen, un economista muy original del primer cuarto del siglo. Su libro, The Theory of the Leisure Class, fue una penetrante critica del impulso de adquirir bienes y posición, que hasta entonces había sido respetable mas allá de toda duda.
Examinó el comportamiento de las personas que estaban de acuerdo con la doctrina de trabajar arduamente y gastar con prudencia, y descubrió que no eran tan racionales como creían. Pensaban que adquirían lo que necesitaban y los que les agradaban; es decir, que el consumo de bienes estaba racionalmente motivado por deseos físicos y estéticos. Un hombre podía pensar que adquiría un abrigo para que lo mantuviese abrigado, satisfaciendo así una necesidad física, y que compraba un abrigo en vez de otro porque lucia mejor en su persona, satisfaciendo así una necesidad estética. Pero no sucedía así, opinó Veblen. Un hombre adquiere su abrigo y también su casa, mobiliario, caballos y carruajes, no debido a esas necesidades racionales, sino impulsado por el motivo de emular a los demás. Buscaba ganar la misma atención y respeto que se concedía a quienes ya eran dueños de tales posiciones.
Este patrón de comportamiento social no se originó en Estados Unidos, pero era especialmente fácil de detectar en un país en el cual muchos hombres empezaron juntos con la misma carencia de recursos. Por ejemplo, entre cierto numero de colonizadores, en el mismo periodo y en las mismas tierras ricas de Indiana, un hombre, una década después, podía ser dueño de una granja floreciente, de numerosas cabezas de ganado, una buena casa y corrales, mientras que sus vecinos apenas disfrutaban de una situación moderadamente buena y algunos seguían siendo pobres y continuaban bregando. Naturalmente, el hombre que había alcanzado tal éxito se ganaba el respeto de la comunidad y la gente veía en él una habilidad superior. Iban a verlo en busca de consejo, escuchaban respetuosamente sus opiniones durante las juntas de la población, votaban por él para decano de la iglesia y síndico de la escuela. Sus posiciones demostraban su superioridad y por ello se le honraba.
Una vez que las posesiones se convirtieron en la base de la estimación popular, mediante una transición psicológica también se convirtieron en la base de la dignidad y de la propia estimación. Hasta ahora, el patrón parece lógico y racional, pero entonces Veblen observó una inversión de lo más irracional. En vez de ahorrar frugalmente lo que habían ganado con su trabajo arduo, a fin de adquirir muchas posiciones y por consiguiente mayor popularidad y estimación propia, la gente tendía a gastar su dinero en una forma mas imprudente.


