domingo, 6 de junio de 2010

CÓMO MIRAR HACIA ATRÁS AL PUNTO DE DONDE HA ESTADO


¿Ya está preparado para dar ese primer paso en dirección de una vida mejor?
Si lo está, espero sinceramente que todavía resuenen en su mente las dos frases del capítulo de bienvenida: “Nadie más puede vivir su vida. ¡Nadie más puede alcanzar el éxito por usted!”
Como escribió Jo Courdet en su maravilloso clásico, Advice from a failure, de donde hemos tomado esta lección inicial: “Este no es un mundo fácil en el cual vivir. No es un mundo fácil en el actuar con decencia. No es un mundo fácil en el cual comprendernos y agradarnos a nosotros mismos. Pero tenemos que vivir en él, y al hacerlo, hay una persona con la que decididamente tendrá que convivir”.
Esa persona, por supuesto, es usted mismo. Pero ¿Quién es usted? ¿Qué es? Qué triste que la mayoría de nosotros esté más enterada de cómo y por qué funciona nuestro automóvil y que no sepamos gran cosa acerca de nosotros mismos.
Si alguien le preguntara, por ejemplo a qué negocio se dedica, quizá respondería: agente de ventas, operador de una computadora, modelo, corredor de bolsa, chofer de un camión, carpintero o cualquier otra cosa que no sea su vocación.
¡Pero estaría equivocado!
El negocio al cual se dedica, el negocio al que todos nos dedicamos, es el negocio de vivir, y mientras más pronto sepa quién es y cómo llego a convertirse en la persona que ahora es, más pronto será capaz de enfrentarse a los desafíos que tal vez han malogrado su éxito, por lo menos hasta ahora. De manera que, apresurémonos a empezar…
Lo llamare X porque, al inicio de la historia, X era víctima de una amnesia total. No recordaba cuál era su nombre ni su vida anterior, ni siquiera cómo había llegado hasta el sitio en donde se encontraba. La mejor conjetura era que se dedicaba a la aviación, y que había ocurrido un accidente. Al volver en sí, le pareció encontrarse en una oscura cueva y, aparentemente, no tenía ningún hueso roto, puesto que podía mover sus miembros, pero su cerebro apenas funcionaba y poco después volvió a hundirse en la inconsciencia. No tenía la menor idea de cuánto tiempo permaneció en la cueva. Débil e indefenso, dormitaba, se movía un poco y volvía a adormecerse. Puesto que estaba abrigado, no tenía hambre y se sentía perfectamente cómodo, no hizo esfuerzo alguno por levantarse. Se sentía satisfecho dejando que las cosas siguieran como estaban.
Pero el paraíso se pierde, igual que se gana, y un día despertó al sentirse arrastrado sin ceremonia alguna hacia la luz. Se sintió invadido por una gran ansiedad y gritó aterrorizado. Por vez primera desde el accidente, temió por su vida. Era un temor primitivo y devorador, que inundaba todas y cada una de sus células, todos sus vasos capilares. Al surgir de la oscuridad, sintió que el cerebro le quemaba y que sus ojos se cegaban ante la intensa luz. Los sonidos latían en sus oídos y el frío lo penetraba a través de cada uno de los poros. Hasta donde podía saber, los aborígenes que lo arrancaron violentamente de su escondrijo lo arrastraron hasta el infierno.
No obstante, era aparente que no pretendían darle muerte. Lo cubrieron y después lo acostaron y, exhausto, X se quedó dormido. Durmió la mayor parte de los días y semanas que siguieron. Se encontraba demasiado débil para siquiera erguir la cabeza; todas sus energías se encontraban en su interior, en un esfuerzo por mantenerse con vida. Incapaz de pronunciar una sola palabra, y a merced de los aborígenes para la satisfacción de todas sus necesidades, gritaba al despertar y lloraba de impotencia cuando nadie venía a su lado. Quizá esta clase de comportamiento no le parezca muy digna de admiración, pero póngase en su lugar: estaba muy débil e indefenso, rodeado de extraños cuyas costumbres e intenciones ni siquiera imaginaba; su mente apenas funcionaba; sus ojos veían escasamente y sabía muy poco más, fuera del hecho de que estaba con vida y totalmente dependiente.
