domingo, 6 de junio de 2010

COMO MODELAR SU PROPIA CLASE DE ÉXITO

Hoy día, existen tantas diferentes definiciones del éxito como seres humanos, y hay quienes pretenden, y ofrecen considerables pruebas, que el mayor fracaso de nuestros tiempos es el éxito, ya que hemos llegado a equipararlo, cada vez mas, con posesiones materiales.
“he sido rico y he sido pobre ¡y es mejor ser rico!”Canturrean una después de otra todas las personalidades del mundillo de los espectáculos, y todos sonreímos asintiendo con un movimiento de cabeza, reconociéndolo con envidia.
Pero, ¿es eso y todo los que nos ofrece el éxito? ¿Acaso Howard Hurgues fue más feliz, o se sintió mas en paz consigo mismo cuando duplico su primer millón de dólares? ¿O alguna estrella de cine, con la caja fuerte repleta de alhajas y diamantes, se siente mas complacida con la vida después de deshacerse de su cuarto esposo para contraer matrimonio con el numero cinco?
¿Cómo define usted al éxito? Tal vez ha estado demasiado ocupado ganándose la vida, para concederle algo más que un pensamiento pasajero. A pensar de ello, si asiste a esta universidad con objeto de mejorar su vida y sinceramente espero que así sea, nunca es demasiado temprano para ofrecerle ciertas pautas sobre las cuales puede reflexionar y que quizá adopte para si mismo.
Sí siguió mi consejo ¿no es verdad?, y ha empezado a leer este libro teniendo a la mano una pluma o lápiz. Eso espero, ya que hay muchas cosas valiosas que aprender y recordar del brillante Howard Whitman, a medida que nos revela cuáles son los integrantes para alcanzar el verdadero éxito según su libro, Success Is Within You...
Hay dos importantes criterios para el éxito: 1. ¿Creen los demás que usted a tenido éxito? ¿lo cree usted?
Estos dos criterios se relacionan entre si igual que un popote se relaciona con una leche malteada. Si quiere disfrutar plenamente de una leche malteada, es conveniente contar con ambas cosas. Pero si únicamente puede tener una de ellas, ciertamente, es mucho mejor tener la leche malteada que tener solo el popote, pues este ultimo solo, es bastante útil. Y es bastante inútil, y también vano, el que todo el mundo piense que usted s un éxito si usted mismo no lo cree así. La leche malteada de su éxito es su propio conocimiento interno de ese éxito. Contando con eso, no se requiere necesariamente el reconocimiento del mundo exterior.
El problema surge cuando tratamos de moldear nuestro éxito de acuerdo con las especificaciones del mundo externo, a pesar que no sean las mismas especificaciones que hemos obtenido buscando en el fondo de nuestro corazón.
¿Para quién vamos a lograr el éxito, para nosotros o para alguien mas? El éxito, si deseamos que tenga un significado, debe ser algo personal. Varia de un individuo a otro, igual que varia la personalidad; es mas, surge de las profundidades mismas en donde se origina la personalidad, y a menudo se requiere de un sondeo perspicaz para descubrir por nosotros mismos cuales son nuestras propias ideas del éxito. Con demasiada frecuencia nos adaptamos al mundo externo en nuestros patrones del éxito, Sin conceder ningún pensamiento o análisis, de la misma manera que nos adoptamos en otros aspectos de la vida. Pero entre nosotros hay un puñado de valientes que se han atrevido a pensar en ello y ocasionalmente han delineado en todos sus detalles ciertos patrones del éxito que son a la vez honestos, valiosos e individuales.
William Faulkner, el novelista ganador del premio nobel, comentaba: “Nací para ser un vagabundo. Me sentí mas feliz cuando no poseía nada. En aquel entonces tenia un impermeable con grandes bolsillos; acostumbraba llevar un par de calcetines, una edición condensada de Shakespeare y una botellas de whisky. En esa época era feliz no deseaba nada y no tenia ninguna responsabilidad”
Uno podría rechazar esta definición de éxito, es decir, uno podría rechazarla para si mismo, pero no para Faulkner. Es una declaración franca, típica del honesto nativo de Mississippi.