EL DINERO: UN ESCAPARATE PARA EL YO


Sin embargo, esto no era tan irracional como parecía. A fin de atraer la atención y la estimación de los demás, la gente tenía que exhibir sus riquezas. Si un hombre vivía en forma mezquina y a su muerte se encontraba medio millón de dólares debajo de su colchón, no habría disfrutado del respeto de nadie. Pero si gastaba su medio millón en una mansión palaciega y un yate, aun cuando se viera obligado a contraer deudas para sostener ese tren de vida, la gente lo respetaría. Y posiblemente el sector de negocios no sólo le otorgaría un generoso crédito, sino que además lo colocaría en posición de ganarse todavía más millones.
No basta con poseer grandes riquezas, decía Veblen. Deben exhibirse. Para esto, inventó la frase, “consumo conspicuo” y su compañera, “comodidad conspicua” y su compañera, “comodidad conspicua”.
Por consumo conspicuo, Veblen quería decir una flagrante exhibición de riquezas, cuyo principio implicaba exactamente lo opuesto al concepto de la búsqueda de economía. En vez de tratar de hacer que un dólar rinda su máximo poder adquisitivo, la idea es dar la impresión de que nuestro dinero es ilimitado.
Hubo una época durante la desenfrenada prosperidad de la década de 1.920, en que un hombre ansioso de establecer su posición social debida a la acumulación de riquezas, se convertía en coleccionista de arte. Lo que adquiría no era tan importante como el precio que pagaba por ello, porque entonces esa adquisición se convertía en noticia, y además, en noticia de primera plana. Si una vieja bañera de Luis XIV era suficientemente costosa, valía la pena comprarla.
Esto se convierte en una forma de decir, “soy tan capaz, tan hábil y en consecuencia tan opulento que puedo permitirme el placer de satisfacer todos mis caprichos sin amenazar en lo mas mínimo mi riqueza”. Ciertamente tal riqueza atrae la atención, la envidia y el respeto y su poseedor se convierte en el sujeto inevitable de nuestra admiración. Además, si lo que colecciona da muestra de su buen gusto, aumenta su importancia y, hasta cierto grado, es muy probable que esto suceda simplemente como resultado de las facilidades que tiene a su disposición para elegir. Algo se tiene que asimilar, incluso quienes con regularidad se quedan dormidos durante una función de ópera, no pueden evitar familiarizarse un poco con un libreto o una o dos arias.
A pesar de la depresión a finales de la década de 1.920. La practica continua. De hecho, últimamente ha tenido lugar un resurgimiento en el interés de adquirir obras de arte. Esto no quiere decir que dude que a muchos coleccionistas de arte les agraden las pinturas que compran, pero el valor monetario de una pintura con frecuencia usurpa sus pensamientos.
Aun cuando nuestra sociedad democrática esta abandonando cada vez más el ritual y la formalidad heredados de sus antepasados monárquicos, todavía quedan muchas ocasiones para exhibir las riquezas. Una de ellas es la noche de inauguración de la temporada de ópera, no solo en Nueva York sino también en Paris, Londres y Roma. Los asientos preferidos no son aquellos de donde pueden verse mejor la función. Sino aquellos en los cuales los asistentes pueden ser vistos mejor. A la mañana siguiente, los diarios publican las fotografías de los asistentes y la descripción de lo que lucia cada mujer famosa. Esto consiste en dos cosas, tomadas directamente de lo Veblen llamaba “la incansable demostración de la habilidad para pagar” del hombre: joyas y un vestido creación de un famoso modisto. Igual que una pintura. Lleva la firma del artista.
