domingo, 6 de junio de 2010

COMO ENCONTRAR EL VALOR PARA ARRIESGARSE


¡Ahora ya está preparado para avanzar!
Ahora ya sabe que es su decisión y solo suya, en cuanto a lo que hará con el resto de su vida.
Quizá incluso esté convencido después de estos tres semestres muy personales, de que aquello en lo que usted piense, con el tiempo, en eso se convertirá… y por supuesto tiene todo ese potencial, ¿no es verdad?
Entonces, ¿Qué es lo que lo detiene? ¿Teme arriesgarse?
¿Ha oído hablar alguna vez del “complejo de Jonás”? Probablemente usted tiene ese complejo si vive en su pequeña zona de comodidad, desempeño tareas que no ofrecen ningún desafío y que nadie le disputará, sin arriesgarse, haciendo frente a muy pocos problemas, sin jamás preocuparse por madurar o por poner a prueba su potencial ¿Eso es vivir? Esperemos que eso lo esté lastimando en lo más profundo de su yo.
¿Por qué?
“Las personas no cambian cuando se sienten bien. Cambian cuando están hastiadas. Cuando las cosas marchan bien, todos tenemos la tendencia a seguir haciendo prácticamente lo mismo que hemos estado haciendo. El dolor nos empuja hacia esos momentos cruciales. Algo nos hiere y entonces, finalmente, nos decidimos. Es ese adverbio, finalmente. ¡Ya basta!”
Estas son las conclusiones de dos jóvenes y distinguidos doctores de la costa occidental de Estados Unidos, TOM Rusk y Randy Read, cuya larga lista de credenciales incluye sus puestos de profesores adjuntos de psicología y leyes, respectivamente, en la Universidad de San Diego.
Esta lección, tomada de su audaz y sincero libro, I Want to Change, But I Don’t Know How, puede ser justamente la medicina que necesita para curarse por siempre del deseo de volver a ocultarse en su zona de comodidad…

Con excesiva frecuencia. Los seres humanos cedemos a la cobardía de ser demasiado “cuidadosos”, traicionándonos por una promesa de seguridad. Y resultamos defraudados. Usted lo ha visto; lo vano de usar el propio trabajo como una forma de ocultarse. “Soy abogado” (medico, gerente, etcétera), como si quisiéramos decir, “Soy abogado y nada más”. O bien, lo vano de buscar un significado a través de los logros del esposo, ese “síndrome de la esposa del médico” (que también se observa en las esposas de políticos ejecutivos de negocios, ministros, abogados, animadores… ciertamente en cualquier esposa o esposo que evita los retos más allá de la rutina cotidiana, o que cree que el hecho de disfrutar directamente de los logros del cónyuge basta para darle mayor significado a su vida. ¡Esto es algo patético!).
Es vano vivir para alguna época futura, cuando las cosas serán diferentes, creyendo que tan pronto como “sea mayor”, “más rico”, “tenga una educación más completa” (o en una vena más sofisticada: “cuando termine mi terapia”), entonces todo estará bien… pero sigan soñando; todo eso no es otra cosa que vanas decepciones.
Y también es vano vivir en alguna fase pasada de su vida, cuando: “era más joven”, “más fuerte”, “en vida de mi esposo o esposa”, o bien, antes de: “mi matrimonio”, “mi divorcio”, “mi intervención quirúrgica”, “mi ataque cardiaco”, “perder mi trabajo”, “que naciera los niños”… más callejones sin salida.
Charles Dickens describe la trágica figura de Lady Havisham, sentada en su alcoba luciendo todos sus atavíos nupciales décadas después del abandono del que iba a ser su esposo. Su monumental cobardía la hace temerosa de enfrentarse a la vida tal y como es. Si queremos, nosotros también podemos tejer sueños y telarañas, fantasías acerca de lo que fue o de lo que podría ser. Thomas Wolfe también habla de esto en You Can’t Go Home Again. Una vieja broma del teatro de variedades dice lo mismo, aun cuando de otra manera: “La bolsa o la vida”, exige el ladrón. “Quiteme la vida, pues el dinero lo estoy ahorrando para mi ancianidad”, replica el excesivamente cauteloso héroe.
Es increíble ver cómo muchas personas continúan con sus viejos estilos de vida, con sus mismos hábitos, a pesar de sentirse desdichados, solitarios, fastidiados, inadaptados o maltratados. ¿Por qué? Por supuesto… porque un hábito es un sitio muy cómodo para esconderse. Cuántas mujeres contraen matrimonios sucesivos con varios alcohólicos, insistiendo en que “jamás lo sospecharon”.
Un hombre pasa toda su vida trabajando de 60 a 100 horas a la semana tratando de enriquecerse. ¿Por qué? Porque vio a su padre esclavizándose durante toda si vida, sin jamás disfrutar de nada, muriendo mientras trabaja ¡y él no quiere que le suceda lo mismo!
Otros tratan de vivir con cautela dentro de la seguridad de patrones establecidos. No se sienten realizados, pero no obstante, han encontrado una forma, no de éxito (cualquiera que sea) sino de evitar el fracaso. Esos son los muertos en vida, cuando la seguridad se convierte en una consideración abrumadora. El hombre no sólo vive de seguridad (y por supuesto, tampoco lo hace la mujer).