En lo personal me siento un poco cansado de ver el nombre de Albert Schweitzer cada vez que alguien trata de erigir la imagen de una deidad sobre la tierra. Y es muy interesante mencionar que incluso Schweitzer se canso de ello. En el año de 1995, con motivo del aniversario numero ochenta de su natalicio, los admiradores de Schweitzer organizaron grandes celebraciones en todo el mundo. Se recabaron fondos (mas de veinte mil dólares en estados unidos y muchos mas en el resto del mundo) para enviarle regalos de cumpleaños al pequeño doctor de modales apacibles, que renuncio a la fama mundial para recluirse en lo mas oscuro de áfrica, en donde podía auxiliar a los nativos. En su hospital de Lambarene, en el áfrica Ecuatorial francesa, se reunieron quinientos administradores que con los brazos llenos de flores, cantaban y hacían sonar campanas para saludarlo el día de su cumpleaños, ya que la fama resplandecía sobre el buen doctor con mas brillo en la misteriosa y sombría áfrica, de lo que jamás lo hizo en las luminosas ciudades de Europa. El comentario de Schweitzer ese día su cumpleaños fue: “Como deploro todo este alboroto. Que fatigado estoy”
He aquí un hombre con su propia idea grandiosa del éxito, pero el mundo simplemente no le permite ejercerla.
En la turbulenta Europa de mediados del siglo XXI, la incurablemente romántica escritora George Sand, que además despreciaba los convencionalismos, escribió en una de sus famosas cartas una definición bastante del éxito:
Uno es feliz como resultado de sus propios esfuerzos, una vez que se conocen los ingredientes necesarios de la felicidad…gustos sencillos, cierto grado de valor, el autorrenunciamiento hasta cierto punto, el amor al trabajo, y por encima de todo, una conciencia limpia. La felicidad no es ningún sueño vago, de eso estoy ahora segura. Mediante el empleo adecuado de la experiencia y el pensamiento, es posible lograr grandes cosas de uno mismo; por medio de la determinación y la paciencia incluso es posible restaurar la propia salud…así que vivamos la vida tal como es, y no seamos desagradecidos.
Los más prudentes entre nosotros llegamos al final a la conclusión de que el éxito personal debe recibir en el interior, si queremos que exista. No puede componerse de signos o apariencias externos, sino únicamente de valores personales intangibles que emanan de una filosofía madura. Una de las cosas que mas impresionaron al mundo cerca de Mahatma Gandhi fue la fotografía de todas sus posesiones terrenales, que se publico en la época en que falleció: un par de anteojos, un par de sandalias, unas cuantas prendas de vestir muy sencillas, un torno de hilar a mano y un libro. Y no obstante, el mundo se percató de que había fallecido uno de los hombres más ricos. Quizá el mundo, en las profundidades de su conciencia, estuvo hasta cierto punto consciente de lo que trato de expresar Henry David Thoreau en esta sencilla frase: “Un hombre es rico en la proporción de las cosas de que puede prescidir”.el mismo Gandhi hablaba a menudo de la reducción de las necesidades. Para el la vida era un proceso gradual de despojo de las necesidades, de tal manera que el ser humano, de ser un niño que llora en la cuna y que necesita todo, si vive con éxito, llega a madurar, en forma gradual, hasta convertirse en un adulto que virtualmente no tiene necesidad de nada. Gandhi mismo fue un ejemplo de tal madurez, un ejemplo tan raro, que su vida representa para el resto de nosotros lo mucho que nos falta para alcanzar todo el potencial de madurez humana.
Esto no quiere decir que nuestra meta debe ser la pobreza, o que una negación ascética del progreso o las posesiones materiales nos convierta en un Mahatma, un alma gloriosa. Hay incontable alma grandiosa que siempre estuvieron rodeadas de posesiones materiales e incontables riquezas: Andrew Carnegie, Jacob Riss, Julius Rosenwald, Samuel Mather, Los Guggenheim y Russell Sage, solo para mencionar a unos cuantos. En estos casos, todos esos hombres alcanzaron un verdadero éxito personal, tanto externo como interno. Se las arreglaron para obtener la leche malteada y el popote también.
