Fue Oscar Wilde quien dijo, “Los niños empiezan amando a sus padres; después de algún tiempo, los juzgan; pero rara vez, si acaso, los perdonan”.
En todo el mundo no hay tarea más difícil que educar a un niño desde su infancia hasta su edad adulta. Desde la época del problema de Adán y Eva con Caín y Abel, los padres han luchado con una tarea que requiere más talento, habilidad, paciencia, sabiduría y amor de lo que la mayoría de los seres humanos pueda proporcionar. Aún así, seguimos intentando, lidiando con toda una serie de problemas en la educación de los hijos que crece con cada siglo.
Esta optimista lección, tomada del libro del Doctor Jess Lair, I Aint´t Well, But I Sure Am Better, trata del predicamento al cual se enfrentan todos y cada uno de los amantes padres. ¿Qué tanta guía, formación y dirección debe prestarse al pequeño, de manera que crezca y llegue hacer un éxito en vez de un fracaso? Incluso el padre o la madre más bien intencionados muy rara vez toman en consideración los peligros y riesgos involucrados en este intento de jugar a ser Dios.
La idea de logar que nuestros hijos alcancen el éxito puede llegar a convertirse en una obsesión para los padres, sobre todo si sus propias vidas han sido improductivas. A toda costa los hijos deben redimir a los padres; deberán ser brillantes en la escuela, convertirse en personas opulentas, alcanzar una excelente posición, contraer un matrimonio brillante, porque sus padres jamás se anotaron un solo tanto en ninguna de esas áreas.
Pero ¿supongamos que un niño no está innatamente equipado para subir más alto que sus padres? ¿Supongamos que se sentiría más feliz como un simple ciudadano, llevando una vida útil, pero ordinaria? De esta manera, muchos de nuestros jóvenes resultan arruinados por las figuras de autoridad del hogar, quienes los obligan a tratar de ser más de lo que son o de lo que quieren ser. En vez de ello, esos padres convierten a sus hijos en fracasos; en la clase de fracasos que reflejan la vanidad, codicia y egoísmo de los padres.
Preste atención mientras un profesor cordial y conocedor del mundo, que ha aconsejado a miles de personas, le demuestra la forma de ayudar a sus hijos a madurar y florecer en un jardín de su propia lección, no de la de sus padres.
¡Cuando esto suceda, tanto usted como ellos habrán alcanzado el éxito! Mi esposa argumenta que soy un soltero nato, quizá incluso un monje nato. Cuando veo lo difícil que es para mí enfrentarme a algunos de los constantes problemas que surgen en el curso de mi vida en compañía de mi esposa y de mis hijos, me siento inclinado a pesar que hay una gran verdad en lo que dice.
Pero también sé que todavía soy más inadecuado para una vida solitaria que para la vida de casado. Saturé mis primeros veintitrés años de vida haciendo prácticamente todo lo que cualquiera desearía hacer y a medida que crecía me divertí en grande y armé grandes alborotos. Ingrese a una universidad del ejército y después preste mis servicios en el ejército durante un año y medio. Me gradué en la universidad entre viajes a esquiar al Oeste, paseos para practicar el montañismo y la pesca, e hice un prolongado viaje en canoa en Canadá. Desempeñe muchos trabajos para pagarme todas mis actividades. Tenía incontables amigos y el profundo cariño de algunas jóvenes amables.
En el mes de agosto de 1946, justo antes de cumplir los veintiún años, visitaba Berkeley, después de pasar un verano trabajando en las montañas. Había ido en busca de mi amor de la preparatoria, que me abandonó mientras prestaba mis servicios en el ejército.
A medida que empezaba a oscurecer y se acercaban esos momentos solitarios del atardecer, contemplé hacia el otro lado de la bahía las luces del puente Golden Gate. Pensé, “He aquí una de las perspectivas más bellas que jamás he visto, pero me encuentro solo y no disfruto contemplando esto sin compañía. Me iré a casa”.
Volví al hotel y esa misma noche empaqué mis pertenencias y empecé a pedir aventón en la carretera para dirigirme a mi hogar. No tenía prisa alguna por casarme, en aquel entonces el matrimonio todavía me atemorizaba un poco. Pero esa fue la vez en que volví la espalda a la vida de soltero.
Lo que trato de decir con mi historia es que tuve todas las oportunidades del mundo para permanecer soltero y disfrutar de ello, pero que me decidí a no hacerlo. Me decidí a ser un hombre de familia. Si esa fue mi elección, y si estoy convencido de que mi familia es la forma más decisiva de satisfacer mi necesidad de relaciones, entonces ¿por qué no actúo de acuerdo con ello?