La vida tiene un riesgo inevitable; cada aliento que sigue es una posibilidad. Los ataques cardiacos, los accidentes automovilísticos, los gravámenes de impuestos, los problemas de negocios, toda clase concebible de malas noticias se abalanzan sobre nosotros sin advertencia alguna. De manera que para nosotros, los seres humanos, es difícil jugar el juego de la vida; es un equilibrio difícil. En ocasiones, quizá apostamos demasiado al siguiente giro de la rueda, y hay otras veces en que nos sentimos tan lastimados y defraudados que queremos dejar de jugar para siempre. Pero la meta, en cierto sentido, es encontrar un estilo de jugar el juego de la vida que nos permita seguir participando sin lastimarnos.

Cuando llegamos más allá de la seguridad y de lo conocido de nuestros hábitos y nos comportamos de alguna forma diferente de nuestras rutinas, experimentamos cierta tensión. Puede tratarse de algo benigno, una ligera presión en el tórax, o bien, de algo más pronunciado, un ritmo cardiaco acelerado, náusea, diarrea, desmayos e incluso pánico. Si pensamos durante largo tiempo en las posibles consecuencias de un nuevo cambio, las ratas del temor saldrán de los sótanos de nuestra mente y entonces podrían abrumarnos. Cualquier cosa nueva puede ser alarmante. En la vida, el hecho de correr riesgos es algo muy parecido a invertir dinero; las ganancias potenciales, reflejan en parte, el grado de riesgo. Mientras más elevadas sean las apuestas más atemorizante será el juego.
Y el reloj sigue marcando el tiempo; y, por supuesto, el tiempo transcurre más acelerado con la edad, y no hay nada que podamos hacer acerca de ello. Sin embargo, dos minutos pasados en la montaña rusa son mucho más intensos que ocho horas de tediosas reuniones. La variedad prolonga el tiempo; el cambio nos despierta. Si compartimos nuestro tiempo con diferentes personas, en diferentes lugares, haciendo cosas distintas, podremos experimentar una semana en un solo día. Los momentos de elevada intensidad emocional, como en un apasionado acto de amor, pueden durar mucho más y satisfacer más que los mismos actos físicos sin la pasión. El tiempo percibido es un bien elástico que depende de nuestra edad (incontrolable) y de cómo lo pasamos (controlable). El cuadrante de la intensidad está a nuestro alcance. Se nos ha concedido tiempo, y lo mucho o poco que hagamos de ese tiempo depende de nosotros.
El ser humano sí tiene necesidad de cierta tensión. Por evolución, fuimos “diseñados” para competir en una secuencia de organismos en la que cada uno se alimenta del inmediato inferior. Por supuesto, el exceso de tensión, igual que el exceso de sonido, es malo. Pero la carencia de tensión, igual que el silencio absoluto, también nos desequilibra.
Muchas personas tratan de asegurarse contra todo riesgo posible. No quieren sufrir, no quieren sentir temor ni sentirse solitarias, de manera que adoptan una fórmula de vida según la cual viven para obtener bienes materiales, sentir tampoco como sea posible y ocultarse detrás de los viejos hábitos. Y sin embargo, persiste ese anhelo de tensiones “naturales”. Gradualmente, llenan la brecha con tensiones, preocupaciones y temores “manufacturados internamente”.
Por supuesto, no se dicen a sí mismas, “Adoptaré un estilo de vida que reduzca al mínimo los riesgos, a pesar de que estoy consciente de que eso me proporcionará una vida vacía y aburrida. Simplemente crecen así. Pero, usted puede decirse a sí mismo, “¿Qué grado de aceptación de riesgo es adecuado para mí? ¿Qué clases de tensiones me ayudarán a lo largo de mi senda?” Alguno puede encontrar que para él es provechosa la tensión física, los deportes, el ejercicio e incluso el ayuno. Para otro, la respuesta podría estar en los saltos en paracaídas, en las carreras de motocicletas o en unas relaciones interpersonales apasionadas. Para otro más, podría ser el retiro a un monasterio y una valerosa jornada a través de las turbulencias en su interior. Cada uno de nosotros tiene una labor en la vida: la satisfacción de nuestras propias necesidades, averiguando cuáles son las tensiones y riesgos más adecuados para cada uno de nosotros.