Existen ciertos factores constantes que se encuentran en el verdadero éxito, ya sea que se trate del éxito de un Andrew Carnegie o de un Mahatma Gandhi.
Estos son los factores esenciales, independientes de la riqueza o el logro, de la pobreza o el ascetismo. Estos son los factores dinámicos del éxito, la medula y elementos mismos de todo ello.
El primer factor constante es el propósito. Una persona debe saber que cualquier cosa que haga, avanza en dirección a una meta. El peor enemigo del éxito es ir a la deriva. Difícilmente podemos sentí que hemos alcanzado el éxito en medio de un pantano. Pero mientras la persona se fije un propósito, tendrá la impresión de que sus energías y su pensamiento creativo lo llevan hacia alguna parte, y a lo largo de esa jornada experimentará gran satisfacción, de la misma manera que se experimenta una inmensa desesperación siempre que pensamos, como frecuentemente decimos con una gran perspicacia, que no vamos “a ninguna parte.
Una noticia recién de Biloxi, Mississippi, ilustra poderosamente el papel que desempeña el propósito para hacer que la vida valga la pena de vivirse. Una joven bailarina, de veinticuatro años de edad, salto desde uno de los muelles la pequeña y pintoresca ciudad, en un intento de suicidio. Como lo expreso posteriormente, estaba “cansada de vivir”.
Un hombre joven la vio saltar desde el muelle y caer al agua. Olvidándose que no sabia nadar, se despojo del saco y saltó desde el muelle en pos de ella, en un ciego intento por salvarle la vida a uno de sus congéneres. Empezó a agitarse en el agua y se encontraba en un serio peligro de morir ahogado cuando la joven bailarina, olvido tormentariamente su propia desesperación, empezó a chapotear tratando de llegar donde él se encontraba. Mientras el joven tragaba agua y jadeaba tratando de respirar, ella se apodero de él, arrastrándolo a salvo hasta la orilla. En vez de ponerle fin a su propia vida, le salvo la vida a otro ser humano.
En ese momento decisivo, al ver que el joven luchaba por su vida, de pronto su propia vida adquirió algo de lo que antes carecía: un propósito. Y de esa manera, lo que se ahogo en las aguas allá abajo del muelle fue su simple desesperación y no su espíritu. En un dramático instante, conoció la diferencia que existe entre no tener nada por que vivir y tener algo por que vivir y una vez que logro arrastrar al joven hasta un sitio seguro, fue conducida al hospital, en donde la trataron por exposición a los elementos y la dieron de alta con un nuevo interés de vida.
No todos tenemos un encuentro tan severo con el propósito o con la falta de èl. Pero cada uno de nosotros a vivido ciertos momentos en que la vida de pronto se convirtió en algo vibrante y animados por que íbamos a alguna parte, y como contraste, otras ocasiones sombrías en que la vida nos pareció como el caballo de madera al final del camino, que dice, callejón sin salida. El éxito, para ser verdadero, debe tener un constante sentido de propósito; de otra manera, aun cuando podamos vegetar con éxito, no podemos vivir sin éxito.
En segundo lugar, el éxito debe poseer la naturaleza intrínseca de un promedio de bateo. No todo es una sola pieza; ni cada hora ni cada día nos ofrece un éxito uniforme. Más bien, en el éxito hay ciertas alzas, separadas pos valles de fracasos. Recientemente conocí a un productor de televisión de reconocido éxito, responsable de la presentación de un programa cotidiano intensamente complejo y difícil. Obsérvalo:
Me volvería loco si tratara de juzgar las acciones de cada día contra un estándar absoluto de perfección. Todo lo que trato de lograr es un buen promedio de bateo. Se muy bien en que ocasiones hare una jugada abominable, pero siempre y cuando logre una primera o una segunda base, quizá un jonrón ocasional, no me importa los inevitables errores y tiros fuera del campo.