Pero gradualmente su pánico empezó a desvanecerse y sentía que su mente surgía poco a poco de su anterior ofuscamiento. A medida que recuperaba las fuerzas, su atención se dirigía hacia el exterior durante breves momentos, y trataba de reunir algunos indicios para averiguar quién era y en dónde se encontraba y si los aborígenes eran seres amistosos. Observó que aparentemente una de las nativas en particular estaba comisionada para cuidarlo, y que por lo común era la mujer la que se presentaba cuando él necesitaba algo, aunque en ocasiones venía su ayudante, un hombre. Puesto que la mujer se mostraba bastante afable cuando lo atendía, e incluso parecía tenerle cierto afecto, empezó a sentirse bastante tranquilizado en cuanto a su situación. Aún no desaparecía su anhelo por la serenidad y la simplicidad de la cueva, pero cada vez era menos intenso. El nuevo medio ambiente a su alrededor cada vez atraía más su atención. Y logró un gran triunfo, que lo alentó a creer que tal vez aprendería a salir adelante. Observó que la mujer le sonreía y él a su vez, le devolvió la sonrisa. Esto pareció causarle un gran deleite y llamó a otros aborígenes para que vinieran a verlo. Complaciente, les sonrió, pensando que si eso era lo que querían de él, eso mismo haría.
A medida que transcurría el tiempo, X iba adquiriendo cada vez más fuerzas, pero en un lento proceso y todavía hacía muy poca cosa, además de dormir. En sus momentos de vigilia, acostado de espalda y mirando hacia el techo, meditaba tratando de indagar en que clase de lugar había ido a parar, y con qué clase de personas se encontraría cuando al fin pudiera levantarse y andar por allí. Daba por sentado que la mujer que lo cuidaba era un ejemplo típico de los aborígenes, de manera que, basándose en su comportamiento, empezó a acumular cualquier indicio útil. Escuchaba su tono de voz en busca de alguna indicación que le señalara si la mujer estaba contenta o no. Prestaba una gran atención a la forma en que lo cuidaba, tratando de adivinar si debía prepararse para hacer frente a un pueblo hostil o pacífico. Llevaba la cuenta del tiempo que transcurría desde el momento en que indicaba que tenía hambre hasta que ella se presentaba con el alimento, tratando de saber si más adelante tendría que luchar por su subsistencia o si obtendría fácilmente todo lo que necesitaba. Escuchaba furtivamente las charlas a su alrededor, a pesar de que no podía comprender el lenguaje que hablaban, a fin de enterarse de si se encontraba en un sitio en donde las personas luchaban entre sí o sostenían una buena relación, disfrutando unos y otros de su mutua compañía. Observaba la expresión de la mujer mientras atendía todas sus necesidades, para indagar si se trataban de un pueblo puritano o natural.
Sabia que su vida dependía de que esas personas lo aceptaran o no una vez que pudiera moverse libremente entre ellas, por lo que mostraba un intenso interés por conocer la opinión que la mujer pudiera tener de el. Analizaba su comportamiento en busca de alguna señal que le indicara si les agradaría, si lo encontrarían simpático y atractivo, si evocaría una reacción de simpatía e interés o si simplemente no le harían caso. Tanto se preocupaba por todo esto que empezó a encontrar aceptable y a experimentar aversión hacia cualquier cosa en su persona que no le agradara a ella. Sin darse cuenta de ello, llego a considerarla como un espejo que le reflejaba la clase de persona que el era.
Puesto que dependía a tal grado de ella, cuando se apartaba de su lado se preguntaba si volvería alguna vez. Parte de la nueva ansiedad lo inundaba de nuevo cuando temía que lo hubiera abandonado. La mujer le prestaba tanta atención que le llevo mucho tiempo comprender que se trataba de una persona con una vida propia, que su vida no se centraba exclusivamente en la de el, que eran dos personas diferentes. En un principio la considero como una extensión de si mismo, las piernas que podían ir en busca de lo que necesitaba, los brazos que le acercaban el alimento a la boca. Su debilidad lo volvió terriblemente egoísta, igual que se vuelven egoístas las personas enfermas. Como pasaban juntos tanto tiempo, empezó a desarrollarse cierta intimidad entre X y la mujer; elaboraron su propio lenguaje de señas y sonidos. La mujer siempre mostraba cierta empatía ante sus necesidades, pero ahora el empezaba a comprenderla mejor a conocer su estado de ánimo y a leer en la expresión de su rostro. A veces reían mucho cuando estaban juntos y en ocasiones simplemente permanecían callados. Se recreaban en juegos triviales y bromeaban entre sí. En una ocasión, mientras jugaban, le dio un ligero mordisco para demostrarle que su fuerza iba en aumento, y se sorprendió al ver que ella, echándose hacia atrás, frunció el ceño y le hablo en un tono de vos áspero. No trataba de lastimarla. Entonces decidió que eso significaba que a los aborígenes no les agradaba un comportamiento agresivo y que más le valía ahogar cualquier impulso en ese sentido.