EL HASTÍO ES EL LEGADO DEL TEMOR

El correr riesgos es una parte primordial de la “cura”, así que no espere que de alguna manera pueda evitarlo. La capitulación crónica ante el temor únicamente asegura la mediocridad. El estilo de vida que aconsejamos es uno en el cual por cada cosa nueva que intente se pregunte a sí mismo, “¿Cuál es el riesgo y cuáles son los posibles dividendos?” Es una actitud en la que usted espera que el hecho de arriesgarse formar parte de lo que hace en este planeta. No necesariamente se trata de riesgos absurdos, pues si nuestra actitud se vuelve demasiado extrema al aceptar riesgos, no andaremos mucho tiempo por allí para lograr aprender algo nuevo. Pero los incrementos cuidadosos y medidos en el riesgo parecen ser la mejor forma de seguir adelante. Por ejemplo, cuando se aprende andar en bicicleta, no se empieza hacerlo en medio de un intenso tráfico de vehículos. En vez de ello, se escoge una calle en donde si llegáramos a caer, al menos no resultaríamos atropellados.
De manera que explore y experimente. Busque el equilibrio entre aceptar riesgos suicidas por una parte, y por la otra, huir de todo riesgo. Ciertos días serán adecuados para arriesgarse; otro se sentirá mejor si actúa a la segura. Experimente a fin de averiguar qué es lo mejor para ese momento. Puesto que cualquier cosa nueva siempre estará llena de tensiones, juzgue usted mismo a través de sus esfuerzos. No importa lo que intente, siempre habrá alguien más que probablemente lo hará mejor. Lo importante es descubrir cuáles son esas cosas que le permiten sentirse lleno de vida y alborozo. Lo importante es aprender a sazonar el banquete de la vida con esas aromáticas especias de la tensión y el riego.

EL VALOR COMO ENTREGA DE SI MISMO

Tal vez las máximas experiencias en la vida de cualquiera son aquellas que trascienden de la existencia cotidiana. Esos raros momentos placenteros en que la involucración en una actividad es conducente a una realización que sobrepasa nuestros más exaltados sueños. Las personas dedicadas a las artes y las devotamente religiosas basan su vida en esta “exaltación”, pero cualquiera puede alcanzarla. Usted puede alcanzarla con algún ser querido o con alguien a quien odie. Puede derivarse de cocinar, de tallar la madera o simplemente de caminar.
Es una experiencia parecida a verse elevado, arrollado, olvidándose de las preocupaciones y de la timidez. Se la ha llamado fusión, fluido, satori e incontables nombres más. Sin embargo, igual que el amor, es una de esas cosas difíciles de creer cuando nunca se han experimentado. Cualquier empresa humana, desde marcar los precios de la mercancía, hasta la afinación de un motor, puede desempeñarse en ese estado creativo o bien reducirse a una rutina mecánica.
Una de las cosas que con frecuencia observamos es a la gente sentada por allí en espera de que “eso” suceda, como si de pronto pudiesen obtener una insignia de membresía que pudieran mostrar a otras personas, como si quisieran decir: “Vean, he clasificado; yo también lo tengo”. Pero lo mismo que cualquier otra cosa que se hace primordialmente en beneficio de un auditorio, es una actuación destinada al fracaso. Si se encuentra de pie en lo más alto de una colina contemplando la campiña que se extiende a sus pies y depronto atraviesa por esa experiencia de fluir y ser parte de todo, y trata de condensar esa experiencia en una fotografía de turista para enseñarla a los amigos allá en casa, la perderá en un instante. No es algo que pueda retenerse; puede experimentarla, pero no puede mostrarla.