Todo lo que puedo decirme a mi mismo en defensa propia es que lo que trato de hacer para mí es una de las dos cosas más difíciles que jamás haya intentado. Una de las cosas más difíciles es encontrar a Dios, y así lo comprendo, y hacer un contacto continuo y consciente, dejando de jugar a ser Dios. La otra cosa terriblemente difícil es ser esposo y padre.
En ninguno de estos dos problemas puedo culpar a nadie. No puedo culpar a las personas que me enseñaron la religión de los problemas que he experimentado tratando de encontrar una fuerza más elevada. Todas personas que me enseñaron la religión fueron tan bondadosas y amantes como podían serlo; jamás recibí un castigo de ellas. Pero debido a esa terrible conspiración de silencio que guadamos al hablar de temas espirituales con quienes están a nuestro alrededor, veo a tantas personas que piensan que están solas en su búsqueda espiritual. Ellas creen que están tan solas que les lleva bastante tiempo reconocer sus propios problemas y temores, porque consideran que son extrañas y diferentes por tenerlos.
Veo en nosotros un sinnúmero de fuerza impulsoras. Podemos hacer algo por cierto sentido de compulsión, impulsados por algo en nuestro interior que no comprendemos o con lo que no n os sentimos comodos. Podemos hacer algo debido a una sensación de temor, cuando nos impulsa el temor a un castigo. Podemos hacer algo por un sentimiento de dedicación cuando nosotros mismos nos impulsamos, porque hasta donde podemos ver se trata de algo indicado para nosotros y que debemos hacer.
Casi lo mejor que puedo decir acerca de todo lo que hago en mi familia es que lo hago por dedicación. Hago esas cosas porque creo en ellas, creo que están indicadas. Para mí y estoy dedicado a ellas.
Pero hay una fuerza impulsadora más elevada, la más elevada de todas. Es cuando hacemos algo por amor. Esta fuerza es muy poderosa y, no obstante, no hay sentimiento alguno de fuerza en ella. Es como el golpe perfecto de un golfista, ese golpe en el cual no hay sensación alguna de tensión o de esfuerzo; simplemente s trata de una velocidad suavemente dirigida en el palo, que eleva la pelota lanzándola hacia el punto indicado. Se puede experimentar ese golpe casi perfecto en todo el cuerpo y se sabe que fue muy bueno en el momento en que el palo de golf hace contacto con la pelota.
Cuando hago algo en mi familia porque realmente lo disfruto, entonces mi obligación se convierte en placer, y también es un placer para todos los que están a mí alrededor.
Cuando se trata de mis hijos, constantemente lucho con mi tendencia de tratar de criarlos, de hacerlos avanzar en la dirección en que yo quiero que avancen para que yo e vea bien. Y espero más madures en ellos de la que yo tenia a su edad o incluso más de que tengo ahora, a los cuarenta y ocho años.
Cuando charlo con padres, lo que es tan irreal, es su horror ante algunas de las cosas que los chicos hacen hoy día. La única razón por la que pueden sentirse horrorizados es que olvidan de lo que ellos hacían cuando eran jóvenes. Yo andaba por allí con todos los chicos de mi edad en Bricelyn, Minnesota, y además conocía a casi todos los demás que eran dos o tres años mayores o menores que yo. Todos estábamos cortados de la misma tela y el grado de problemas que causábamos podía variar un poco, pero no era muy diferente. Sin embargo, estoy seguro de que hoy día alguno de aquellos chicos están tratando de mantener un nivel para sus hijos a cuya altura ellos jamás pudieron elevarse.
Recientemente, uno de mis hijos se metió en un problema. Le hablé de un problema similar que tuve cuando tenía poco más o menos su edad, pero Jackie no pudo abstenerse de comentar, “Sí, sé que tú hacías esas cosas, ¡pero no quiero que él resulte igual a ti!” Y ese es el problema. Cuando criamos a nuestros hijos sabemos exactamente cómo queremos que resulten.
Quiero que la gente vea a mis hijos y se maraville ante sus modales, su aplomo y su talento. Yo no era así, pero precisamente allí está el problema; no quiero que mis hijos empiecen a ser iguales a mí. No quiero que ellos cometan los errores que yo cometí o que alguien más cometió y quiero que se conviertan en seres humanos mejores que yo. Y quiero exactamente lo mismo para todos y cada uno de mis cinco hijos.
En esto no hay libertad alguna para ellos y tampoco hay un aprendizaje verdadero. ¿Cómo es posible aprender ballet o aprender a vivir, sin cometer errores?.