Los hombres usan constantemente a las mujeres y quizás no siempre con renuencia, a fin de poner en evidencia su riqueza. Incluso, en cuanto una jovencita se aproxima a su mayoría de edad, ya se inicia el proceso. Todavía en nuestros tiempos, el padre de una debutante no le dará importancia al hecho de gastar muchos miles de dólares solo en flores para decorar el salón de baile para su fiesta de presentación en sociedad, flores que ya se habrán marchitado para cuando termine el último vals de la velada. Este consumo conspicuo con frecuencia se ve igualado más adelante, cuando esas jovencitas contraen matrimonio, por los placeres tan conspicuos que disfrutan gracias a sus esposos. Esas mujeres aparecen en las fotografías de todos los acontecimientos sociales, a bordo de yates, en los balnearios mas lujosos, siempre magníficamente ataviadas y maravillosamente ociosas.
Además de una esposa simplemente decorativa y deliberadamente improductiva, un hombre puede coleccionar muchas otras cosas que para él tienen el valor de conferirle una posición social. El automóvil más grande o más costoso, la membresía en clubes costosos que rara vez cuentan con su presencia, las casas más elegantes, servidumbre, los mejores asientos y las noches de estrenos en teatro, cenas en elegantes restaurantes, mesas muy bien ubicadas en centros nocturnos y restaurantes, diversiones costosas tales como el polo, las regatas. La cacería de zorros, todas estas cosas confieren posición en una sociedad y son dignas de emularse. La búsqueda de una posición de conformidad con estas normas ocasionalmente alcanza extremos tan chuscos como la necesidad de tener un perro para el interior y un pero para el exterior.
Para la mayoría, que no pueden permitirse tales extravagancias, Veblen describió los elementos imitativos en nuestro propio comportamiento como consumidores. “emulación pecuniaria” fue la frase que uso para indicar la adquisición irracional de bienes para fines de satisfacer no nuestras necesidades físicas, sino mas bien nuestro deseo de que los demás piensen bien de nosotros.
Adquirimos un nuevo abrigo no porque el viejo esté raído y ya no nos ofrezca protección contra el frío, sino porque el estilo cambio y nos sentimos pobres y dignos de lastima sino nos mantenemos a la par con los demás. La compra puede ser modesta y, sin embargo, lleva el sello de la emulación. La ropa fabricada en serie que la mayoría de las mujeres se ve obligada a usar en general es una copia de creaciones de prendas de vestir costosas con la firma de diseñadores, que las mujeres opulentas lucen en su forma original. De igual manera , las mujeres que cultivan unas uñas largas y pulidas en general estaba ajenas a que eses estilo elegante de manicure se originó como un símbolo de opulencia, ya que es obvio que una manos así no tienen que encargarse de ninguna labor domestica.
A pesar de que se nos advierte que el “habito no hace al monje”, de igual manera y de una forma realista se nos recuerda que la impresión que causamos tiene una gran importancia. A su vez, esto nos vuelve impresionables. Los anuncios publicitarios nos venden una y otra vez mediante una asociación de las cosas con la riqueza. La implicación es que su producto es popular entre la gente rica, o que es imposible distinguirlo de la creación genuina. En cualquier caso una compra de esa naturaleza nos permitirá disfrutar de la posición que confiere la riqueza.
No hay duda alguna que una exageración antagónica a la tesis de Veblen fácilmente puede reducirla a lo absurdo. Por otra parte, es verdad que muchos de nuestros sueños tienen una calidad material y monetaria. Y los sueños son un poco más que una extensión de los pensamientos cotidianos, sería ingenuo creer que no actuamos según nuestros sueños; así lo hacemos, quizás con mayor frecuencia de la que nos agrada reconocer. Y tal y como Veblen nos ayuda a reconocer existen poderosas fuerzas sociales que contribuyen a este proceso y lo inducen.