Y en cierto sentido, ése es el mayor riesgo de todos. No se trata de algo que pueda poseer; no puede “comprobarlo”. Únicamente puede serlo. Puede abandonarse a lo que hace, o puede refrenarse. Puede luchar por absorberse en ello, por aceptar el riesgo de perder si identidad en lo que está haciendo. O bien, puede desviar inflexiblemente su vida para mantenerla a una distancia segura. Puede tratar de reducirlo todo a experiencia “explicables”. Puede etiquetar y clasificar todo lo que ve, en un desesperado intento de conservar el control, o bien, puede dejar de apuntalarse e inquietarse, y entregarse.
Algo fundamental en este proceso es el aspecto de perder el control. En ello hay una paradoja similar a esto: “La forma más elevada de control es cuando uno renuncia a todo control”. Es como si jamás hubiese poseído nada, a menos de que pueda desprenderse de ello. Cuando tratamos de aprender algo, si luchamos por conservar el control, entonces aprendemos con lentitud, si acaso. Cuando aprendemos andar en bicicleta, si seguimos luchando por mantener el control, dirigiendo inflexibles nuestros brazos y piernas con órdenes de cómo deben comportarse, caeremos con mayor frecuencia. En cambio, podemos desistir de nuestro mito de estar a cargo de todo, renunciando a nuestra identidad para convertirnos en parte de la bicicleta.
Aprendemos mejor si nos dejamos llevar. Si podemos ser suficientemente fuertes como para olvidarnos simplemente durante unos momentos de quiénes somos, en vez de tomarnos tan endiabladamente en serio; si nos olvidamos de aquello en lo que pensamos, en lo que creemos, y que deseamos, si corremos el riesgo de olvidarnos de nosotros mismos, entonces aprenderemos con la gracia de una planta en floración. Se necesita el máximo valor para ser uso de esa entrega de uno mismo a cualquier actividad que emprendamos, pero las recompensas son igualmente elevadas. Ganaremos una paz, un sentido de justicia y lo que es aún más importante, nuestros plenos poderes para crear y madurar.
Este es un curso avanzado de “actuar como si”. En vez de pretender que podemos andar en bicicleta, nos entregamos al acto. En vez de tratar, simplemente nos dejamos llevar. Casi toda la enseñanza presupone que el dominio técnico no es el medio, sino el fin. Pero la habilidad técnica no posee una vida propia; simplemente nos deja en libertad para entregarnos por completo. A menos de que usted tenga esta experiencia de dejarse llevar, a menos de que su vida haya algún área en la que ha luchado lo suficiente a través del dominio técnico para concederse esa habilidad de fluir, jamás creerá que tales cosas puedan suceder.
Por ejemplo, si quiere jugar baloncesto, existen ciertas habilidades técnicas que es muy útil aprender. Pero en última instancia, “su juego” es la forma creativa según la cual reúne esos elementos básicos. Si sólo los considera como elementos separados y aislados, jamás logrará un juego emocionante. Simplemente será un autómata más, tratando de imitar a algún otro.
¿Qué clase de vida desea? ¿Qué tan valeroso será? La elección es suya.

La creatividad nos ofrece un tema fascinante. A todo lo largo de la historia escrita, los seres humanos han estudiado a los muy creativos para averiguar sus secretos. Las mismas personas dotadas, en ocasiones han reflexionado en sus propias experiencias, tratando de encontrar una especie de “formula”. Pero no hay ninguna; la creatividad no es un proceso de “paso a paso”.
Más que cualquier otro grupo en la sociedad norteamericana actual, los atletas parecen estar conscientes de la forma en que se aprende la creatividad.
“concentración” es la palabra que se emplea con mayor frecuencia para describir ese estado que es un requisito previo esencial para un desempeño máximo. A menudo, un “buen partido” puede diferenciarse de un “mal partido” por el grado de concentración. Y lo que parece ser ese estado de concentración es una suspensión de la duda y la cohibición, una forma de despejar la mente, quitando todos los escombros y la basura que puedan distraerla.
Ciertas filosofías orientales se enfocan primordialmente en este estado central. Ciertamente, el concepto de actuar sin un pensamiento inhibido probablemente fue cristalizado por vez primera por los esgrimistas samurái del Japón medieval. Empleando algunos de los conceptos filosóficos de su época, determinaron que la mejor forma de derrotar el adversario en un duelo era luchando sin el retraso del pensamiento. La habilidad técnica refinada era uno de los requisitos previos, pero los movimientos reales estaban dictados más por el sentimiento que por el pensamiento. Al refinar su sentido intuitivo a través de una constante disciplina durante los duelos de práctica, fueron capaces de desarrollar un estado mental que reducía al mínimo la confusión de pensamientos tales como, “Oh, no, ¿tratará ahora de atacarme por la derecha, o por la izquierda?” En vez de ello, con aplomo y equilibrio, el samurái podía reaccionar como si fuese un solo ser con su oponente, como si “conociera” cada movimiento que tendría lugar de inmediato.