Cuando me preguntan por qué no quiero que mis hijos cometan errores, pretendo que se debe a que no quiero que resulten lastimados, pero esa no es realmente la razón por la cual no quiero que cometan errores. Me preocupo por mi ego, no quiero que los demás piensen mal de mi, debido a lo que hacen mis hijos. No quiero tener que andar sacando a mis hijos de la comandancia de policía. Quiero verlos en el estrado de la escuela, ganando premios. Quiero que mis hijos sean motivo de ornato para mí, como lo es un Cadillac último modelo estacionado frente a mi casa.
Una de mis alumnas pretendía que cuando se enfrentaba al problema de obligar a su hijo a cortarse el cabello, o al de si aparecería o no en la lista d honor, lo que en realidad le preocupaba era ese hijo. Mientras más pensaba yo en ello, más me convencía de que estaba loca. Nos agrada decir que lo que nos preocupa más nuestro propio ego. Usamos a nuestros hijos como extensiones e instrumentos de nuestro ego, para reforzar nuestra reputación.
Si tenemos hijos tan rectos como una cuerda, que constantemente aparecen en la lista de honor, que jamás dan una contestación irrespetuosa a un adulto, que no roban nada y siempre son un cien por ciento respetuosos y otras cosas por el estilo, entonces, para nosotros son un adorno, igual que un anillo con un gran diamante. Nos ayudan a destacar y podemos caminar por las calles del centro de la ciudad sintiéndonos muy cómodos, sabiendo que nuestro hijo siempre está en donde se supone que debe estar, y está haciendo precisamente lo que se supone que debe estar haciendo. Nadie tiene hijos así, pero esa es la clase de presión que ejercemos sobre ellos para que no lo sean. Pues bien, ¿ Qué niño logra mantenerse siempre fiel a esa clase de cosas? ¿Y por qué razón un hijo debe ser motivo de ornato para nosotros? No son un collar ni un artículo de joyería; si queremos adornos, debemos comprarlos. Pero una vez más, nuestra tendencia es convertir a nuestros hijos en objetos que nos hagan sobresalir. En cualquier momento en que amenazan con denigramos en alguna forma ante los ojos de nuestros vecinos, vaya que realmente nos molestamos con ellos y, por Dios, que les hacemos saber que no estamos dispuestos a aceptar ninguna de sus insensateces. Tendrán que cortarse el cabello como lo hacen todos de manera que puedan vérseles las orejas. Y tendrán que hacerlo. Por supuesto, justificamos nuestra actitud en nombre de nuestra preocupación por ellos.
La autojustificación es lo más peligroso que hay, porque nos ciega a la verdad y a la realidad. Ciertamente, es terrible enfrentarme al hecho de que me muestro tan ruin con mis hijos debido a mis temores por lo que puedan pensar mis vecinos. Puedo comprender esto con mucha claridad si m imagino que mi familia se encuentra en una isla desierta. ¿Me molestaría allí el cabello largo, o el hecho de no estudiaran con empeño? Por supuesto que no. Pues bien, esa es la respuesta. Si digo que mis prioridades son en primer lugar mi fuerza más elevada y en segundo está mi familia. Vale más que actúe de acuerdo con ello en el seno de mi familia. Cuando permito que me controle el temor de lo que podrían pensar de mí todos mis vecinos, estoy colocando en primer lugar sus opiniones sobre mi persona y hago añicos mi compromiso con mi familia.
Si mi familia es la manera más decisiva que tengo para satisfacer mis necesidades de mutualidad entonces estoy quebrantando precisamente mis relaciones más importantes. La palabra compromiso significa simplemente eso, un compromiso. Y significa todo el compromiso que pueda reunir, hasta que sea capaz de controlar un compromiso más profundo.
“Y bien, como padres ¿no deberíamos enseñar a nuestros hijos los valores que tenemos?”
No, no deberíamos tratar de enseñarles valores en la forma en que queremos hablando de lo que creemos que son nuestros propios valores. Creo que la única forma en que puede enseñarles esos valores es viviéndolos usted mismo. Pienso que lo más triste que hay en el mundo es cuando hablamos de un valor y vivimos otro. Si quieren preguntarme si soy cristiano, responderé, “No, estoy trabajando en ello”. Si uno de mis hijos me pregunta, “Papá, ¿qué piensas acerca de la honestidad?” contestaré, “Pues bien, hijo mío, simplemente analiza la forma en que llevo mi vida y muy pronto sabrás qué es lo que pienso realmente de la honestidad. Podría definir a la honestidad como una virtud lógica, pero él se sentirá más impresionado por lo que ve. Y decididamente, yo preferiría besar mi caso en eso que arriésgame a hablarle de todas esas cosas.