EL PROBLEMA CON LAS PERSONAS

Desde un punto de vista puramente psicológico, a menudo es mucho más fácil satisfacer nuestro amor por las cosas que nuestro amor hacia las personas. Nuestra deficiencias individuales nos ofrece menos problemas para ganar dinero que para lograr unas relaciones satisfactorias con los demás.
Hay muchos hombres que creen que la única parte sensata de su día es el tiempo que pasan en su oficina. Declaran “en casa es imposible, todos están siempre de mal humor. No logro llevarme bien con mi esposa; nadie puede controlar a los niños y nada tiene sentido. En mi oficina, aun si las cosas no resultan en la forma esperada, es posible resolverla. Hay procedimientos, formas y principios mediante los cuales nos guiamos la mayor parte del tiempo. En cas todos nos amamos, pero las cosas escapan de nuestro control y nada resulta como lo esperábamos. Es un desorden”.
Así dice el hombre, y desde su punto de vista, tiene razón. Las vicisitudes del negocio y de la bolsa de valores son mas predecibles para él que la personas.
Muchos hombres piensan que de cualquier manera, las mujeres son irremediablemente impredecibles, que están llenas de caprichos y que son tan variables como el tiempo.
Podríamos observar que los hombres que piensan esto con mas intensidad por lo común son los mismos hombres que conceden todo o casi todo su tiempo y su atención a la adquisición de bienes y a los negocios y que disponen de muy poco tiempo para a dedicarlo a familiarizarse con las necesidades o los deseos de sus esposas. Estudian los informes del mercado y las cartas de negocios y se mantienen bien informados para que no los sorprendan los giros y las alteraciones de las altas finanzas. Pero no se les ocurre que si se tomaran la misma molestia para lograr conocer a las personas, quizá encontrarían que el estudio del comportamiento humano es igualmente valioso.
Para muchas personas, el hecho de no estar seguras de la forma en que actúan y piensan los demás de un momento al siguiente, es mucho más amenazador de lo que cree. Incluso las sorpresas no son muy agradables para muchos, como tendemos a creer. Para la mayoría de nosotros una verdadera sorpresa, algo que en verdad nos toma desprevenidos puede ser más perturbadora que placentera, aun cuando quizá se trate de una noticia agradable. Recuerden la última vez que recibieron una verdadera sorpresa; recuerden el comportamiento de alguien a quien le dieron alguna noticia importante y realmente inesperada. La primera reacción no es de placer, sino de choque. Tenemos que sentarnos, recobrar el aliento y acostumbrarnos a la nueva idea. Algunas personas empiezan a reír, pero es muy probable que se trate de una risa trémula y nerviosa. Es posible que una mujer estalle en llanto; quizá esboce una sonrisa, pero será trémula.
El hecho es que, en realidad la sorpresas no nos agradan tanto como creemos. Cuando niños, ciertamente, no nos agradaban. La razón por la cual la sorpresas son más desagradables que placenteras para los niños es que el niño posee una pequeña “masa aperceptiva”, como la llaman los psicólogos, una pequeña reserva de experiencias con la cual relacionan la nueva experiencia. Cualquier cosa totalmente es atemorizante; puede complacer solo cuando se han acostumbrado a ella. En general, los niños pequeños acogen con renuencia a los extraños, por muy bondadosos y amables que parezcan, hasta que los han estudiado a fondo. Cada primavera, algunos niños que han ansiado su primera visita al circo durante semanas enteras, regresan a casa después del espectáculo y durante meses tiene pesadillas. Muchos niños tienen la misma reacción después de su primer viaje al zoológico o de su primer ida al cine o a un teatro infantil.
Los niños no se sienten seguros con lo que no les es conocido, porque de trata de algo impredecible. Si se va a exponer a un niño pequeño a una nueva experiencia, es conveniente prepararlo para lo que va a ver. El niño necesita saber de que se trata con anticipación, de manera que pueda disfrutar de la diversión de la sorpresa sin el choque de lo extraño y su temor acompañante. No superamos esto por completo al crecer. Aun a medida que aumenta nuestra masa aperceptiva, nuestra reserva de experiencia con los años vividos, todavía desconfiamos de las sorpresas. La experiencia hace que muy pocos acontecimientos sean totalmente sorprendentes, pero la experiencia también puede reforzar nuestra ansiedad básica, nuestros sentimientos básicos y nuestra inseguridad acerca de la vida. Un giro inesperado de los acontecimientos incita a pequeñas olas en este estanque inconsciente de ansiedad; una gran sorpresa puede ocasionar una marejada. Nuestra primera reacción es de alteración y solamente después podemos evaluar el significado del acontecimiento y complacernos en él.
No obstante, nos agradan algunas nuevas experiencias y las buscamos. Hay algunos de nosotros que tiene un espíritu aventurero y temerario, otros lo tiene en menor grado. Muchos no experimentamos deseo alguno de ver que sorpresas pueden aguardarnos en la cima del monte Everest o debajo de la helada capa del ártico; nos conformamos con aventuras menores. Nos agrada la novedad, dentro de lo razonable, pero casi siempre preferimos lo predecibles. El temor a lo impredecible es una relación con otro ser humano es muy poderoso en algunas personas, y puede serlo tanto que nos bloquea de la experiencia del amor.
Quizá esas son las personas cuyos padres exhibieron cambios extremos de estado de ánimo y de comportamiento. O bien quizá los padres simplemente se mostraron incongruentes en la dirección de sus hijos. El patrón es conocido: uno de los padres está distraído quizá leyendo el periódico o hablando con un amigo mientras el niño busca afanoso algo que hacer. Encuentra algo pero es algo que no debe hacer, quizá empieza a desarmar el nuevo encendedor de mesa y el padre cae sobre él furioso: “!no te he dicho que no toques las cosas!!Porque tienes que descomponer todo lo que tocas!”.
Para un niño pequeño, este es un comportamiento impredecible y altamente perturbador. En un momento todo estaba sereno, la madre o el padre estaban serenos o por lo menos indiferentes y al niño se le permitía andar por allí sin que nadie lo molestara. Al siguiente momento, le gritan, posiblemente le pegan, y ese adulto tan importante en su vida se ha convertido en un ser hostil y amenazador.
Si esto sucede con demasiada frecuencia, tiene muy buenas razones para desconfiar de la gente durante el resto de su vida. Y durante el resto de su vida una persona así quizá siempre se sienta más segura entre las cosa que entre las personas.