“El cuerpo aprende en vez de la mente”. En otras palabras, cuando trate de aprender algo, vale la pena apagar, desconectar o desintonizar la mente durante un rato. No puede indicarle a la mente que guarde silencio, pues entonces simplemente le replicará, pero en silencio, puede tomar nota de lo que le dice y entonces cambiar a otro canal durante unos momentos. Igual que los samurái, los arqueros Zen del oriente perfeccionaban su disciplina no concentrándose en el blanco, sino luchando por adquirir la sensación de “precisión” en el disparo. Si el disparo era “preciso”, el hecho de dar en el blanco surge en una forma natural. El centro en minúsculos blancos en el interior de habitaciones oscuras forma parte del entrenamiento de los arqueros zen, pero no lo hacen por el solo placer de dar en el blanco. Su propósito es una forma de meditación, una búsqueda de ese sentimiento de “precisión”.
De manera que si desea aprender algo nuevo, concéntrese en la obtención de ese sentimiento de “precisión” que es adecuado para usted. Arriésguese a desprenderse de ese valioso y pequeño control que tanto ha luchado por ganar, dejándose llevar lo suficiente para concentrarse en lo que está haciendo.
Entonces, hágalo.
Por supuesto que los talentos naturales o genéticos, el estudio y la práctica e incluso la suerte, desempeñan una parte importante en la creatividad, pero en última instancia, lo que se necesita es entregarse uno mismo a lo que hace. Nos agrada pensar en ello como en una especie de proceso de dos fases: primero, se concentran en su acción creativa, se dejan llevar y lo hacen. Segundo, analizan en forma crítica. Retroceden un poco mentalmente, hasta poner cierta distancia de por medio y sopesan los resultados. “¿Me acercó eso más a donde quiero estar?” Igual que el pintor frente a un lienzo, primero surge el trazo del pincel que ocurre en un estado parecido al trance y después se da un paso hacia atrás para adquirir una nueva perspectiva y contemplar el resultado. Esas dos fases fluyen una hacia la otra, pero en cierto sentido representan estados separados de la mente, la acción creativa y el análisis crítico.
Ahora bien, lo que se trata de indicarnos con todo esto es que muchas personas se preocupan por el logro de un resultado particular, como la fama, la fortuna, la aprobación de los demás e incluso algo tan evanescente como la felicidad. Pero si se encierra en los resultados, jamás logrará dejarse llevar lo suficiente para que pueda experimentar con intensidad. Una vez que haya hecho un buen intento, entonces piense y analice. Pero no trate de analizar mientras intenta crear. Revise después de inventar. Si su conciencia está concentrada en el resultado, no será capaz de entregarse.
En última instancia, esto se reduce a la clase de valores que deseen, “todo lo que cuenta es ganar”, o bien, “intentar es lograr el éxito”. El estado creativo exige que se olvide de ganar y se concentre en hacer el intento. De cualquier manera, jugar para ganar es un callejón sin salida. En el inmenso plan de la existencia, ¿Qué juego puede importar tanto? ¿Qué podría jamás merecer la criminal locura de forzarnos a jugar únicamente para ganar? Todo los que los seres humanos deseamos en realidad es sentirnos bien, ser genuinos y encontrar la paz; simplemente nos dejamos embaucar por nuestro mito de que el hecho de ganar nos concede todas esas cosas en una forma automática.

Unas de las razones más comunes por las cuales las personas no asumen el control de sí mismas y no aceptan la responsabilidad de todo lo que hacen, es el temor al fracaso, el temor a convertirse en un “perdedor”. Únicamente al otorgarse el crédito de todos y cada uno de sus esfuerzos podrá encontrar el valor para concentrarse en una acción creativa.
Si vivimos de acuerdo con el principio de que intentar es tener éxito, de que todo lo que tenemos que hacer es nuestro mejor esfuerzo, entonces, lograremos la supremacía y la paz. Con esa actitud, nos deslizamos con mayor facilidad hacia los ciclos de creatividad y análisis. Los buenos resultados sólo son un beneficio adicional que puede ir y venir, pero lo que hacemos con nosotros mismos siempre está bajo nuestro control.