De manera que una vida de éxito también tiene días, e incluso años de fracaso. Ciertamente, tendrá sus momentos de absoluto derrumbamiento. Todo esto no son plagas que caen sobre una vida, de esta naturaleza, sino simplemente los inevitables fracasos que son testimonios del hecho de que el éxito no es tan fácil.
Los psiquiatras nos hablan de tipos de individuos “compulsivos”, incapaces de soportar en momento de fracaso. En realidad, esas personas jamás saborean el verdadero éxito; en vez ello, experimentan en la lengua el sabor constante de la mediocridad. Temen el mas ligero fracaso, no sea que derrumbe su temblosa confianza en si mismos. Si posee una confianza de arraigo, una persona es capaz de absorber el fracaso ocasional; de hecho, si mantiene un estrecho contacto con la realidad, el individuo maduro sabe que el fracaso ocasional es algo inevitable y desperdicia menos energía inquietándose por ello, una energía que le permitirá esforzarse en alcanzar el éxito que busca.
Al madurar, tarde o temprano cada uno de nosotros tiene que aprender que no todos los días de navidad, de tal manera que cortejar al éxito, también sepamos que no todos los esfuerzos se ven coronados por la gloria.
Un tercer ingrediente constante del éxito, es el precio del mismo. No hay ningún éxito gratuito. Uno de los aspectos más prodigiosos de estas vidas nuestras, un aspecto un tanto místico, es nuestra incapacidad constitucional para disfrutar de aquello que no hemos ganado. Los divanes de los psiquiatras han adquirido los profundos contornos de las mujeres de edad madura excesivamente mimadas, que han recibido casi todo lo que han pedido jamás, pero que se encuentran extrañamente incapacitadas para encontrar alguna alegría en la vida. Algún día, un psiquiatra debería explorar la personalidad humana en busca de una minúscula balanza que estoy seguro existe allí, y si la encuentra y la examina de cerca, creo que se dará cuenta de que la palabra alegría esta escrita en el peso, y l apalabra esfuerzo en el contrapeso. Parecía como si la alegría del éxito debería equilibrarse con el esfuerzo para alcanzarlo, y ese es un pequeño aspecto mítico de la naturaleza humana que existe en el interior de todos nosotros.
Durante reciente semana de graduaciones en la Universidad Oberlin, entre los títulos honoríficos que se concedieron, presté atención especial a la mención que anexaron a un Doctorado de Derecho concedido a Theodore E. Steinway, presidente de Steinway & Sons. Mencionaba que la familia Steinway “había fabricado 342.000 pianos, que usaron y de loa que abusaron toda clase de pianistas, desde Liszt hasta Rubinstein el segundo”. Y también hacían las siguientes observaciones: “En uno de sus grandes pianos de concierto, 243 cuerdas tensas ejercen una palanca equivalente a 17.144 kilos sobre un marco de hierro. Theodore E. Steinway nos ofrece una prueba de que de una gran tensión puede surgir una gran armonía”.
Quizá esté es el ying y el yang de la exigencia en el mundo occidental. El medio círculo del corchete de la alegría se adhiere contra el medio circulo del esfuerzo; de eta manera, la tensión y la armonía comparten su unidad dentro de ese arco global, y justamente en al misma relación, el éxito y el precio que pagamos por el coexisten como todo inexplicable.
Un cuarto ingrediente esencial. Sin el cual el éxito no es éxito, es la satisfacción. Desde luego, lo que para un hombre es alimento, para otro puede ser veneno y, por consiguiente, para el hombre la satisfacción puede derivarse del hecho de amasar una gran fortuna, en tanto que para otro surge de la creación de un poema. Pero, ciertamente, ninguno de los dos puede pretender, en modo alguno, que ha alcanzado el éxito si no encuentran satisfacción ni en la fortuna ni en el poema.