Creo que el peligro radica con que tenemos una serie de valores que para nosotros son esperanzas. Tratamos de vivir de acuerdo con ellos, pero estamos fracasando. Queremos que nuestros hijos realicen esas esperanzas. Bien, si yo no las estoy realizando, entonces, no veo por qué tengo que pedirles a mis hijos que lo hagan. En esa área, tengo mucho más músculo que ellos. De manera que creo que condenamos a nuestros hijos al fracaso al fijarles una serie de metas muy poco realista. Queremos que hagan las cosas que no hicimos o que no fuimos capaces de hacer. Y el padre que trata de decirme que puede hacer todas las cosas que les exige a sus hijos, que simplemente me permita seguirlo durante todo un día.
Están todas esas personas que pretenden ser observantes de la Ley. Estoy seguro de que hay muchos de ustedes que ni siquiera saben cómo dar una vuelta legal en una avenida de cuatro carriles hacia otra avenida de cuatro carriles. Si yo fuese policía, apuesto que podría seguirlos muy d cerca y arrestarlos por cometer alguna falta antes de que transcurrieran quince minutos. Usted dirá, “Oh, no trato de decir eso; realmente no se trata de algo ilegal”. De pronto, usted quiere dar una nueva definición de la legalidad.
Ya no cometo hurtos; acostumbraba hacerlo. Bueno, robo un poco, pero no como antes era mi costumbre ¿Cómo llegué a disminuir la cantidad de hurtos?. Muy sencillo; simplemente averigüe que eso no daba resultado. Me hacía sentirme mal y me sentía tan nervioso que eso anulaba cualquier ganancia. De acuerdo, le diré a mi hijo “No robes”. Argumento que es un valor que he aprendido. Pues bien, ¿cómo lo aprendí?. Lo aprendí cometiendo errores y también en parte de mi padre y de mi abuelo, no por lo que me decían, sino a través de su ejemplo, de lo que hacían. Aún sigo aprendiendo gracias al ejemplo de mi padre, y hace ya veinte años que falleció.
Creo que nos sentimos terriblemente abrumados por lo que queremos que representen nuestros hijos. Pasamos por alto demasiados de sus puntos fuertes porque tenemos la mirada tan fija en sus debilidades.
Le he hablado de la idea de valorar a una persona por lo que es; y eso es lo más valioso que podemos hacer por un ser humano. Si esa valuación es tan buena como yo digo, me parece que debería hacer eso en primer lugar con mi esposa y las siguientes personas más obvias en mi vida, que son mis cinco hijos. Sin mi mente está saturada de un programa para ayudarlos a mejorar, entonces es que no los valoro por lo que son. Y ellos se dan cuenta de eso.
Mi viejo amigo Vince cree que deberíamos patrocinar a los hijos en la misma forma en que se patrocina a un alcohólico. Cuando un tipo se embriaga y le falla a uno de mis amigos de Anónimos que lo patrocina, mi amigo no le grita, ni vocifera y tampoco lo golpe, espera hasta que ha dormido la mana. No llega y se lanza contra él cuando se siente mal, sino que se presenta al siguiente día y le pregunta, “Hola, ¿cómo te sientes?” Y el responde, “Vaya, me arrepiento de haberte defraudado al embriagarme como lo hice”. Entonces, mi amigo responde, “No pienses más en ello; diablos, yo también he tenido mis deslices”.
Eso es lo que Vince trata de decir cuando declara, “No es posible criar hijos; podemos criar zanahorias. Debemos patrocinar a los hijos”. Y eso pone a las personas contra la pared cuando tan solo me atrevo a hablar de ello y comentan, “!Oh, Dios mío!” Pero hasta donde puedo verlo, mi padre y mi madre hicieron mucho de eso conmigo y, ciertamente, yo lo apreciaba. No quiero decir que yo sea una buena propaganda para esta idea, pero ciertamente la aprecio. Pasaban gran parte del tiempo preguntándome, “¿Qué crees que harás después?” Y yo respondía, “Pues bien, creo que haré esto”. Y ellos decían, De acuerdo, simplemente teníamos curiosidad de saber qué era lo que tenías en mente”. Yo tomé todas mis decisiones, de manera que mis errores también fueron míos. No había nadie a quien culpar de ellos.
“Hablan de dejar que los hijos asuman ciertas responsabilidades, en lo cual estoy de acuerdo, que aprendan a través de sus propias actuaciones, con lo cual también estoy de acuerdo, pero por ejemplo, ¿cómo le enseñan a un niño a no andar en el triciclo a la mitad de la calle cuando apenas tiene tres años de edad? No pueden evadir su responsabilidad por ese niño; es obvio que no van a permitir que alguien lo mate o lo lastime”.