Con el hombre, por quien también empezaba a experimentar cierto agrado y en quien confiaba a medida que lo veía con más frecuencia, podía jugar en una forma más tosca, lo que agradaba mucho, ya que en esa actividad le ofrecía el ejercicio que necesitaba. De ambos, aprendió la forma en que se expresaba el amor en esta cultura y trató de imitarlos, pues comprendía que su comportamiento afectuoso significaba para él la diferencia entre la vida y la muerte. Si no era capaz de lograr que esas personas que lo conocían más íntimamente se preocuparan por él, entonces podría esperar muy poca buena voluntad de los demás habitantes, de manera que se mantenía alerta ante cualquier indicio y con todas sus fuerzas trataba de complacerlos.
Ahora ya estaba muy claro que sobreviviría y que pasaría largo tiempo entre esas personas, así que X se dedicó a aprender su lenguaje. Su intento tuvo consecuencias tanto agradables como desagradables: la creciente facilidad para comunicarse era muy satisfactoria, pero experimentaba cierta sensación de pérdida al ver que la comunicación directa y sin palabras entre él y la mujer había desaparecido. Sentía nostalgia por ello, igual que sintió nostalgia por la cueva y la sentiría a medida que perdiera esa calidad intimidad al volverse cada vez más competente y más capaz de cuidar de sí mismo, pero sabía que no siempre podría permanecer como un ser desvalido y dependiente.
La mujer también lo sabía, y empezó a señalarle su responsabilidad de mantenerse aseado y pulcro, Por primera vez desde que se encontraba en compañía de la pareja, X descubrió que tenía en la mano las cartas del triunfo y que podía decidir si acataba sus órdenes o no. Experimentaba cierto placer poniendo a prueba esta área de su autonomía y siempre parecía que estaban a punto de iniciar una lucha de voluntades. Pero la mujer se esforzaba en conservar su buen humor y tranquilidad, y X, que concedía un gran valor a su afecto y su aprobación, decidió hacer todo lo posible para satisfacer sus deseos.
No es de sorprender que a medida que X adquiría una personalidad, uno de sus primeros actos como persona fuese enamorarse de la mujer. Le pidió que se casara con él, pero ella le hizo ver que no solamente requeriría todavía un periodo prolongado de cuidados antes de valerse por sí mismo, sino que además ya estaba casada con el hombre. Consideró la primera objeción sólo como un impedimento pasajero, igual que el paciente que decide contraer matrimonio con su enfermera. En cuanto a la segunda, resolvió que abordaría el problema con franqueza. Le informó al hombre que planeaba casarse con la mujer y que por consiguiente le agradecería mucho si ya no volvía a aparece por la casa. El hombre se rió de ellos y siguió regresando cada noche. Cavilando sobre el problema y preguntándose si se vería obligado a recurrir a la violencia para quitar al hombre de su camino, X consideró las posibilidades. Lo más inesperado fue comprender que el hombre, puesto que era mucho más vigoroso y quizá capaz de admirar sus intenciones, lo atacaría primero, dejando a X importante para ocupar su lugar. Esta amenaza de una castración, aun cuando sólo existía en la mente de X, lo atemorizó de tal manera que abandonó cualquier plan para ocupar el sitio del hombre. Y ciertamente, se sintió un tanto inclinado al extremo opuesto. Basándose en la teoría de que si no puedes derrotarlos es mejor que te unas a ellos, se dedicó a la tarea de identificarse cada vez más con el hombre, tratando de asemejársele. El episodio llegó a su fin cuando ambos se hicieron buenos amigos y admiradores conjuntos de la mujer.