El éxito es algo que debe disfrutarse. Puede ganarse con lágrimas, pero debe estar coronado con risas. De lo contrario, el esfuerzo quizá haya valido la pena, podría ser bueno e incluso grandioso, pero para el individuo que carece de esa alegría interna, que también se conoce con el nombre de satisfacción, difícilmente puede hacer éxito. Esto ha llegado a convertirse en una de las extrañas anomalías de nuestra época: que tantos luzcan todos los atavíos externos del éxito sin sus esenciales atavíos internos. No sienten el éxito. En vez de un calor interno solo hay aridez “He trabajado, me he esclavizado y yo mismo me he dejado fuera de combate y, ¿para?, es una frase que ha llegado a convertirse en estribillo.
La satisfacción que proporciona el éxito no tiene que ser identificada por alguien o para nadie mas, con tal que la persona misma sepa que esta allí. Un maestro de escuela que trabaja por escaso salario y con el menguado respeto que inspiran hoy en día los maestros, quizá no sea considerado por la comunidad en general como alguien que haya alcanzo gran éxito; pero si dentro de su propio corazón hay una sensación de placer, la convicción de que esta desempañando bien una labor que ama, entonces será suyo uno de los ingredientes esenciales del éxito, ya sea que lo sepa o no alguien mas. En gran parte de este ingrediente depende de la propia actitud del individuo, mas que de una evidencia patente.
Por ejemplo, un carpintero podría sentirse un absoluto fracaso por que debe trabajar con ahínco en un oficio, con sus propias manos y recibiendo ordenes de un jefe, mientras que otros hombres se sientan en una oficina y les dictan a sus secretarias y, no obstante, otro carpintero que desempeña el mismo trabajo podría experimentar la satisfacción del maestro artesano, por su habilidad al darle forma a la tabla y hacer que encaje el ensamble. Conozco a un carpintero dentro de esta última categoría, un hombre que no necesita inclinarse ante nadie, por que posee gran maestría en su oficio, y a pesar de nuestra vidas de modernos artefactos y las fachadas de tubos de metal y ladrillos de vidrio de nuestra existencia, tal maestría sigue una rasgo de virtud.
Un pastor o un párroco puede experimentar esa satisfacción interna del éxito, si en sus tranquilos recorridos llevan un toque de Dios a sus semejantes; igual puede ocurrirle a un fabricante, si tiene la convicción de que su producto es el mejor de su clase, una fuente de orgullo para él, asimismo a un jugador profesional de beisbol si ama ese deporte; y a un ama de casa si sus tareas cotidianas tienen un propósito y creatividad no las considera simplemente tediosas.
La satisfacción, que en gran parte se deriva de una actitud, esta asequible a todos porque se inicia en el interior, como una especie de pepita central en los estratos mas profundos de nuestra alma.
Finalmente el último elemento básico del éxito es la espiritualidad. Es difícil imaginar a alguien que crea que ha logrado éxito sin que también se sienta relacionado en alguna forma con los propósitos más grandiosos de la vida y con el autor de esos propósitos. Ya sea que se trate de un vagabundo con éxito o un Baquero con éxito, si quiere percibir todo el aroma de ese éxito debe tener la convicción, por muy sutil que sea, de que esta en armonía con Dios.
De alguna manera debe percibir las penetrantes corrientes de la existencia de Dios y reconocer su propia existencia en esas corrientes.
Una vez más esto es algo muy personal. Espiritualidad del vagabundo con éxito y la espiritualidad del banquero con éxito difícilmente podría resonar en la misma octava, pero, no, obstante, a pesar de que cuenta no es la disparidad de la perspectiva o de la vocación, sino el hecho de que ambas estén en armonía con la vida y con su Hacedor.
El éxito no es una camisa de fuerza. No es un molde de dentro del cual deba vaciarse todo. No es ningún sello rígido. Es tan individual como nuestras huellas digitales o la mirada que hay en nuestros ojos. Todo lo que necesitamos es el valor de ser, y de realizarnos, nosotros mismos.

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