LOS ENAMORADOS SON PREDECIBLES

Poder predecir el comportamiento humano en una relacion entre las personas, puede parecer difícil pero dista mucho de ser imposible. Todos tenemos cuando menos un buen amigo a quien conocemos bien y cuyo comportamiento es razonablemente fácil de pronosticar. Todos nos tomamos la molestia de conocer a un jefe o a un colega cuyas reacciones posiblemente sean importantes para nosotros y podemos decir con anticipación, “Esto no le agradará”, o bien “No lo entenderá así”. No esperamos acertar cada vez en nuestra predicción de la forma en que reaccionará el jefe, pero tampoco esperamos tener razón cada vez acerca de la bolsa de valores o las cifras de ventas. Nuestra predicción es una conjetura, pero una conjetura bien informada.
Podemos hacer la misma clase de conjetura acerca del comportamiento de un ser humano, si os tomamos la molestia de informarnos acerca de ese ser humano. La gente no es impredecible, lejos de ello. Incluso podríamos quejarnos que son demasiado predecibles, de que caen en hábitos y patrones de comportamiento con demasiada facilidad y en una forma excesivamente inflexible.
Sólo necesitamos conocer a un individuo suficientemente bien.
Los enamorados no son impredecibles el uno para el otro; encuentran pocas sorpresas en su pareja una vez que han adelantado del amor romántico a una relación basada en un conocimiento mutuo real. Algunos enamorados llegan a esta relación antes de contraer matrimonio y otros no lo hacen sino hasta después de poco o de muchos años de matrimonio. Hay un punto culminante en el índice de divorcios, alrededor de los cinco años de matrimonio. Son los enamorados que jamás lograron llegar al conocerse el uno al otro, o bien, que no aceptaron la realidad cuando la descubrieron.
Los enamorados que logran reemplazar la imagen romántica del ser amado por la de la persona real, ya no temen lo que puedan descubrir uno en el otro.
Saben que pueden tener una confianza mutua; encuentran seguridad el uno en el otro y disfrutan de su interacción. La posición social quizá sigue siendo importante para ellos, pero no hasta el mismo grado que su situación personal.


EL HOMBRE VULNERABLE


Puesto que hay muchos más hombres que mujeres que parecen volverse al amor de las cosas más que al amor hacia las personas, podríamos preguntarnos si de hecho los hombres son más susceptibles a esta clase de amor. Para empezar, debemos reconocer que el papel masculino en nuestra sociedad es tradicionalmente el de proveedor de su familia. Él es quien sale a ganarse la vida. Su posición en la comunidad es el barómetro de la forma en que desempeña su papel. Su posición se refleja favorable o desfavorablemente en su esposa y en sus hijos. En un sentido muy real, su posición pública es parte de la medida en que logra proporcionarles cierto bienestar.
De manera que es por esto que el hombre es más vulnerable que la mujer a las tentaciones de la riqueza y de la posición, simplemente debido a su papel tradicional. Pero también hay fuerzas psicológicas más profundas que lo impulsan hacia esas metas.
Durante los primeros años de su infancia, el niño pasa por la experiencia de sentirse desplazado por su padre. Permanece en casa con su madre, jugando con ella ò quizá recibiendo el alimento de sus manos. Tiene toda su atención, cuando de pronto llega el padre y cambia todo el ambiente del hogar. La madre se pone de pie, saluda al padre, le habla, se dirige a vigilar la cena de papá que ha estado preparando. Aun si regresa, e incluso si el padre se sienta y el niño de nuevo se convierte en el centro de la atención, la constelación se ha alterado. Hasta ese momento, el pequeño poseía a su madre enteramente, la tenia sólo para él; ahora ya no disfruta de su plena posesión y tampoco de la posesión de su padre. Cada uno de ellos comparte todo con el otro.
Por supuesto, las niñas también tienen la misma experiencia, pero más adelante, las experiencias de niñas y niños empiezan a divergir. El niño se involucra intrincadamente en una especie de competencia con su padre. Sin embargo, sus sentimientos de enojo lo hacen sentirse incómodo, ya que también ama a su padre y desea el amor de ese poderoso protector. De esta manera, gradualmente logra convertir esa rivalidad resentida en una emulación, que es tanto más cómoda como más ventajosa. Se dedica a tratar de ser igual que su padre y de ser posible, a sobrepasarlo.
Los psicoanalistas aclaran además que el niño es sensible a la diferencia de tamaño entre él mismo y su padre y que su conciencia de ello tiende a trasladarse hacia otros logros a medida que el niño crece. Pronto descubre que en su mundo de la escuela y los deportes, la destreza física es una gran ventaja y nuevamente esto implica tanto la estatura como la habilidad física. Los héroes de su mundo son aquellos que pueden correr más velozmente, lanzar la pelota mas lejos, ingresar al equipo y ganar el partido. Ser el primero, establecer un record, esa son las normas de excelencia para el niño cuando piensa en la clase de persona que es o lo que le gustaría ser.
Para ese momento la experiencia de niños y niñas ha divergido considerablemente como lo descubren los padres cuando sus niños tienen la edad suficiente para obtener su licencia de manejo. La tarifa de la prima de su seguro aumenta de inmediato cuando si hijo empieza a manejar, ya que el índice de accidentes entre los adolescentes de sexo masculino es el más elevado entre todos los conductores. Es una forma característica, los jóvenes conducen a mayor velocidad que las jovencitas. Juegan carreras en las carreteras, tratan de ser los primeros en arrancar cuando cambia el semáforo de rojo a verde y aceptan toda clase de riesgos para llegar como primeros y por hacerlo a mayor velocidad que los demás.
Los jóvenes de todas las épocas se han preocupado por ocupar los primeros lugares, desde los juegos de la antigua Grecia hasta los campos de juego de Eton.
La primera regla de cualquier juego es tratar de ganar y la recompensa no se distribuye en la misma forma, sólo se distribuyen entre los ganadores. De igual manera, la satisfacción que se deriva del propio desempeño depende de si uno gana o no. La admiración de los demás y la que uno experimenta hacia uno mismo van de acuerdo ambas con la calidad del propio desempeño. Quizá esto no es amor en su forma para o mejor, pero ciertamente es un sustituto común.
Las mujeres no están enteramente exentas. Una pequeña compite con su madre y trata de emularla y más adelante compite por las calificaciones en la iglesia, por la universidad que la acepta y por el hombre con quien va ha contraer matrimonio. Desea amar a su esposo, por supuesto, pero también quiere hacer un buen matrimonio y eso significa casarse con un hombre de cierta importancia, de cierta distinción y quizá con determinada riqueza y posición.