Eso esta bien, Es como trata de enseñarle a alguien a flotar; durante algún tiempo mantienen la mano por debajo del cuerpo y después retiran la mano gradualmente, tan rápidamente como sea posible. Pero no tan pronto que la persona corra el riesgo de ahogarse. Lo que creo que hacemos es usar este principio para justificar el hecho de darle una paliza a ese niño. Igual muchos padres que dejan miles de tentaciones al alcance del niño y constantemente andan por allí dándole manazos al pequeño. Tienen que enseñarlo, tienen que hacerlo. Pues la forma más sencilla de hacerlo es poner las tentaciones fuera de su alcance.
Con ello no quiero decir que necesariamente permitan que el niño extienda la mano y toque una estufa caliente; pero un niño va a cometer errores, va a lastimarse un poco. Y la labor de un padre es semejante a enseñarle a una persona a flotar. Al principio tiene que sostenerla con la mano, firmemente; incluso puede sostenerla con ambas manos, casi manteniéndola fuera del agua y después retirar las manos poco a poco.
Permítame contarle una historia que tiene cierta relación con esto. Mi amigo Vince se encontraba ene l departamento de revistas y tabaquería con Charlie, uno de sus hijos. Esta es la segunda familia de Vince, ya que perdió la primera a causa del alcohol, de manera que ahora realmente cuida a la segunda. El pequeño Charlie es el penúltimo de cinco hijos. Vince siempre acostumbraba que los pequeños lo acompañen en su camioneta de plomero hasta que tienen la edad suficiente para asistir a la escuela, así que ambos estaban juntos en la tabaquería a donde Vince había ido a comprar u poco de tabaco danés. Charlie pregunta , “Papi, ¿puedo comprar unos dulces?” “Sí, claro, pídelos”. Charlie regreso con una bolsita de dulces y Vince le pregunto, “¿Estás seguro de tener los dulces suficientes para que te duren todo el día?” Y el pequeño fue n busca de más dulces; al regresar al lado de su padre, Vince nuevamente preguntó, “¿Estás seguro de que tienes suficientes dulces? Será un largo día”. Así que Charlie volvió a ir en busca de más dulces. Charli es muy importante para Vince.
Creemos que eso es consentir al niño y que eso es terrible. Pero nuestros padres hicieron lo mismo con nosotros y no nos echaron a perder, sobre todo cuando no lo hacían en una forma enfermiza. Simplemente se trata de un regalo generoso. Pero veo que muchas otras veces empleamos la idea, “Bien, tengo que enseñar a mis hijos, tengo que protegerlos de esto o de aquello y tengo que prevenirlos en contra de esto o de aquello”, y usamos esto o de aquello y tengo que prevenirlos en contra de esto o de aquello”, y usamos esto más allá del punto en que deberíamos hacerlo. Claro es imposible argumentar con el principio de no permitir que un niño de tres años ande en su triciclo a la mitad de la calle; hay algunas cosas a las cuales tenemos que decir “no”. Pero sólo se puede decir “Oh, no” a ciertas cosas, de manera que vale más que se fijen ciertas prioridades y diga no a las cosas que realmente son importantes ara usted, tal y como las ve. Y eso no es todo. Tiene que hacer muchas otras cosas a las que no tengamos que decir no, pues si se responde a todo con un no, entonces si estamos en problemas. Y creo que muchas veces precisamente e allí a donde vamos a parar. La persona que hace la observación de que es necesario proteger a un niño de tres años no me engaña; lo que hay tras esa observación es demasiado obvio para que necesite una respuesta. Lo que probablemente la molesta es que quiere impedir que su hijo de dieciocho años tenga una novia formal. Quiere protegerlo de las jóvenes.
Muchas personas se enfadan conmigo cuando hablo así. “Vaya con ese Jess, dice que todo se vale”. De ninguna manera trato de decir eso, pero sí quiero decir que estamos interviniendo en muchas cosas en la vida de nuestros hijos en donde no deberíamos hacerlo. Puedo mostrarles a los chicos que salen de nuestra secundaria aquí en Bozeman, Montana, y que son bellísimos ejemplos de un control excesivo. Para el momento en que llegan a la universidad, están tan empacados en una caja que simplemente son hombrecillos mecánicos; sólo son máquinas de estudiar, fabricantes de buenas calificaciones. Se necesitarán muchos golpes duros para que aprendan algo acerca de la vida. He observado a muchos de ellos durante sus cuatro años de universidad tratando de vivir con sus compañeros de estudios sin aprender una sola cosa.
“En ocasiones, ¿no hay ciertos niños que no tienen la disciplina suficiente?”. Sí, es posible llegar a ambos extremos. No conozco mucho a los niños que están en el extremo inferior; conozco a algunos, pero no a muchos, porque la mayoría de ellos no llegan a la universidad. No obstante, lo que si puedo ver es que cuando menos de una tercera parte a la mitad de esos chicos que siempre aparecen en las listas de honor realmente tienen problemas.