Durante quince años, un agricultor se las arregló para lograr una buena forma de vida para sí mismo y para su familia. Jamás pidió nada de limosna, ni exigió un tratamiento especial. Para él, la ayuda social es algo obsceno. La independencia y el trabajo arduo, “siembra y recogerás”, son los principios que lo guían.
Un año, a pesar de sus mejores esfuerzos, una tormenta fuera de lo común acaba con todas sus cosechas. Sus reservas monetarias son insuficientes para hacer frente a sus obligaciones financieras. A regañadientes, acude a la ayuda social y acepta una ayuda por desastre. Ambas cosas para él son una limosna. Se siente como un fracasado. ¿Está de acuerdo con él?.
Esperamos que no sea así. Porque si lo está, entonces podemos comprender por qué teme al cambio, a los riesgos y a los experimentos. El temor al fracaso lo tiene paralizado. Al permitir que el respeto a sí mismo dependa de los resultados, se convierte en esclavo de cualquier capricho del azar. Libérese. Si está dispuesto a amarse a sí mismo, hágalo sin importar lo que suceda. En realidad, todo lo que le decimos no es nada nuevo: “No depende de si gana, sino de cómo juega el juego”. Pero esa noble tradición se ha visto sometida a una muerte lenta. El entrenador Vince Lombardi comentaba a menudo: “Ganar no lo es todo, pero sí lo es intentarlo”. No obstante, ¿no pensó usted que quería decir, “Ganar lo es todo”? Esta cita equivocada tan común demuestra una trágica verdad acerca de nuestros valores sociales. Lombardi fue un gran maestro y líder, pero una vez más, la gente escucha sólo lo que quiere escuchar.
Sea un líder fuerte para sí mismo. Aliente sus propios esfuerzos. Si se fija una meta, pero no alcanza, tiene una elección.
Podría rebajarse pensando:
“Sabía que no lo lograría. Algunas personas pueden cambiar, pero yo no puedo hacerlo. Mi infancia me confundió de tal manera que simplemente sigo cometiendo los mismos errores una y otra vez. Jamás lo lograré”.
O bien puede animarse:
“Lo intenté en una forma magnífica y me siento orgulloso de mí mismo. En verdad me concentré en el esfuerzo. Fallé en mi intento; puedo aceptar eso y acepto la pena. Pero sigo sintiéndome orgulloso y me amo a mí mismo por mi valor”.
¿Qué es el éxito? ¿Quién mide su valía, usted mismo, o su auditorio? ¿A quién trata de impresionar? ¿A sus padres, vivos o difuntos, a su cónyuge, a sus vecinos o a ese vago y mítico “ellos”, allá afuera, para quienes le acostumbraron a vestir con elegancia los domingos y días festivos, a fin de no avergonzar a su familia?
El mito, ese cruel fraude perpetrado por nuestras escuelas, por los medios publicitarios, por nuestras iglesias y sinagogas, sugiere que el éxito es un sitio, un estado, una cosa, un nivel que debemos alcanzar. Elija una carrera, trabaje en ella hasta alcanzar el éxito y entonces los demás lo respetarán y será feliz… ¡eso es ridículo!
Muy pocas experiencias son más resonantemente huecas que el verse aclamado como triunfador, sólo para sentirse indigno del cúmulo de admiradores. Lo único que necesita es echar un vistazo al catálogo de las superestrellas cuyas vidas terminaron prematuramente en una agonía de autodestrucción. En última instancia, usted actúa en primer y último lugar para un auditorio de una sola persona. Defráudela y se encontrara en la bancarrota.
La cobardía emana de aferrarse con desesperación a un éxito que sentimos no merecer. Aprenda a dejarse llevar en sus esfuerzos. Aprenda a hacerlo y habrá ganado el verdadero valor.
Tenga el ánimo de enfrentarse a la luz; luche por reunir tanto valor como le sea posible. Eso no significa que tiene que trabajar hasta caer agotado; el juego también es una necesidad vital. Pero no espere fórmulas precisas, trucos garantizados que resuelvan sus problemas. Tenga el valor de llevar una vida en que algunos días serán arduos y otros fáciles, no importa qué tan astuto sea. Déjese llevar con amor y se sentirá pleno de energía. El éxito es vivir valerosamente cada momento y con tanta plenitud como le sea posible. El éxito significa el valor de fluir, luchar, cambiar, madurar y todas las demás contradicciones de la condición humana. El éxito significa ser honesto consigo mismo.

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