UNA CONSPIRACION CONTRA EL AMOR

Todo esto equivale a una considerable fuerza psicológica de competencia y ambición en cada uno de nosotros, hombres y mujeres por igual. Los hombres se sienten todavía más impulsados que las mujeres por esta fuerza en nuestra sociedad, están cambiando y las mujeres están descubriendo, o quizá buscando oportunidades crecientes para expresar su impulso de competencia. Los padres desempeñan un papel en ello, al inculcar esos impulsos a sus hijos, y por sus relaciones mismas, la familia estimula los sentimientos de competencia y el comportamiento competitivo. Hay una competencia con uno de los padres por el amor del otro, una competencia entre hermanos por el amor de los padres en forma de una atención punitiva. La competencia se fomente en le campo de juego, en la escuela, en los terrenos de atletismo. El instinto de logros y honores es una fuerza inevitable y a menudo exagerada a todo largo de los años de crecimiento, y ninguno de nosotros está completamente libre de ese instinto.
Toso conspira para intensificar el poder de este instinto en nuestra vida adulta. Detrás de él están son solo la historia y la tradición y hasta cierto grado las influencias religiosas del Calvinismo, sino también los accesorios más obvios de nuestra opulenta cultura. La publicidad actúa sobre nuestros deseos adquisitivos y los usa para vendernos productos. Los diarios nos hablan de un John Doe, un hombre ordinario, únicamente si robó o dio muerte a alguien, pero nos enteramos de todos los acontecimientos en la vida del las personas que tiene grandes riquezas y posición social al día siguiente de que sucede y cuando fallecen volvemos a leerlos una vez más, de principio a fin, en sus obituarios. A este respecto, nuestros diarios son como los libros de historia. De todos los que cruzaron el Rubicòn; solo se registró la hazaña de César.
Aprendemos habilidades de negocios y profesionales a fin de desarrollar nuestra capacidad de adquirir riqueza y posición pero no hay ningún curso que nos capacite para amar. En Harvard a una escuela de administración de empresas, pero hasta ahora no hay una escuela de amor de Harvard, y si algún excéntrico exalumno millonario quisiera donar una escuela así en su testamento, colocaría a los miembros de la dirección de la universidad en un buen dilema.
El mundo no nos otorga grandes honores por el logro en el amor. Cuando un hombre es insólitamente feliz en su vida amorosa, su amigo comenta “¿Qué suerte tuvo?” cuando dos personas alcanzan un felicidad digna de mención en su matrimonio, la gente manifiesta, “que afortunados fueron al encontrarse el uno al otro”, o bien, “¡que suerte tiene!”. Consideremos el éxito en los logros mundanos como una señal de habilidad extraordinaria, pero el hecho de triunfar en el amor es un accidente de dos personas que a ciegas se encuentran y todo le sale bien, por casualidad. No existe la noción de que tal vez escogimos sabiamente y bien, y que después de esa elección mutua, invertimos considerables esfuerzos y arte en dar forma a nuestro amor para satisfacer nuestro mutuo deseo de armonía, felicidad y realización.
Con tantas presiones que nos transforman por completo, es notable que el amor hacia las personas, más que hacia las cosas, siga siendo uno de nuestros principales ideales. Tal vez eso se deba a que las cosas, su adquisición y la posición que nos confieren en realidad no satisfacen nuestra soledad, nuestra ansiedad, nuestra mutua necesidad y nuestro deseo de encontrar la felicidad el uno en el otro.
Es sumamente difícil evitar un apego primordial a la acumulación de cosas materiales en un mundo en el cual figuran en una forma tan prominente. El éxito es importante para nosotros y su distintivo mas común es el logro financiero. Casi todo tiene un precio y la gente llega a creer que el dinero es la medida más fácil y más universal de la propia valía. En su acumulación de cosas mundanas ven satisfacción seguridad, posición, un agrandamiento del Yo, una confirmación básica de la idoneidad y de su merito. Igual que el pequeño Jack Horner, una vez que han obtenido la ciruela piensan “que buen niño soy”.