Esta mañana leía una biografía de Einstein. Tomó lecciones de violín desde alrededor de los ocho hasta los catorce años de edad. Sus profesores eran demasiado mecánicos, se tratabe en gran parte de tocar las escalas y cosas por el estilo, pero no había nada de diversión en ello. Encontró algunos antiguos discos d las sotanas para violín de Mozart, y empezó a estudiar él solo, encontrando así amor al violín. Esta historia en su biografía fue para mi simplemente otro ejemplo de cómo aprendemos mucho más rápido cuando lo hacemos por amor que cuando lo hacemos por obligación.
Me pidieron que pronunciara un discurso durante la iniciación de la Sociedad Nacional de Honor en la secundaria de Bozeman. Traté de decirles que parte de sus calificaciones se debían al amor que sentían hacia determinada materia y parte a un sentimiento de temor y competencia. Les comenté que yo había llegado a la sociedad de honor en parte porque me agradaban algunas de las materias y en parte para obtener mejores calificaciones que mis amigos en la escuela. Que esperaba que ellos se esforzarían por lograr un incremento en sus calificaciones debido al amor y al disfrute de algo y que disminuirán la parte que se debía a un sentimiento de temor o a un sentimiento de competencia y de destrucción de los demás.
Después de mi discurso, la madre de uno de los miembros de la sociedad de honor se me acercó para preguntarme, “Doctor Lair, ¿usted realmente no cree que alguien estudiaría algo porque le agrada, verdad?” ¿Qué podría responder a una mujer así? ¿La madre de un miembro d la sociedad de honor? Ese hijo toda su vida ha asistido a la escuela con un venablo ardiente empujándolo por la espalda. Casi todo lo que he aprendido lo estudie porque me agradaba. Me agradaban las dos terceras partes de mis cursos de psicología, He estudiado mucho y sé muchas cosas acerca de incontables temas poco comunes, simplemente porque me encanta estudiar ciertas cosas. Hice un estudio concienzudo de balística referente a la Magnum de 7 milímetros; no tiene sentido saber todo lo que sé de balística acerca de un arma así, es algo tonto. Pero una vez que me intereso y empiezo a estudiar, muy pronto tengo un montón de libretas llenas de notas. No hay ninguna calificación, ni nada que me aguijonee, simplemente amor por lo que hago.
Encontraban muy cerca del final. De hecho, se dice que es posible derivar la teoría de la realidad de cualquiera de esos artículos, simplemente con las ecuaciones que ahí se publicaron. Pero creo que lo que distinguió a Einstein de esos otros hombres fue que ninguno de los tres tuvo las agallas para alejarse de la tradición, como lo hizo Einstein. Creo que ellos desafiaron a la tradición hasta cierto punto y después se asustaron. Pienso que lo que sucedió fue que Einstein se educó dentro de la misma orientación al pasado que esos tres hombres, pero Einstein tuvo el valor de llegar más allá de los límites aceptados. Les concedo este punto; pueden formar abogados, médicos y científicos sumamente mediocres mediante ese tratamiento del venablo al rojo vivo detrás de la espalda. Se puede tener hijos excepcionalmente cumplidos y que alcancen grandes logros, peri tiene un techo automático en su entretenimiento, debido a que su temor les impide adentrarse más allá o más profundamente en las cosas, porque eso sería irreverente e irrespetuoso.
Algunos de esos chicos excesivamente entrenados acaban por maldecirnos. ¿Por qué diablos papá y mamá no me dijeron que había otras carreras, además de las que se aprenden en una universidad?” Escuché cuando un padre recibía esa andanada de labios de su hijo, allá en Minnesota y pensé, “Vamos, hombre, ahora estás pagando por ello”. Tenia unos hijos verdaderamente rectos, que llevaban el cabello corto y hacían bien todas las cosas. Para un padre con todos los problemas que yo tengo, simplemente enferma observar a hijos como esos.
Tienen un sentido del deber, disfrutan de becas. Pero uno de sus hijos, que ya ejercía su profesión, le comentó un día, “Sabes, quisiera no haber tenido tantas profesiones para ir a la universidad. Desearía ser fabricante de herramientas y troqueles”.
Creo que se siente un poco atemorizado por la profesión a la cual se dedica, que no se siente al altura d ella y a pesar de eso no se siente en libertad de cambiar. Si en realidad quiere ser fabricante de herramientas y troqueles, es muy sencillo. Que aprenda a fabricar herramientas y troqueles por las noches mientas se dedica al trabajo que tiene ahora, y dentro de cinco años será fabricante de herramientas y troqueles.