En la época de este contra tiempo, X ya había permanecido al lado de ellos alrededor de cuatro años, lo cual le hizo comprender que debía empezar a ensanchar sus horizontes. En consecuencia, comenzó a aventurarse, alejándose cada vez más del lado de la mujer. Por supuesto, inicialmente ni siquiera podía caminar, pero a medida que sus músculos adquirían mayor fortaleza, intentó dar breves pasos con ayuda de la mujer, y ahora ya, caminaba bastante bien sin su apoyo. Incursionaba queriendo conocer algo más de la aldea, pero a pesar de ello todavía permanecía suficientemente cerca como para llamarla en su auxilio si le era necesario. Se familiarizo con los aborígenes que habitaban las casas vecinas, observó sus costumbres, incrementó su vocabulario y adquirió nuevas habilidades. Hasta donde podía ver, estuvo en lo cierto al suponer que la mujer un ejemplo típico de los demás pobladores, confirmando muchas de las conclusiones a las que llegó cuando únicamente podía confiar en ella para seguir adelante. Una de las más agradables fue que los demás también lo encontraban atractivo y eso le hizo sentir una feliz confianza en si mismo. Fácilmente, trabó amistad con los aborígenes, a quienes les agradaba su sonrisa y su tenacidad. Aprobaban sus esfuerzos por aprender y por dominar al mundo en el que vivía.
Cada éxito le daban ánimo para intentar otro más, y el hombre y la mujer le impartieron tan buenas enseñanzas que cuando fracasaba, aprendía de ese fracaso y seguía adelante. Para X era muy satisfactorio sentirse cada vez más seguro de sí mismo después de su prolongado periodo de dependencia, y puesto que tenía muy pocos problemas, fue una época de tranquilidad. Sus guardianes se sentían llenos de orgullo al ver que empezaba a adquirir experiencia, y no trataban de frenarlo. Pero estaban a su lado cuando se excedía de sus fuerzas o de sus capacidades y de esa manera disfrutaba de lo mejor de la independencia y la dependencia.
La cultura no era tan sencilla como X esperaba. En un principio mostraba cierta tendencia a generalizar acerca de las personas y sus vidas, pero más adelante fue capaz de aceptar la complejidad y la contradicción. Dejó de buscar exclusivamente las respuestas y empezó a mostrar interés en las preguntas. Comprendió que era más útil llegar a deducciones que a conclusiones. Se convirtió en un ávido coleccionista de hechos.
Y de esta manera trascurrió el tiempo y X hizo grandes progresos. Si acaso alguna vez recordaba los primeros tiempos, sólo era en las raras ocasiones en que algo amenazaba con salir mal y entonces volvía a sentirse invadido por la vieja ansiedad. Como aprendió tanto durante los doce años pasados allí, X empezó a creer que ya había aprendido todo lo que tenía que aprender y se sorprendió al descubrir que el hombre y la mujer, que en una época le parecían omniscientes, en realidad no sabían gran cosa después de todo. Estaba claro que habían madurado y los había sobrepasado y por consiguiente ya no le eran útiles. Ahora encontraba una fuente de fortalezas y entusiasmo no en ellos, sino en los amigos. Sus amigos lo comprendían. Entendían su estado de ánimo, sus intereses rápidamente cambiantes, sus preocupaciones, su impaciencia. Se sentía culpable al volverles la espalda al hombre y a la mujer que le salvaron la vida, pero se decía a sí mismo que él nunca les pidió que lo trajeran a su mundo.
Así como la época anterior fue muy tranquila, ésta era bastante tormentosa. No fue sino hasta que terminó y X volvió la mirada hacia atrás cuando comprendió que así tenía que ser. Sus inquietudes internas, que dieron origen a su rebeldía, eran impulsos de sus sabiduría que le indicaran que debía volverse hacia el exterior, que debía abandonar ese hogar, que tenía que independizarse de esa mujer y de es hombre, si alguna vez quería realmente averiguar quién era y en dónde estaba su lugar. Fue una ardua época navegando mientras aún seguía anclado en el muelle. Resurgió su antigua gratitud hacia el hombre y la mujer comprendió que eran sabios, y que cuando no eran sabios, eran generosos. comprendió que a su vez él también los amaba, y que ese sentimiento no lo menguaba, sino que por el contrario, lo enriquecía. Le ofrecieron asilo durante veintiún años, y ahora sabía que debía dejarlo partir. Su labor había llegado a su término. Ahora le correspondía a él encontrar a su propia gente.
En toda su vida, X jamás hizo otra cosa más difícil que separarse de ellos.

Hasta que no adquiera cinco ingredientes esenciales,
el éxito jamás será un éxito.

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