LAS COSAS MATERIALES NO BASTAN


Todo esto estaría muy bien, excepto por dos consideraciones. En primer lugar a una persistente preocupación, que no disminuye, por el propio yo, que es mas parecida al autoamor infantil que algunas de sus expresiones mas maduras. ¿Por quien alguien tan seguro de sí mismo sigue observando tan febrilmente el teleimpresor de la bolsa de valores? ¿Por qué alguien con tal posición sigue afanándose y trabajando durante fines de semana y las vacaciones? La seguridad y la satisfacción debían liberarlo de la necesidad recurrente de probarse así mismo; deberían proporcionarle confianza en sí mismo y tranquilidad.
La segunda consideración es que vivimos en un mundo habitado por seres humanos. No importa cuanto hagamos por nosotros mismo acumulando con éxito propiedades, las necesidades emocionales de nuestra vida siguen recibiendo la influencia primordial de quienes están más cerca de nosotros y de la forma en que reaccionamos a esas personas. Es verdad, los demás pueden conferirnos honores y posición, pero en ultima instancia, nuestra posición es nuestro propio hogar tiene un valor mucho mas grande que el mas profundo sentido personal. Los miembros de nuestra familia no reaccionan hacia nosotros de acuerdo con un principio psicológico. Ellos han abandonado toda reserva y nos ven tal como somos sin los adornos de nuestros grandes logros socioeconómicos. El millonario y el hombre común se enfrentan a su hijo de seis años y para el caso, a cualquiera que esté cerca de ellos, con la misma capacidad desnuda para amar. Tarde o temprano surge la verdad. No todo puede comprarse; no hay sustituto alguno para las personas.
El amor por los bienes materiales y el amor hacia las personas a menudo están en conflicto, sin embargo, no hay ninguna ley de naturaleza humana o de la sociedad, que haga que eso sea necesariamente así. Inevitablemente, todos tenemos muchos amores y unos de los principales desafíos de la vida es hacerlos compatibles. La solución ideal no exige el sacrificio de uno a favor del otro hay muchas personas que han sabido combinar el beneficio de ambos amores para alentar la convicción de que pueden existir juntos y en armonía. La adquisición y los logros no necesariamente tienen que ser a expensas de los demás. El esfuerzo cooperativo no es un simple sueño; se ha sabido de muchas personas que logran mas como resultado de su trabajo en colaboración con los demás de lo que logran trabajando en contra de los demás. Incluso una relación de negocios puede dejar cabida a la dignidad, al respeto y al amor. Mientras más se manifieste esto en nuestro comportamiento cotidiano, más compatibles se vuelven el trabajo y el amor. Nuestras relaciones con los demás rinden mayor satisfacción, llegamos a estar menos en guardia y los símbolos materiales de la posición elevada nos atraen menos que los valores mas profundos que comprendemos los demás están dispuestos a compartir con nosotros.

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