De manera que se puede obtener todo lo que se quiera de los hijos; lo único es que se tiene que estar dispuesto a pagar el precio correspondiente por cualquier cosa que se desee. Y la etiqueta del precio del que hablo es que si pretende tratar a sus hijos y a los demás como individuos y si trata de conocerles cierto grado de libertad, tiene que pagar el terrible precio que exige la libertad. Y ese precio es que los errores están allí, a la vista; todos los errores están a la vista y tiene que enfrentarse a ellos en una forma directa.
No hay nada que no tenga un precio. Puede criar hijos como si recortara galletas; todo lo que tenía que hacer es emplear la dosis suficiente de temor y de presión y así podrá tener todo lo que desee, y pagará el precio en diferentes formas. Pero no sólo paga el precio por lo hijos, sino que paga un precio por sí mismo. Se separará de ellos. Vea a todos esos ancianos sentados por allí comentando, “¿Por qué mis hijos no vienen a verme?” Pues bien, como antes dije, ¿por qué deberían hacerlo? ¿Por qué querrían hacerlo? Usted ha visto eso en las familias. En el momento mismo en que esos hijos contraen matrimonio, se van tan lejos como les es posible. Conozco a toda clase de familias en las que los hijos trabajan en diferentes rincones de Estados Unidos y sus posesiones. ¿No es extraño que as cosas sucedan así? En la familia de mi abuelo, la mayoría de sus siete hijos jamás se alejó más de noventa y cinco kilómetros de distancia. Y no lo hicieron en una forma dependiente, sino en una forma sana; querían encontrar un trabajo que les permitiera estar cerca de su hogar. Y no creo que tampoco eso sea un accidente, pues hoy día todavía vemos familias que permanecen unidas. Se supone que esto es imposible debido a la movilidad y a las carreras especializadas, pero en el noroeste de Minneapolis, en donde habitan muchos polacos, vemos que los hijos regresan al vecindario. Quizá incluso regresan convertidos en médicos o abogados, pero hay muchos que regresan. Si se quiere permanecer cerca de la familia, no se escoge la carrera de ingeniero petrolero para ir a trabajar a Africa del Norte. Creo que gran parte de la movilidad que vemos hoy día no es tanto una causa básica del problema, como un efecto. Una buena forma de evitar la cercanía es empezar a correr y seguir corriendo. Si considera a su familia como una prioridad más elevada que su trabajo, entonces busque un trabajo que le permita permanecer cerca de su familia. Si el trabajo es más importante en su vida, entonces vaya a dondequiera que lo lleve su trabajo, entonces busque un trabajo que le permita permanecer cerca de su familia. Si el trabajo es más importante en su vida, entonces vaya a dondequiera que lo lleve su trabajo. Tal vez diga, “Oh, yo amo mucho a mis ancianos padres. No los h visto durante diez años, pro ciertamente los amo”. No puedo entender eso.
Cada primavera, las truchas están en el arroyo; cada otoño los alces están en la Gallatin; cada invierno hay polvo en Bridgers. Cada día el sol brilla sobre las colinas. Todos aquellos de nosotros que así lo deseemos estaremos juntos, disfrutando de esas cosas.
Puede poner una gran distancia entre usted y sus padres por dos razones. Puede dirigirse a algún lugar remoto como parte de su propia búsqueda espiritual; o bien puede poner distancias entre usted y su familia porque no puede soportarle será prisionera de esa familia; tiene esperanzas y expectativas no satisfechas de esa familia, que lo atarán a ella emocionalmente, no importa lo lejos que vaya. Está tan atado a ellos como quien siempre permanece cerca de ella y que también anda en busca de algo que no obtuvo.
La única forma n que puede abandonar a su familia en el aspecto emocional es alejándose después de ver que sus padres le dieron todo aquello de lo que fueron capaces. Lo que no le dieron fue porque no lo tenían para dárselo. El hijo o la hija que abandona así a su familia estará en libertad de alejarse o de quedarse cerca de ella, dependiendo de lo que sea mejor para ellos.
Para mi es difícil encontrarme en el otro extremo de esta decisión. He visto a tres de mis hijos luchando con más o menos éxito por apartarse de su hogar. Y es triste ver que fui incapaz de satisfacer ciertas de sus necesidades; lo único que pueden hacer es comprender que no fue algo intencional de mi parte, sino simplemente incompetencia. Para el momento en que aprendí algunas de las pocas cosas que logré aprender como padre, ya era demasiado tarde. Lord Rochester decía, “Antes de casarme tenía seis teorías acerca de la educación de los hijos; ahora tengo seis hijos y ninguna teoría”.
Y lo que es aún peor, todavía no soy bueno en ciertas cosas que son muy importantes. Soy terrible cuando se trata de escuchar a mis hijos que tratan de hablarme de algún problema. De vez en cuando logro hacerlo, pero la mayor parte del tiempo no lo logro. Afortunadamente, Jackie es muy buena para eso. Me grita indicándome que debo prestar más atención, pero a menos de que haya un problema especial, comprendo que no soy bueno para eso. Ella me dice que de cualquier mundo lo haga y lo intento, pero para ellos es fácil ver que mi corazón no está en ello.
Esas son mis fallas como padre. Veo que hay algunas cosas que sí puedo hacer y me siento agradecido por ello. Pero estoy seguro de que me dolería mucho ver a mis hijos aferrados a mí hasta los cincuenta años de edad en espera de que, finalmente, un día viera la luz y empezara a escucharlos. En estos momentos veo la luz pero hasta ahora no me ha sido concedido, el don de escucharlos con atención. Y sé que l pensamiento positivo no ha funcionado muy bien para mi, de manera que simplemente tendré que seguirme afanando más en lo que puedo hacer y esperar comprensión de parte de mis hijos. Hasta ahora me han dado mucho más de lo que jamás esperé.
Creo que el mayor problema que tuve como padre fue comprender lo diferentes que son todos mis hijos y aprender a reaccionar ante cada uno de ellos como individuos.
Mi hijo mayor, desde sus primeros años me acompañaba en mis viajes de cacería y de pesca. Cuando llegó a los quince años de edad tenía muchos amigos y siempre andaba con ellos, así que me imagine, “De acuerdo, ahora le ha llegado el turno a mi segundo hijo para que me acompañe de pesca y cacería”. Pero a él no le importaban gran cosa la caza y la pesca; en cambio a mi hijo más pequeño si le gustaban. Yo pensé, “No puedo llevarte conmigo, pequeño, porque le corresponde el turno a tu hermano de en medio”. Excepto que él no quería ni necesitaba ese turno.
Finalmente, logré ordenar eso en mi mente y entonces comprendí algo todavía peor. A mi hijo mediano le fascinaban los automóviles y le fascinaba trabajar en ellos, pero a mí no me agrada trabajar en un automóvil. Entonces comprendí lo que estaba haciendo; les decía a mis hijos, “Vengan a compartir conmigo mis intereses. Si lo hacen, podremos hacer juntos muchas cosas”. Y ese es un trato muy limitado.
Ahora veo con mucha más claridad lo diferentes que son mis cinco hijos de Jackie y de mí y ellos entre sí. Me he reconciliado bastante con el hecho de que no estoy interesado en muchas cosas en que ellos se interesan y que no seré capaz de fingir un interés que en realidad no siento. De manera que hacemos juntos aquello que nos interesa hacer juntos; en nuestra demás actividades cada quien encuentra los compañeros que puede.
Mi relación con mi esposa es mutua; yo la elegí y ella me eligió, pero mis hijos simplemente llegaron. Otra cosa difícil de enfrentar fue que no podía cambiar la cantidad de mutualidad que hay entre cada uno de mis hijos y yo. Todo lo que podía hacer era aceptar las diversas cantidades de mutualidad y hacer con ellas lo que podía. Esto tampoco ha sido fácil. Mi ego me dice que soy un excelente padre y que tendré estupendas relaciones con todos mis hijos. Excepto que las cosas no resultan así.
Una vez que desperté a la realidad de que tenia cinco diferentes relaciones, las cosas mejoraron muy pronto. Ahora puedo disfrutar de las maravillosas cualidades de cada uno de los cinco, sin tratar de forzar algo artificial. En el proceso, he ganado la mutualidad 0que hay en eso, de manera que tengo cinco relaciones que son muy valiosas para mí, que me proporcionan un excelente sentimiento acerca de la vida y de mi mismo. Y además me ofrecen un espejo muy claro en el cual puedo contemplarme con más claridad y avanzar con más suavidad en mi búsqueda espiritual.
Pero durante todo este tiempo, lo más difícil de lograr es dejarlos que cometan sus propios errores. Constantemente vocifero para mis adentros. “¿Qué cláse de despreciable padre eres? ¿ No te importan tus hijos? ¿Por què no haces lo que se supone que debes hacer para educarlos en la forma en que deberías educarlos, dejándolos d pie en la senda que deben seguir?”
Lo único que me ayuda es que hasta ahora no puedo recordar que nadie hiciera eso conmigo, de manera que trato de hacer lo mismo con mis hijos y además no trato tan arduamente de criados, sino más bien trato de patrocinarlos.
Cuando todo está dicho y hecho, el éxito sin
La felicidad es la peor clase de fracaso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario